Move together

III. Cuestión de tiempo

“¿Qué esperas? Dímelo hoy, ahora, porque quizá mañana me muera y no puedas sincerarte”.

 

El treinta y uno cumpliría veinticinco y sentía el peso de trescientos cincuenta años encima, como si los días fueran muy lentos y las noches muy rápidas, mas su vida se expandía haciéndose pesada, tanto que le costaba cepillarse los dientes. Y ¿quién no temía a las alturas? ¿Quién no se sentía útil? ¿Quién negaba tener insomnio sin preocupaciones? ¿Quién no deseaba ser deseado? Sería un pronóstico aproximado catalogarlo como depresión severa su estado, pero Ángeles no estaba deprimida y tampoco anhelaba sentirse emocionada, estaba cómoda y cansada, increíblemente relajada y distanciada de cualquiera que perturbara su rutina. Era una solitaria sin antagonistas en su propia historia. ¿Y amigos? ¿Familia? Ni sus consanguíneos peor los políticos la buscaban, y ella obviamente no se esforzaba en sobresalir o encajar, participaba lo necesario, ni siquiera tenía muchas amistades y estas aparecían en ocasiones especiales. Era una ermitaña sin añoranzas extravagantes, aunque si le ofrecieran vivir en un faro abandonado con provisiones para una década tomaría la oferta sin dudarlo; nadie notaría su ausencia y ella no extrañaría a nadie, quizá a Jacob. ¿Ese enclaustramiento social era producto de algún trauma? La verdad era que desde el momento en que cobró conciencia se rodeó de los dibujos y óleos de su padre, así como de las letras y notas violentas de su madre. Algunos creían que Ángeles también estaría dotada de talentos artísticos o un ojo crítico para la belleza; sin embargo, cuán equivocados estaban, la pequeña jamás mostró interés en esas actividades; de hecho, en ninguna en particular, sin dones o personalidad sociable, era demasiado pasiva, sus padres no recibieron quejas durante la escuela, a los dieciséis la invitaron a modelar y se negó, solo tres hombres se le habían declarado; rechazó al primero, el segundo fue Nickolas y el tercero Vance, aunque no contaba como declaración aún. ¿Existía gente así? Iba a fiestas porque le encantaban, pero nunca se quedaba porque se aburría con facilidad; era buena oyente, pero era porque se abstraía y terminaba asintiendo o retroalimentando con un “¿y qué te gustaría hacer?”. Ángeles era un personaje secundario en su propia vida, ya no se acordaban de su rostro y por más bonita que la gente la apreciara no hallaban más que un molde o una maceta proporcionalmente impecable pero vacía, porque en ella no había más, era tan transparente con sus ideas, era tan honesta que no combinaba con el misterio. No era mala ni buena en nada, aprendía a una velocidad normal y evitaba conflictos mientras resolvía sus problemas con paciencia; sabía defensa personal porque su madre la metió a clases de boxeo en su adolescencia, aunque en realidad nunca golpeó a nadie fuera de un cuadrilátero; practicó ballet unos meses y para su suerte se luxó el tobillo lo cual la alejó de ese deporte que la agotó solo al conocer a sus compañeras... ¿Y tenía pasatiempos? ¿Tenía algo que la llenara de alegría? No, hacía lo menos y necesario, su filosofía de ahorrar energías era mejor que vivir al límite, pues siempre llegó puntual al trabajo y clases, siempre cumplió con lo que le era básico para sobrevivir y no quería más.

—¿Festejaremos o harás una reserva espontánea en un restaurante equis con tal de no salir con nosotros? —Marie, una colega, le preguntó mientras Ángeles simulaba escribir una carta con cotizaciones. La pelinegra movió el monitor para que la castaña solo la mirase a ella—. La idea es parrandear y a los muchachos les gustará tenerte, además…, irá Vance que parece estar interesado en ti y será en un pub cerca; unas cervezas, una banda local y quién sabe si ricitos tiene suerte.

—No quisiera arruinarles la noche con mi falta de humor y cara de ostrón.

—¿Ostrón o cara de culo? Pero un culo muy lindo, eh —bromeó Marie haciéndola reír.

—Si esto es solo simpatía, ¡cómo será tu amistad!

—Daisy se unirá, al parecer…, ¿y?

—Si la jefa suprema va, yo también. —Y Marie se fue campante con su tarea cumplida y encargada por el maestro del romance, Vance.

 

🍁🍁🍁

 

Era su hora de almorzar, se llevó un sándwich de pollo con tomate y un pedazo de pizza que tenía en la heladera desde hacía unos días. No quiso ir al comedor, porque sabía que estarían todos riendo, bueno, eso no era lo importante, sino que no quería encontrarse con Vance y confirmar que también se sentía atraída, irremediablemente irritada de sus hoyuelos y quijada cuadrada; porque no era solo su buen porte, sino su manera de ladear la cabeza para verse menos alto y quedar más próximo a ella; no era su manera de sentarse invadiendo el espacio de otros, incluso el de ella; no era su ceño fruncido y luego sus cejas agudas cuando cambiaba drástico de expresión… Vance era naturalmente él, no se esforzaba en ocultar sus intereses o intenciones. Él dijo, frente a todos: “Tengo complejo de héroe, y tal vez por eso me gustas”. ¿O tal vez era complejo de salvador? ¿Ángeles necesitaba de un príncipe que la rescatara? ¿Era tan débil a los ojos de terceros? Irónicamente ninguno creería verla como una escultura fina, al contrario, parecía ir por la vida mandando a todos a la mierda y ufanándose hasta de las caridades. Sin embargo, su rostro era templado, aunque en sus ojos cabían la inocencia y añoranza, la sátira y desdén. Y buscando entretener esos sobrepensamientos lo vio pasar como una cabeza extra entre la muchedumbre.

¿Sería por su altura?, ¿por el sombrero?, ¿por su ocre cabellera hasta los hombros? ¿Sería por su delgadez?, ¿por su lividez? ¿por su carencia de repiqueo? Por seguirlo con la mirada, suspendida, su sándwich se le resbaló de la mano estrellándose contra la tierra, no lo quedó más que alzarlo para depositarlo en un basurero. Hariel le debería uno y su cordura a este ritmo. Se puso de pie para pillarlo por el parque, porque seguramente estaría acechándola, no se lo explicaba de otra manera, él la perseguía y probablemente terminaría yendo a la policía para denunciarlo, esto era turbulento y peligroso.




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