Move together

I. Amapolas

“Lastimar a quienes nos importan es nato, nuestra sola existencia es verdugo y, asimismo, víctima”.

 

Ángeles repasaba las imágenes de un romance que tanto como la llenó, la secó. Y era que antes, una vez, ella fue el amor de la vida de alguien que conoció los oscuros secretos que almendraba su alma, que la abrazó en sus temores, que la besó en sus heridas y que la aceptó en cada defecto. No obstante, ¿dónde terminó lo bueno que era? Eso, terminó cayendo por un precipicio endeble y presuntuoso.

—¿Por qué? —interpeló sin una expresión legible y tragó esas sensibilidades que laceraban con tal de guardarlas en un lugar estéril por aquellos sedantes que inconscientemente se suministraba para acallarlas—. ¿Al menos me amaste? —Mantuvo una voz débil contra esos orbes azules que eran mellizos del océano en las profundidades más recónditas. Él la hacía sufrir sin quererlo; él no era culpable de que ella lo amara de un modo que él no podía corresponder.

—Es complicado —replicó huyendo igual que un cobarde, salió incapaz de permanecer derecho y confesarle que la pasión feneció y fue inevitable. La dejó, implacable en el acto, cruzando por su lado mientras Ángeles seguía apoyada al marco de la puerta sin bajar la postura. No lo obligaría a quedarse, tampoco le guardaría rencor.

Él le había pedido una despedida y ella no insistiría cuando comprendió que el fin era lo que era y ya. Le permitió escapar, no le rogaría, su orgullo no cedería aun quisiera hacerlo. Así era como el confort los volvía, pacientes y sumisos. Ninguno reclamaría, ninguno retornaría, estaban “sanos”, o era lo que proyectaban de dientes hacia fuera.

—Lo he superado —afirmaba a sus conocidos que la veían con lástima. No le refutaban o buscaban oír detalles, era en vano, lo sabían.

Las rupturas tendían a ser del modo más cruel ya que no rompían corazones, no, rompían algo más profundo, más espectral; porque dolía vivir roto por dentro, dolía más que un puñal, que una bala. Por ende, gustaban esas falacias que flotaban en el oxígeno, que se infiltraban en los pulmones y que mataban silenciosamente. Como ahora, que le gustaba hablarle a quien no era funcional de verle, oírle, siquiera sentirle. ¿Por qué? ¿Por qué dormitaba? ¿Fue tanto simular lo que lo aprisionó al abismo? ¿Qué fue? ¿La enfermedad o la soledad?

Su padre solía inculcarle que el amor era para soportarlo y no ponerle resistencia, incluso si mañana tanto amor los consumiese arrastrándolos por los cabellos y barriese el suelo con ellos; había que intentarlo, eso bastaba. Pues bien, lo dijo el que murió solo, el que fue abandonado y tal vez nunca realmente amado. Y, era que creyó tanto en las personas que no sopesó razones, él creyó en seres y cosas que no se divisaban con los sentidos. “Resta tu realismo y multiplica tus obsesiones”, era su típica frase diligente cuando ella se escondía para no asistir a la Iglesia, cuando ella no lloriqueaba con las películas trágicas. Qué justificar si en su entera subsistencia había sido... fría.

Fría como la madrugada del Blue Monday de un hoy perfecto para divagar tópicos que sin duda el día más deprimente de todos entendería. Pero ya, siendo honestos, era diciembre el que acarreaba las peores nostalgias con su invierno que los acechaba para torturarlos con lluvias, niebla y tristezas.

—Amapolas rojas —nombró melancólica—. Representan los Días del Recuerdo —suspiró—. ¿Que cómo lo sé? ¡Enhorabuena! Los artistas explican con detalle sus colecciones, y también extrañan a quienes han partido muy lejos de este mundo superficial... —Tomó una bocanada de aire sorbiendo su nariz—. No lloré en tu velatorio, no lloré que mamá nos abandonara... ¿Dónde escondí mis lágrimas? ¿En la alacena? ¿En la despensa? ¿Nací sin ellas? No lo sé, porque... ¿me creerías si te digo que eres mi único amigo?

¿Por qué tuvo que irse? ¿No se dio cuenta que lo necesitaba, que lo necesitaría? ¿Cuánto tiempo habría transcurrido? ¿Dos, tres, cuatro, trimestres, semestres…, años? Sin embargo, Ángeles lo velaba sin falta estas fechas apartando hojas secas y soplando el polvo para mantenerle limpia la lápida.

—Y lo gracioso, ni siquiera estás vivo. —Pestañeó varias veces y estornudó producto de la brisa que golpeaba sus mejillas.

El cielo vestía un negro iluminado por unas cuantas estrellas y se respiraba la paz. En verdad el cementerio era su refugio ideal para reflexionar; sombrío, calmado, digno de las últimas noches de enero... o de ella.

 

🍁🍁🍁

 

Su mañana cursaba indistinta, no era más que una rutina rigurosa sin acontecimientos fenomenales, exceptuando por Vance que, infaltable, la rondaba en su oficina.

—Somos jóvenes, deberíamos ir mínimo a beber... un té ya que no quieres ir a compartir con nosotros unos vinos —propuso con esa sonrisa de adornados hoyuelos. Ángeles lo estudiaba y no maquinaba que él, justo él, perseverara con ella. Fácilmente Vance lograría salir con una de las expertas en arte de intercambio o una modelo de lencería internacional; con sus rizos castaños y esos ojos oscuros combinados, era una advertencia de peligro y traducidos a adrenalina; él era guapísimo e inteligente, combinación precisa y con resultados desmesurados—. ¿Qué dices? —Sus palmas apoyadas sobre el escritorio de roble y ladeando los labios, insinuador, era doblemente intimidante y atractivo.

—Lamento rechazar la invitación, Vance, tengo planes.




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