Mr. Penguin

Epilogo | Culpable o Inocente

Me encontraba sentada en una silla con una mesa frente a mí, en un salón sin ventanas de una comisaría, jugueteaba con una pluma. Me habían llamado a testificar sobre la polémica que trajo la muerte de Roxane y el cuerpo de Mr. Penguin. En eso, un hombre de traje y sombrero con un portafolio entró, y tomó asiento en otra silla frente a mí. Ahora estábamos cara a cara.

— Buenas tardes, señorita. Mi nombre es Wendell Villegas, trabajo como columnista en el periódico “El Faro” y me vengo a preguntarle sobre el revuelo que se armó en el cine del pueblo.

— ¿Qué quiere saber? —dije sin tanto interés.

— Lo que todo el mundo quiere saber, ¿Cómo fue que hallaste el cuerpo? Sabes que el hallazgo trajo consigo toda una reacción en cadena —puso el portafolio sobre la mesa y lo abrió para extraer de él periódicos que me enseñó—. Juzga por ti misma.

En esos periódicos se podían leer cosas como:

“Popular actriz es asesinada tras premier de su última película. Se desconoce quien fue”.

“Asesina serial de la más buscadas resulto ser popular actriz de Novoa: Roxane Dávila. Sus principales víctimas eran acaudalados actores”.

“Propietaria del cine del pueblo es arrastrada tras hallarse culpable por complicidad”.

“Asesina serial y propietaria resultaron ser primas. Propietaria escondía todo prueba que pudiera inculpar a su prima. Dijo que lo hacía porque le prometieron parte del dinero robado de las víctimas para así mantener el cine”.

“Reconocido director también es acusado de complicidad, confesado por propietaria. Pedía favores sexuales a cambio de su silencio”

“Reconocido director es reportado como desaparecido”.

“Joven actor, que había sido reportado como desaparecido, es declarado muerto tras hallazgo de su cuerpo. Su maleta con sus pertenencias se encontraba en el lugar del hallazgo”.

“Hijo de destacada actriz es asesinado en misteriosas circunstancias”.

“El cine del pueblo es clausurado tras macabro descubrimiento: había cadáveres escondidos detrás las paredes”.

Suspiré y volteé a ver a ese hombre que buscaba respuestas.

— Le diré esto… yo maté a Roxane Dávila —el hombre palideció—.  Sí. Yo lo hice y no siento remordimiento alguno. Clavarle un hacha en su cabeza y oír el crujir de su cráneo fue satisfactorio para mí. No tiene una idea de cuanto lo disfrute.  

La expresión segura de sí misma del hombre fue reemplazada por miedo e intriga. Sacó un pañuelo de su bolsillo y se limpió el sudor de la frente. Guardó silencio.

— ¿Qué pasa, señor? ¿No se supone que quería respuestas?

— Este… ¡Sí! Sí, pero no me esperaba esto.

— Nadie se lo espera ya que nadie se cuestiona mi forma de ser. He de decirle que con lo que pasó muchos me llamaron justiciera por hacer lo que la policía no hace, a otros no les importó y algunos me llamaron víctima del sistema. Inclusive atacaron a papá, llamándolo mal padre por permitir que su pobre e indefensa hija ande sola de noche —hice una pausa—. Papá le fue infiel a mamá con Roxane y cuando supo la verdadera identidad de su amante enloqueció. Asistió a terapia para tratar de borrar de su mente el error que cometió, teniendo el apoyo de mamá para superarlo. Mamá no se enteró del engaño, yo lo sabía pero no se lo dije, solo me disculpé por haberme desaparecido toda la noche. Al final, el peor castigo que papá puede recibir por lo que hizo es la culpa, carcomiéndolo por dentro hasta destruir su cordura por completo.

El hombre se mostraba perplejo, pero interesado en mis palabras.

— Oh, disculpe, señor. Me desvié del tema — me aclaré la garganta—. El punto es que esta sociedad me ve como una salvadora cuando en realidad yo soy…

Un ratón decidió por fin salir de su escondite y, de alguna manera, trepó la mesa para devorar los restos de una galleta que un policía dejó. Comía tranquilamente los retos sin miedo a tenernos cerca. Entonces levanté la pluma y empalé al animal en la mesa. El hombre entró en pánico y tenía claras intenciones de salir corriendo.

— ¡Una genocida que adora arrebatar vidas! Y aquí es donde yo le pregunto a usted —me aproximé un poco a ese hombre y lo miré directamente a los ojos para aumentar su incomodidad.

El hombre tragó saliva. Temía ante la pregunta.

— ¿Qué?

— ¿Soy un monstruo o una heroína?

FIN




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