Capítulo 9: La canción de la niña
El salón de fiestas estaba decorado con globos pastel, guirnaldas de papel y una mesa larga cubierta de manteles con dibujos de unicornios. Niños corrían entre los adultos, algunos con coronas de cartón, otros con las caras pintadas. El aire olía a dulces, a confeti, a cumpleaños.
Suzy y Jackson llegaron con el auto cargado de postres. Ella bajó primero, saludando a la madre de la cumpleañera, mientras Jackson se quedó unos segundos dentro, mirando su reflejo en el retrovisor. Su rostro estaba en todas partes. En redes, en titulares, en rumores. Pero aquí, en este lugar lleno de risas, aún no era nadie.
—¿Vienes? —preguntó Suzy, asomándose por la ventana.
Jackson asintió y salió.
Los adultos lo miraron. Algunos con sorpresa, otros con incomodidad. Murmullos comenzaron a circular. Suzy lo sintió, como una corriente invisible que se movía entre las mesas.
—Gracias por venir —dijo la madre, con una sonrisa tensa—. Los pasteles se ven hermosos.
—Gracias a ti por confiar —respondió Suzy, colocando la primera caja sobre la mesa.
Jackson ayudó con las demás, en silencio. Evitaba las miradas, los comentarios. Pero entonces, una niña de unos siete años se acercó. Tenía el cabello rizado, una camiseta con estrellas, y una sonrisa enorme.
—¿Tú eres Jackson Hall?
Jackson se agachó, sorprendido.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Mi hermana tiene un póster tuyo. Y yo escucho tus canciones cuando ella se baña.
Jackson sonrió.
—¿Te gustan?
—Sí. Pero mi favorita es la que dice “corazón de papel”.
Jackson parpadeó.
—¿La canción que canté en la pastelería?
—Sí. Alguien la subió al internet. Mi hermana la canta todo el día.
Suzy se acercó, escuchando.
—¿Quieres que te la cante? —preguntó Jackson.
La niña asintió, emocionada.
Jackson se levantó, miró a Suzy, y ella le dio una pequeña sonrisa de aprobación.
Tomó una guitarra que estaba apoyada junto a la mesa de regalos —parte de la decoración temática— y se sentó en una silla baja. Los niños se acercaron. Los adultos también. Algunos grababan. Otros solo observaban.
Jackson comenzó a tocar.
“Si fueras pastel, serías de limón,
con lavanda en el centro y un toque de sol…”
Suzy lo miraba. Su voz era suave, sincera. No la del ídolo pop, sino la del chico que cantaba en la azotea. El que escribía letras en los márgenes de enciclopedias. El que se dejaba embarrar de betún sin perder la sonrisa.
“Si fueras mía… bueno, eso aún no lo sé,
pero si me empujas otra vez, tal vez lo entenderé.”
Cuando terminó, los niños aplaudieron. La niña se acercó y le dio un abrazo.
—Gracias, Jackson.
Jackson la abrazó con cuidado.
—Gracias a ti.
Los murmullos se apagaron. Las miradas cambiaron. Por un momento, el escándalo se desvaneció. Solo quedaba la música, la ternura, la verdad.
Suzy se acercó, con una galleta en forma de estrella.
—¿Sabes? Creo que esa canción ya no es tan horrible.
Jackson la miró.
—¿De verdad?
—De verdad.
Y aunque el mundo seguía girando, en ese salón de fiestas, Jackson y Suzy encontraron un respiro. Un momento de paz. Un recuerdo nuevo.