Extra 3: Sin guitarra, solo ella
El sol de la tarde caía suave sobre el patio trasero. La brisa movía las cortinas de lino que Suzy había colgado en el porche, y el aroma a lavanda flotaba en el aire como una canción sin letra.
Jackson estaba sentado en una silla de madera, con una limonada en la mano y los pies descalzos sobre el césped. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía una guitarra cerca. No había libreta de letras. No había melodía en su cabeza.
Solo había Nicole.
La pequeña corría por el patio, completamente empapada. El chapoteadero inflable estaba lleno de juguetes flotantes, y su vestido de flores estaba pegado a su piel por el agua. El cabello mojado le caía sobre la frente, y sus risas eran tan fuertes que los pájaros parecían callarse para escucharla.
—¡Papá, mira! ¡Soy un pez! —gritó, lanzándose de nuevo al agua con los brazos abiertos.
Jackson sonrió. No dijo nada. Solo la miró.
Sus ojos estaban fijos en ella. En sus gestos torpes. En su alegría sin filtro. En la forma en que el sol le iluminaba la cara como si el universo supiera que esa niña era su milagro.
No pensaba en canciones. No pensaba en giras. No pensaba en nada más que en ese momento.
Nicole salió del agua, corrió hacia él, y se subió a su regazo sin pedir permiso.
—¡Estoy mojada! —dijo, riendo.
Jackson la abrazó igual.
—No importa. Eres perfecta así.
Nicole lo miró con sus ojos grandes, curiosos.
—¿No vas a cantar hoy?
Jackson negó.
—Hoy no. Hoy solo quiero escucharte a ti.
Nicole apoyó la cabeza en su pecho.
—¿Y si yo canto?
—Entonces será mi canción favorita.
Nicole comenzó a tararear una melodía inventada, sin ritmo, sin letra, pero con toda la intención del mundo.
Jackson cerró los ojos.
Este es el sonido que nunca grabaré.
Porque no necesita público.
Porque no necesita perfección.
Porque es ella.
Y eso basta.