Mr. Love

Prólogo

Diez años atras

Jackson Hall estaba en la azotea del edificio principal del Instituto San Gabriel, con los cordones desatados y la camisa del uniforme medio salida del pantalón. El viento le revolvía el cabello, y aunque la vista desde ahí era impresionante —el campo de fútbol, los árboles que bordeaban la calle, el cielo de primavera que parecía pintado con acuarela—, él no veía nada. Solo sentía el peso de los exámenes, de las expectativas, de esa presión invisible que se acumulaba en el pecho como una piedra pesada.

No quería saltar. Pero tampoco quería bajar.

Abajo, el caos reinaba. El director había llamado a la policía, a los paramédicos, y a los bomberos. Habían desplegado un inflable enorme, amarillo chillón, justo debajo de la cornisa donde Jackson estaba sentado. Los estudiantes no podían salir del edificio hasta que la situación se resolviera, y los maestros corrían de un lado a otro como hormigas sin reina.

—¡Jackson! —gritó el profesor de matemáticas desde una ventana del tercer piso—. ¡Por favor, baja! ¡Todo va a estar bien!

Jackson no respondió. No porque no quisiera, sino porque no sabía qué decir. ¿“Estoy bien”? Mentira. ¿“No voy a saltar”? ¿Y si no le creían?

Entonces, entre el murmullo de los estudiantes atrapados en los pasillos, una voz se alzó con claridad:

—¡Suzy Ahn! ¡Ven aquí!

Suzy, que estaba en la cafetería terminando un pastel de zanahoria para el concurso de repostería, levantó la vista con el ceño fruncido. El profesor de literatura la señalaba con urgencia.

—¿Qué pasa?

—Es Jackson. Está en la azotea. No quiere bajar. El director está a punto de llamar a sus padres. Necesitamos que hables con él.

Suzy parpadeó. ¿Jackson? ¿En la azotea? ¿Otra vez?

—¿Está llorando? —preguntó mientras se limpiaba las manos con un trapo.

—No lo sabemos. Pero está ahí, y no se mueve. Por favor, Suzy. Eres su mejor amiga, casi su hermana. Tal vez te escuche.

Suzy suspiró, se quitó el delantal, y caminó hacia las escaleras con la calma de quien va a regañar a un gato que se subió al tejado. Subió los peldaños con paso firme, ignorando los gritos de los maestros y el sonido lejano de las sirenas.

Cuando llegó a la puerta de la azotea, la empujó sin ceremonias. Jackson estaba sentado en el borde, con las piernas colgando, mirando al horizonte como si esperara que el cielo le diera respuestas.

—¿Otra vez aquí? —dijo Suzy, cruzándose de brazos.

Jackson giró la cabeza, sorprendido. Su expresión era una mezcla de alivio y vergüenza.

—No estoy haciendo nada raro —murmuró.

—¿Ah, no? Porque desde abajo parece que estás a punto de protagonizar una tragedia griega.

Jackson soltó una risa nerviosa.

—Solo necesitaba aire. Me siento… saturado.

Suzy se acercó y se sentó a su lado, sin miedo. Habían estado en ese lugar muchas veces antes, hablando de cosas tontas, de sueños imposibles, de canciones que Jackson quería escribir y de pasteles que Suzy quería hornear.

—¿Por los exámenes? —preguntó.

Él asintió.

—Y por todo. Mis padres quieren que entre a la universidad de música en Nueva York. Mis profesores dicen que tengo talento, pero no sé si quiero eso. No sé si quiero ser “Jackson Hall, el prodigio”. A veces solo quiero ser Jackson, el que come galletas contigo en la cocina.

Suzy lo miró de reojo.

—¿Y pensaste que la mejor forma de lidiar con eso era subir a la azotea y quedarte como estatua?

—No sabía a dónde más ir.

—Podrías haber venido a la cocina del instituto. Tengo brownies con nuez. Son terapéuticos.

Jackson sonrió, pero su mirada seguía perdida.

—¿Crees que estoy loco?

—No. Creo que estás cansado. Y que necesitas un descanso. Pero también creo que estás siendo un poco dramático.

—¿Dramático?

—Sí. Mira abajo.

Jackson se asomó. El inflable amarillo parecía una colchoneta gigante. Policías, bomberos y paramédicos lo rodeaban como si esperaran que saltara en cualquier momento.

—¿Qué demonios…?

—Exacto. Todo el mundo está en pánico. Nadie puede salir. El director está a punto de tener un infarto. Y todo porque tú decidiste subir aquí a pensar.

Jackson se pasó la mano por la cara.

—No quería causar problemas.

—Demasiado tarde.

Suzy se levantó y lo miró con una sonrisa traviesa.

—¿Sabes qué deberías hacer?

—¿Qué?

—Saltar.

Jackson la miró como si le hubiera dicho que se comiera un cactus.

—¿Qué?

—Sí. Salta. Ya pusieron el inflable. Sería una pena que no lo usaras.

—¿Estás loca?




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