Capítulo 35: Vestir la promesa
La decisión fue tomada en la cocina, entre cucharadas de helado y risas suaves.
—No quiero cámaras —dijo Suzy, con firmeza—. No quiero titulares. No quiero que nuestra boda sea una noticia.
Jackson asintió.
—Quiero que sea un secreto compartido. Solo con quienes nos conocen de verdad.
Bryan, al enterarse, respiró aliviado.
—Entonces no tengo que coordinar seguridad ni listas de prensa. Solo flores y silencio.
Marina sonrió.
—Y yo puedo ser testigo. Si me invitan.
Suzy la abrazó.
—Eres parte de esto. Desde el principio.
La lista de invitados fue breve. Familia. Amigos cercanos. El equipo de la pastelería. Un par de músicos que habían tocado en la playa de Maldivas. Nadie más.
La ceremonia sería en el jardín botánico, al atardecer. Lavanda en los bordes, luces cálidas colgando de los árboles, y una mesa larga para compartir pan, vino y pastel.
Pero antes, había que elegir los trajes.
Suzy y Jackson fueron juntos a un atelier discreto, escondido entre calles tranquilas. La diseñadora, una mujer mayor con manos suaves y ojos sabios, los recibió con té y telas sobre la mesa.
—¿Qué quieren contar con lo que vistan? —preguntó.
Suzy respondió sin dudar.
—Quiero que mi vestido hable de mi infancia. De las tardes en la cocina. De las cartas que escribí. De la mujer que soy ahora.
Jackson agregó:
—Y yo quiero que mi traje diga que no soy perfecto, pero que estoy aquí. Que soy suyo. Que soy hogar.
La diseñadora sonrió.
—Entonces vamos a vestir la promesa.
Suzy eligió un vestido de lino suave, color marfil, con bordados hechos a mano en los puños y el dobladillo. Pequeñas estrellas, como las que dibujaba en sus galletas de niña. El escote era sencillo, el talle ajustado, y la falda caía como una ola tranquila.
—¿Y el velo? —preguntó la diseñadora.
Suzy negó.
—No quiero cubrirme. Quiero que me vean. Que me vea él.
Jackson la miró, con los ojos brillantes.
—Estás hermosa. Y aún no lo has usado.
Suzy sonrió.
—Porque la belleza no está en el vestido. Está en lo que significa.
Jackson eligió un traje gris claro, con una camisa blanca sin cuello y un pañuelo azul en el bolsillo. El azul era el mismo tono que la piedra del anillo. El mismo que el cielo de Maldivas. El mismo que los ojos de Suzy cuando lloraba.
—¿Corbata? —preguntó la diseñadora.
Jackson negó.
—No quiero nada que me apriete. Solo quiero respirar con ella cerca.
Suzy lo abrazó.
—Entonces respira. Porque ya estoy aquí.
El día de la prueba final, ambos se miraron en el espejo. No como celebridades. No como sobrevivientes. Como dos personas que habían elegido amarse sin espectáculo.
—¿Listos para casarse? —preguntó la diseñadora.
Suzy tomó la mano de Jackson.
—Listos para empezar.