Capítulo 2: La llamada
Jackson estaba sentado en el sofá de su departamento en Los Ángeles, con la televisión encendida y el volumen bajo. No necesitaba escucharlo. Con las imágenes que pasaban bastaban.
En la pantalla, una presentadora con sonrisa artificial hablaba mientras detrás de ella se proyectaban fotos suyas con distintas mujeres. Algunas eran selfies borrosas, otras capturas de pantalla de mensajes. Todas acompañadas por titulares en rojo:
“Jackson Hall acusado de manipulación y de mentiroso por múltiples mujeres”
“¿El ídolo del pop es un seductor serial?”
“Exclusiva: testimonios anónimos revelan el lado oscuro del cantante”
Jackson se pasó la mano por el rostro. No había dormido bien en días. Cada vez que cerraba los ojos, veía flashes de cámaras, comentarios crueles, y la mirada decepcionada de su madre cuando le preguntó si todo era cierto.
No lo era. No del todo.
Sí, había salido con algunas de esas mujeres. Sí, había sido imprudente, impulsivo, a veces egoísta. Pero nunca había prometido más de lo que podía dar. Nunca había mentido sobre sus intenciones. Nunca había usado a nadie.
Al menos, eso creía.
El teléfono vibró sobre la mesa. Era Bryan, su manager. Otra vez.
Jackson lo ignoró. No quería hablar con él. No después de la última conversación, en la que Bryan le había dicho que “la mejor estrategia era desaparecer por un tiempo”.
Desaparecer. Como si fuera un producto defectuoso que necesitaba ser retirado del mercado.
En cambio, tomó su celular y buscó un nombre que conocía desde siempre.
Suzy Ahn.
La foto de perfil era una imagen de su pastelería, con una tarta de limón decorada con flores comestibles. Jackson sonrió, por primera vez en días. Suzy siempre había sido su refugio. Su cable a tierra. La única persona que lo veía como Jackson, y no como “Hall”.
Marcó.
El tono sonó una, dos, tres veces.
—¿Hola? —respondió Suzy, con voz suave.
Jackson se recostó en el sofá, cerrando los ojos.
—Soy yo.
Hubo una pausa.
—Lo sé.
—¿Estás ocupada?
—Acabo de entregar un pastel. Estoy limpiando. ¿Estás bien?
Jackson dudó.
—No lo sé.
Suzy no respondió de inmediato. Él podía imaginarla, con las manos aún cubiertas de azúcar, el delantal manchado, el ceño fruncido.
—Vi las noticias —dijo ella finalmente.
—No todo es cierto.
—Lo sé.
Jackson tragó saliva.
—Pero tampoco sé cómo defenderme. Si hablo, dicen que me justifico. Si me callo, dicen que es porque es verdad.
—¿Y Bryan?
—Quiere que me esconda. Que me aleje de todo. Que me convierta en un fantasma hasta que la gente se olvide.
Suzy soltó un suspiro.
—Él vino a verme.
Jackson se incorporó.
—¿Qué?
—Hoy. A mi pastelería. Con una carpeta llena de fotos nuestras. Me pidió que me alejara de ti.
Jackson se quedó en silencio. El corazón le latía con fuerza.
—¿Lo vas a hacer?
Suzy dudó.
—No lo sé.
—¿Por qué?
—Porque no sé si estar cerca de ti te ayuda o te hunde más. Porque no sé si mi presencia te protege o te expone.
Jackson se levantó y comenzó a caminar por el departamento, como si el movimiento pudiera ordenar sus pensamientos.
—Tú eres lo único que me hace sentir real. Cuando estoy contigo, no soy una marca, ni un escándalo, ni un titular. Soy solo yo.
Suzy no dijo nada.
—¿Te acuerdas de la azotea? —preguntó él.
—Claro que sí.
—Ese día, pensé que todo se me venía encima. Y tú me empujaste. Literalmente. Me hiciste saltar. Me hiciste confiar.
—Y ahora quieres que lo haga otra vez.
Jackson se detuvo frente a la ventana. Afuera, la ciudad seguía su curso, indiferente a su tormenta.
—No quiero que te alejes. Pero tampoco quiero que te lastimen por mi culpa.
Suzy suspiró.
—No me lastimas tú. Me lastima el mundo que te rodea. El que quiere convertirnos en una historia que no escribimos.
Jackson cerró los ojos.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—No lo sé. Pero no voy a decidirlo hoy. Necesito pensar.
—¿Puedo llamarte mañana?
—Sí.