Mr. Penguin

Capítulo VIII | Ilusión Rota

Todo lo que viví en aquel corredor creo que solo fue un invento de mi trastornada mente ya que, al percibir la tenue luz de lámparas en el techo, desperté en una sala de cine con las butacas escalonadas y el acceso al vestíbulo principal frente a mí, y la pantalla detrás de mí. Estaba intacta, ni un indicio del ataque de las víctimas había en mí.

Quizás fue una ilusión… hasta que noté un par de cicatrices oscuras que se extendían a lo largo de mi brazo derecho. Parecía que dichas cicatrices lo estaban devorando y poco a poco se iba pudriendo.

— ¿Qué es esto? —las cicatrices empezaron a doler, pero ni mi inmute ante dicho dolor.

Es la marca de la muerte —me respondió la voz del fantasma—. Mi marca ahora esta sobre ti como símbolo de que me perteneces. Ningún hombre más que yo puedo poseerte. No te preocupes, no perderás el brazo. Solo las marcas dolerán porque, al final, el amor duele.

— ¿Utilizaste el miedo como distracción para hacerme esto?

Eres muy lista. En parte fui yo, pero también fueron mis amigos. No les gusta ser molestados por los vivos…

— ¿Dónde estás, enfermo?

Dos hileras más arriba.

Subí unas cuantas escaleras y, en la tercera hilera de butacas, estaba el fantasma con la vista baja y ambas manos tomando el respaldo de un asiento delante de él.

— Eres patético, Mr. Penguin. Me gustaría quitarte esa estúpida máscara y escupirte en la cara ahora mismo —dije para ver su reacción ante mi frialdad.

— Puedes despreciarme, humillarme, hacerme pedazos si así lo quieres pero no me dejes. Me moriría sin ti.

Era extraño como una persona era capaz de perder su dignidad con tal de aferrarse a eso que lo obsesionaba. No lo entendía. Me causaba repulsión. Mr. Penguin era repulsivo, en especial, por lo que me hizo vivir en ese corredor con tal de marcarme el brazo. No obstante, no estaba molesta porque a fin de cuentas el fantasma me dio el poder para torturarlo. Si quisiera podría vengarme y él no lo impediría.

— Esta es la sala 8 —comentó Mr. Penguin—. Ya tiene su tiempo fuera de servicio y a muchos les carcome la curiosidad el por qué de su clausura, ¿Te gustaría saberlo? —volteó a verme.

— ¿Por qué? ¿Es igual de turbio que los muertos en las paredes?

— Si lo quieres ver así, sí.

— Entonces dilo.

— La razón fue… porque un asesinato se cometió aquí —lo sabía. Sabía que tenía que ver con alguna muerte. Cada vez más me impactaba lo que este cine ocultaba—. Una pareja de enamorados fue brutalmente asesinada en esta sala, durante una función de media noche. Clementina, para evitar problemas legales y que le cerraran el cine, les ordenó a sus empleados que se deshicieran de los cuerpos, pero estos ya habían desaparecido. Clausuró la sala con la excusa de estar en mantenimiento y no se volvió a mencionar nada al respecto. Nadie supo quién fue el asesino, solo un mensaje en la pared que decía: “Estoy hambrienta”.

— ¿Tú o tus amigos tuvieron algo que ver en eso?

— No. Solo fuimos espectadores… a ella… no le gusta que nos metamos en sus asuntos…

— ¿Ella? ¿Quién es ella?

Entonces Mr. Penguin giró bruscamente su cabeza hacia el acceso al vestíbulo, evadiendo mi pregunta.

— Alguien se acerca. Agáchate —soltó el respaldo y me jaló para que nos ocultáramos de lo que sea que vinera.

Escuche la puerta del acceso abrirse y pasos que parecía que se acercaba hacia nosotros. Estos ruidos eran también acompañados de cuchicheos y sonidos de besos. Me asomé para dar un vistazo y advertí a esa detestable mujer, Roxane, en una situación muy comprometedora con otro hombre que no era papá.

— Ay, mi Roxane. Estás bien chula. No me hagas ansiarte más —decía el hombre lujuriosamente.

Subieron hasta la hilera de más arriba y enseguida tuvieron sexo. Oír sus gemidos de perra loca en celo hicieron que mi desprecio se convirtiera en un odio profundo que ahora quería desatar sobre ella. No era la única desconcertada ya que el fantasma empezó a temblar, a respirar muy rápido y se llevó las manos a la máscara, como si quisiera quitársela. Era como si tuviera ansiedad.

— Ese hombre… esa mujer… mi vida…

— Mr. Penguin, no me he enterado aún pero, ¿Cómo fue que moriste?

— Mi vida… ellos… tenía un sueño… una meta… pero ellos… —me dio la espalda.

— ¡Ah! ¡Manolo! ¡Dame más!

— Manolo… —de nuevo ese tono áspero cuando algo le molestaba, sumado al hecho de que volvió a tomar el respaldo para clavarle las uñas, muestra de su colera contenida.

Asumí que ese hombre y Roxane tenían algo que ver con la muerte de Mr. Penguin, sacando lo peor del fantasma o, más bien, esos traumas que traía guardados y los sacaba a través de la ira. Mr. Penguin era emocionalmente inestable y eso… me encantaba.

Quise meterle cizaña a esa inestabilidad así que lo abracé por detrás mientras le susurraba al oído:

— Estás sufriendo. Tu pasado ha venido a atormentarme —mi tono comprensivo mezclado con veneno era indistinguible—. El pasado es doloroso pero, ¿Sabes cómo puede sanar ese dolor?




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