No estaba triste, tampoco enojada. Era como un punto intermedio, indiferencia podría llamársele pero, ¿Por qué sentiría indiferencia por ver a papá siéndole infiel a mamá? No lo sabía. Yo siempre había sido una chica inexpresiva e indiferente. Aparentemente parecía que no tenía emociones y ni empatía por los demás, hasta cruel podrían tacharme.
Supuse que mi indiferencia era porque papá ya era un adulto y era responsable de lo que hacía. Al final, la culpa y el remordimiento lo carcomerían por dentro hasta destrozar su cordura. Ese era el peor castigo que yo poniéndome en plan de víctima, reclamándole y señalándolo como un monstruo destroza infancias.
Reparé en el cartel luminoso que presentaba la película. En él se apreciaba las siluetas de un hombre caracterizado como mafioso, con una máscara con el pico de un ave que le cubría la mitad del rostro y la femme fatale abrazándolo dramáticamente. Se podía leer:
“Manolo Solís
Presenta a
Vittorio Bellucci y Roxane Dávila
En:
Mr. Penguin”.
¿Mr. Penguin? Ese no parecía ser un nombre convincente para el jefe de una mafia pero bueno, ¿Quién era yo para criticar algo que yo no hice? No era nadie. Y de repente un par de empleados salieron despavoridos del cine, como si estuvieran huyendo de algo, muertos del miedo.
— ¡El cine está encantado! ¡El cine está encantado! —gritaba los pobres diablos—. ¡Los cuervos son una señal de que la muerte está cerca! ¡El fantasma del cine está aquí!
Solo yo los escuché ya que el resto se había ido a ver la función, quedando como un par de locos supersticiosos. Poco me importó sus lloriqueos. Lo que me importaba era papá, mamá, y el engaño descubierto. Dije que me era indiferente pero sentía un vacío, sentimientos de decepción y pesadumbre que me eran difíciles de expresar.
Por fuera no reflejaba nada, pero por dentro era una tortura. ¿Qué haría? ¿Esperar a papá y, con mi sola presencia, hacer que su tormento sea más agonizante? ¿O irme a casa y confesárselo a mamá? Mamá no se lo tomaría muy bien, estaría triste, enloquecería, se hundiría poco a poco hasta que su luz se apagara.
No podría verla a los ojos ni escucharla glorificar a papá después de lo que acababa de descubrir. Me sería imposible guardármelo por mucho tiempo.
— Gianna… —una voz en la tempestad me habló.
— ¿Quién eres? ¿Por qué me hablas?
— Gianna… ven a mí…
— ¿Qué es lo que quieres?
— Sigue mi voz y lo sabrás…
Me nació el deseo de querer seguirla y lo hice. La voz me condujo hasta un angosta y abandonada calle a lado del cine. Estaba oscuro y la lluvia no me permitía ver más allá de mis narices.
— Gianna… no te detengas… estás cerca…
— ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?
— Porque yo te conozco….
— ¿Cómo…?
— Has llegado…
Me detuve. Frente a mí había una única estela de luz que iluminaba a alguien en específico. Ese alguien se veía como una tétrica sombra al final del túnel que me observaba como el cuervo de hace rato.
La sombra, por lo que pude apreciar, portaba una túnica y traía puesta la capucha de esta prenda, pero lo que más me asombraba eran unos ojos totalmente blancos sobre mí y un pico alargado bajo esos ojos.
— Gianna… ven conmigo… —me ofreció su mano.
Su voz era melodiosa y a la vez melancólica que me encantaba. Una voz masculina hipnotizante que me invitaba a soñar. Di unos pasos para alcanzarlo con mi mano estirada queriendo tomar la suya. La tomé y la sombra me atrajo hacia ella para abrazarme.
— Has vuelto a mí y no volverás a escapar…
La sombra me envolvió en sus brazos. Era acogedor que correspondí su abrazo, en especial, porque él tenía un aroma en particular, un aroma muy familiar para mí y que me gustaba oler. Él olía a cadáver.
— ¿Quién eres?
— Llámame… Mr. Penguin…
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Editado: 09.11.2021