Me encontraba con la piyama puesta y acomodada en mi cama para dormir. El hombre que quería respuestas no reveló nada a los policías de la comisaría, solo dijo que era una adolescente que no aportaría mucho al caso y que lo mejor era soltarme. Y así fue, a los policías no les interesó escucharme y me dejaron en libertad, pese a la negativa de la sociedad que me veía como una salvadora.
Lo último que me enteré del caso fue que Clementina logró salir bajo fianza y entró en una disputa legal para que le devolvieran el cine. Desconocía si lo logró ya que papá rompió relación con ella, pero la popularidad del mismo ya no volvería a ser la misma.
Volviendo en lo que estaba, mamá y papá me observaban desde el marco de la puerta. Ambos no me hostigaron con preguntas de dónde estaba y cómo surgieron las marcas en mi brazo derecho o la cicatriz en mi mejilla, que eso lo harían después cuando estuviera más tranquila y el alboroto se haya apaciguado.
Estaban ahí como para darme confianza y convencerme que lo que pasó en el cine solo fue un invento de mi mente, y no debería darle importancia. Que a fin de cuentas no había nada a que temerle.
— No tengas miedo. No hay nada en la oscuridad que pueda lastimarte… —comentó papá.
Entonces me dijeron buenas noches, mamá me mandó un beso, apagaron la luz de mi cuarto y cerraron la puerta. Mi vestido rosa manchado con sangre y tierra yacía sobre mi baúl, y el ojo mutilado lo guardé en un cajón de mi tocador.
Me recosté boca arriba en mi cama, pero mis demonios internos aparecieron para atormentarme e impedirme conciliar el sueño por lo que hice un intento y cerré mis ojos.
No obstante, en mi intento por vencer al insomnio, sentí un peso extra sobre mí, un peso extra que se aferraba a mí con desesperación en un asfixiante abrazo, queriendo nunca soltarme. No era la cobija, era algo más ya que hacía ruido y no paraba de acariciarme. Abrí mis ojos y… allí estaba él…
— Hola, mi amor —su aterrador rostro estaba próximo al mío.
— Mr. Penguin —dije sin tanta sorpresa—. ¿Qué haces aquí?
— Me sentía algo solo en el cine y pensé que lo mejor sería visitar a mi amada, verla dormir y que nadie que no sea yo perturbe su sueño.
— ¿Me seguiste?
— Por supuesto. Abras dicho que no nos volveríamos a ver y que tú solo serías el recuerdo de un amor sin futuro pero… no me importa. Eres mía por derecho y no dejaré que te me escapes. No podrás deshacerte de mí, las marcas son prueba de ello. Estamos destinados a estar juntos por la eternidad.
— Eres un enfermo obsesivo, Mr. Penguin.
— Pero un enfermo obsesivo por ti. Permíteme darte mi veneno —me besó.
No me opuse ya que me daba igual lo que él hiciera. Admito que tenerlo alimentando mi ego era satisfactorio para mí. La intuición me decía que él no haría caso a mis palabras y terminaría siguiéndome, quedó comprobado. Y, al separar sus labios de los míos, yo le pregunté:
— ¿Eres consciente de que no tendré dieciséis para siempre? Que algún día creceré, dejaré de ser joven y me volveré una adulta.
— Soy consciente de ello. Es por eso que estaré aguardando por ti, visitándote cada noche para demostrarte mi amor, mirando desde lejos cada cosa que hagas, esperando el momento en que ya no respires y tu corazón se detenga, y finalmente sucumbas ante el sueño eterno llamado muerte.
— ¿Esperaras hasta mi muerte?
— Sí —contorneó mi rostro con su fría mano—. Hasta que la muerte nos una… —me dio un último beso—. Dulces sueños, mi hermosa Gianna…
Se esfumó en la oscuridad de mi habitación, dejando las camelias rosas a mi alrededor como prueba de que estuvo aquí y que todo lo que pasó en el cine fue real.
Papá estaba equivocado porque al final, en la oscuridad, sí había algo que pudiera lastimarte.
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Editado: 09.11.2021