Mr. Penguin

Capítulo II | El Mensajero

Las desoladas calles, los negocios cerrados y la falta de gente rondando las aceras le daban un aspecto tétrico a la ciudad. Como un pueblo fantasma. Eran las diez de la noche y conocía a la perfección donde estaba el cine al que papá se dirigía. Los más viejos dirían que una chica como yo no debería andar sola de noche, pero era de las pocas cosas que me importaban.

En algún punto de mi trayectoria me sentí vigilada. Supuse que eran esos sujetos que los más viejos decían que una chica debía cuidarse, aquellos que estaban al acecho en la oscuridad, listos para atacar, secuestrarme, encerrarme y hacer lo que quisieran conmigo. Sería una más de esos cuentos para asustar a las más pequeñas sobre qué les pasaba si no se quedaban en casa. Sonaba aterrador y cruel, pero era la única manera de mantener quietas a las niñas y que no aspiraran a más.

Ha decir verdad uno nunca sabía que había escondido en las sombras, observándote y estudiándote para conocer tus debilidades y usarlas en tu contra. Por eso nunca hay que bajar la guardia y mantenerse atento a lo que sea que pudiera atacar. No obstante, ese uno no era yo ya que estaba muy ensimismada con mis pensamientos que no noté cuando el tacón de mi zapato se rompió, de repente.

 Perdí el equilibrio y me caí, quedando tirada en el suelo como muñeca abandonada. Cuando me reincorporé, hallé el origen de mi incertidumbre: un solitario cuervo posado en un poste de luz, vigilándome con sus profundas pupilas negras, como si me estuviera juzgando.

— Eras tú. Siempre fuiste tú, pequeña peste emplumada —le decía al ave—. ¿Qué es lo que quieres? ¿Has venido a enjuiciarme por los crímenes que cometí? ¿Tanto te importan las miserables vidas de apestosos animales de casa?

Pero el cuervo se mantuvo callado. Estaba haciendo lo que más me inquietaba: me estaba estudiando en silencio para hacerme colapsar y le demostrara mis más profundos miedos.

— Sé lo que quieres, pero no vas a conseguirlo. Búscate a otra víctima a quien perturbar —el ave ni se inmutaba—. ¡Qué es lo que quieres! ¡A qué has venido! ¡Respóndeme!

El cuervo graznó y extendió sus alas, emprendiendo el vuelo y dejándome sola.

 — ¡A dónde vas! ¡Sé que apareciste porque querías algo! ¡Cuál era tu mensaje! ¡Qué querías decirme!

El ave se había esfumado y yo solo parecía una loca gritándole a la nada. Olvidando el asunto del cuervo, me quité los zapatos ya que no tenía caso andar con uno solo puesto y con el otro roto en mano. Me levanté y, en cuanto lo hice, un rayó se escuchó y un aguacero cayo sobre mí. La lluvia arruinó mi aspecto, pero no me regresé a casa. Ya estaba afuera y a punto de llegar al cine por lo que no tenía sentido volver. Continué adelante, descalza y abandonando los zapatos en el poste donde el cuervo hizo acto de presencia.

Quizás el cuervo apareció como un indicio de que mi destino estaba próximo y no debía retractarme. Debía seguir al cuervo. El cuervo era mi guía en este oscuro pozo llamado vida.




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