Mr. Penguin

Capítulo III | La Bruja

Arribé al cine toda empapada y con el maquillaje corrido, simulando a un payaso. Toda la gente que había asistido corrió a refugiarse al interior del inmueble. La lluvia les había arruinado la celebración.

Todos los involucrados en la producción de la nueva película festejada se juntaron en aquel lugar, ataviados con sus mejores galas y de la mano de sus esposas, esposos, prometidos o lo que sea que fueran sus acompañantes de ellos. Los reflectores y paparazzi que, a pesar del clima, se enfrascaban en retratarlos como seres inalcanzables, alimentando sus egos y ansias de fama.

Y, ahora que lo pensaba, papá no contó a grandes rasgos de qué trataba su última colaboración. A lo mucho mencionó que era sobre mafiosos donde él hacía del jefe de la mafia. Eso levantaba más sospechas porque él siempre nos contaba, a mí y a mamá, con mucho entusiasmo sus futuros proyectos donde él participaba, pero ahora se los reservaba para él. Tal vez le dijo algo a mamá antes de irse, pero no fue con la misma emoción como solía decirlo.

 — ¡Ha llegado la estrella del momento! —anunció un paparazzi—. ¡Vittorio Bellucci! De la mano de su hermosa y sensual coestrella, ¡Roxane Dávila!

Como odiaba ese nombre. Roxane Dávila era una muy famosa actriz por este pueblo abandonado, conocida por haber participado en cientos de películas haciendo al mismo personaje de la femme fatale en turno. Una exuberante mujer por la que cualquier hombre se moriría por tener a su lado.

Por una extraña razón no me agradaba, a pesar de nunca haber cruzado palabra con ella. Simplemente no podía conectar con esa mujer, se me hacía muy falsa y soberbia.

Roxane iba muy agarrada del brazo de papá, como si fueran algo más que solo compañeros de trabajo. Ella mandaba besos y papá saludaba como si estuvieran en un desfile y, claro, ellos eran la principal atracción.

— ¡Vittorio! ¡Roxane! ¡Qué gusto de verlos! —dijo Clementina Posadas, la dueña del cine. Se le fue heredado y ahora era la encargada de mantenerlo en pie, ¿Y cómo sabía esto? Porque papá me lo dijo—. Maldita lluvia. Solo vino a arruinar el tan esperado estreno.

— No te preocupes por eso. El clima no nos impidió estar aquí —esta conversación la mantenían en la zona techada con la taquilla en el centro y los accesos a los lados—. No nos lo perderíamos por nada.

— Bien dicho, Vittorio, Y Roxane, ¡Qué hermosa estás!

— Gracias, Clementina. Me quise arreglar para la ocasión —dijo con vanidad. Hasta pude notar algo de arrogancia en su hablar. Iba ataviada con un ostentoso abrigo afelpado y su largo cabello negro ondulado cubriéndole la espalda—. Vittorio fue a recogerme.

— Es un buen gesto. Ir a recoger a tan respetada dama hasta su casa y más de noche. Eres todo un caballero, Vittorio.

— Solo hacía lo que un hombre debería hacer —le besó la mejilla a Roxane, conmoviendo a Clementina.

— Ay, Vittorio, Roxane. Hacen tan bonita pareja. Derrochan tanto afecto cada que están juntos, ¿Por qué no han decidido casarse de una vez?

Qué ocurrencias decía esa mujer, ¿Casarse? Pero si papá ya estaba casado con mamá, ¿Acaso no lo sabía?

— No se ha dado la oportunidad —respondió papá con cinismo.

— Vittorio, creo que ya es momento de que me des el anillo —Roxane abrazó a papá apoyando su cabeza en su pecho.

Y enseguida todos los paparazzi, incluso Clementina, los alentaron a que se besaran. Ellos sin oponerse y sin pena lo hicieron. Todos les aplaudieron y felicitaron, nombrándolos como la pareja del año.

Y, como un rayo que anunciaba la llegada de la tormenta, caí en cuanta qué era lo que estaba pasando aquí.

— Espero que sean muy felices. No olviden invitarme a la boda.

— Por supuesto. Serás la invitada de honor —Roxane… ahora si tenía razón para odiarla.

— ¿Por qué continuamos aquí afuera cuando hay un grandioso estreno esperándonos? ¡Vamos adentro!

Todos escucharon a papá e ingresaron al inmueble, llevándose su espectáculo a su dichosa función, que ahora formaba parte de un amargo recuerdo que no se podría olvidar jamás.

Me quedé sola, ahí, bajo la lluvia recogiendo los pedazos de mi roto corazón, anhelando no haber descubierto algo que no debía saber.

 




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