CAPÍTULO V
Salió de su auto estacionado frente a una pequeña tienda de comestibles con aparadores de cristal. Entró en ella, y le pidió al cajero una botella de Whisky barata. Pagó en efectivo, sacando dos billetes de su morral. En ese momento ya estaba algo corta de efectivo. Pensó que al día siguiente sería mejor retirar algo de efectivo de su cuenta, si quería seguir viajando en coche las siguientes semanas. Todavía tenía mucho dinero, obtenido en los trabajos de hacía tiempo atrás. Salió del establecimiento con una bolsa de papel, donde se escondía la botella. A su izquierda, una camioneta Ford oxidada se estacionaba en la esquina. No le pareció extraño. En las afueras de la ciudad todavía se veían esos modelos viejos de granjeros que se ganaban la vida de manera difícil. Cruzó la calle, y se volvió a meter en el auto. Arrancó de nuevo hacia su hogar.
La tarde ya había caído, y el sol amenazaba con ocultarse en el horizonte. La temperatura había descendido, aunque durante todo el día se había mantenido estable. Ni tan frío, ni tan cálido, obligándote a usar un suéter por si le daba la gana cambiar de repente.
En la carretera se topó con otros automovilistas, que deseaban llegar a casa después de un día agotador. Vio por su espejo retrovisor. Treinta metros atrás, la misma camioneta Ford oxidada avanzaba normalmente. La casa de la Fiscal estaba tan apartada del resto de la ciudad, que inclusive todavía se veían algunas granjas en sus alrededores. Pasó por alto esa camioneta, de nueva cuenta.
Al llegar a su hogar, estacionó el auto en el frente, y entró en la casa. Metió la mano derecha en el morral que cargaba. Palpó el metal duro y frío de su arma. Había decidido cargarla en el día, después de lo ocurrido con Leo. Dejó su morral en el sofá de la sala, dejando que el arma se deslizara fuera de este. Revisó todas y cada una de las habitaciones de su casa, inclusive el sótano, donde jamás le gustaba entrar. Para su comodidad, no encontró nada anormal esa noche.
Sintiéndose algo tonta, por lo paranoica que se había visto al hacerlo, se dirigió a la cocina. Su estómago le exigía comida, y no era para menos, no había comido nada durante todo el día. Se sentía débil y cansada. Abrió la nevera. No había nada, excepto helado de chocolate y lo que había dejado de comida china hace cuatro días. ¿Por qué no se me ocurrió?, acabo de ir a la tienda… y solo compré Whisky, bien hecho Katherine. Sacó los restos de la comida china. Seguía comestible, pero apenas quedaba algo de comida para mitigar un poco el hambre. Los metió al microondas.
Se sentó en el sofá a esperar la alarma del microondas. Sacó los expedientes de su morral, y volvió a repasar la historia que ya sabía. Ésta vez, lo armó junto a las cosas que acababa de descubrir. En una libretita apuntó sus notas personales.
Mitchell Grady: actual novia de Michael, presenta una herida profunda en el abdomen. Exnovia de William.
Michael Meyer: presenta un cuadro grave de esquizofrenia. No se sabe el origen de su estado mental deteriorado, pero Anthony Meyer, su pariente más cercano con un trastorno mental podría estar relacionado. Debido a su relación tuvo con William problemas, su hermano, lo cual les dio una rivalidad muy fuerte. Se sospecha que esa es una de las causas por las que pudieron cometer un crimen¿?, pero ¿Qué podría haber pasado para adquirir ese estado mental tan inestable?.
William Meyer: ex de Mitchell Grady. Actual desaparecido. No se sabe su paradero o su estado.
Dejó a un lado todo lo que tenía en las manos, y sacó el papelito donde estaba el número de Phillip Graham, el guardabosques. Consideraba llamarlo, pero el microondas rompió la tensión. Mientras sacaba el plato caliente, una luz recorrió la pared. Venía de la ventana que daba a la calle de enfrente. Dejó el plato en la mesa, y fue hasta la ventana. Tratando de no verse a través de la ventana desde afuera, vio que la camioneta Ford oxidada estaba estacionada en la acera de enfrente con las luces ya apagadas. Un escalofrío recorrió su espalda. Las granjas mas cercanas quedaban a unos kilómetros, pero ni siquiera era la ruta para llegar a ellas. Le volvieron los recuerdos de haberla visto un rato antes, en la tienda donde se había detenido y la misma camioneta lo había hecho también. No le quedaba duda de que la estaban siguiendo.
Fue hasta la cocina, y buscó rápidamente entre los cajones unos binoculares que baratos que había comprado tiempo atrás en una venta de garaje y apagó todas las luces de la casa. Se paró en la ventana. Las luces de la calle apenas dejaban distinguir algo, pero serían lo suficientemente brillantes para ver al menos el número de placa de aquella camioneta. Tras varios intentos de enfocar las placas correctamente, consiguió una imagen nítida. No podía ver nada, las placas habían sido cubiertas con una rudimentaria bolsa negra y cinta adhesiva. Tampoco podía ver quién estaba en la cabina del conductor, pero estaba segura de que todavía había alguien adentro. Con los binoculares en los ojos, trató de enfocar algo que le diera un indicio, pero no había nada, excepto las manchas de lodo en los costados de la camioneta, lo cuál indicaba su procedencia de una granja. ¿Pero cuál de todas?
De repente, las luces de la camioneta se encendieron, dejando a la Fiscal medio ciega por el resplandor en los binoculares. Dejó caer el aparato de sus manos, y cerró las cortinas deprisa, alejándose de la ventana. Su corazón latía rápidamente, como si supiera que algo estaba a punto de ocurrir. Quien fuera que estaba en la camioneta, siempre había sabido que lo estaba viendo. Las luces se apagaron súbitamente, y el silencio torturaba a Katherine, con los segundos más lentos y pesados que nunca en su vida. La Fiscal se acercó a la ventana, y se posicionó de rodillas, de manera que se viera lo más mínimo de ella a través de la ventana. Abrió un poco la esquina de la cortina, y asomó la cabeza. La camioneta seguía ahí, pero la puerta del conductor estaba abierta. Y el conductor no estaba. Katherine agarró de nuevo los binoculares del piso, y buscó a la persona que la observaba detrás de unos arbustos, pero simplemente se había esfumado para ella.
Temiendo lo peor, se levantó deprisa y agarró el arma que había vuelto a guardar en el morral, no sin antes tropezar levemente con el sofá más pequeño. Volvió a prender las luces, y fue corriendo a poner el seguro a las puertas, con el arma entre sus manos que empezaban a sudar. Cuando aseguró todas las puertas, se sintió más tranquila, pero con la esperanza de que esa persona entrara para pegarle un tiro por haberle asustado así. Esa persona estaba entre los arbustos, quieta y esperando.
Tras unos minutos de esperar que algo pasara, Katherine se rindió. Se culpó a ella misma por tanta paranoia. Hasta pensó en las posibles razones por las cuáles una camioneta podría estar estacionada ahí, y es que, en realidad algunas cosas no le importaban ni estaban en sus manos. El sujeto en los arbustos se movió sigilosamente, sin dejar de ver la ventana por la que había visto a la mujer. Katherine ya estaba dispuesta a sacar su plato de comida del microondas, cuando las luces se fueron. Pero ésta vez, no las había apagado ella.
La Fiscal se paralizó. Tenía el miedo respirándole en la nuca. Fue entonces, cuando tres golpes azotaron la puerta. Lentos, pausados y tortuosos. Alguien llamaba de afuera, y ella sospechaba que era la misma persona que había estado en la camioneta. Buscó a tientas el arma sobre la mesa donde la había colocado, ni tan cerca, ni tan lejos. En una distancia segura para reaccionar rápido. Una vez la tocó, ya estaba en sus manos, apuntando al fondo del pasillo a su izquierda, donde estaba la puerta principal de la casa. Se acercó paso a paso, como saboreando a su acosador desde el suelo, sintiéndolo en su posición.
<<¿Quién anda ahí?>> preguntó la Fiscal, con la voz más valiente que se le pudo ocurrir. Nadie respondió. Y es que, en realidad, no esperaba que contestarán.
Tampoco esperaba escuchar el motor de la camioneta puesto de nuevo en marcha, disminuido por las paredes de la casa. Las luces se volvieron a encender segundos después, haciendo que Katherine diera un respingo por la impresión. Corrió de nuevo hasta la ventana que había usado como observatorio. Lo único que vio, fue la parte de atrás de la camioneta, alejándose por la esquina. Convencida de que se había ido, trató de calmarse, alcanzando la botella de Whisky de su mochila.