Mr. Penguin

Extra II | Sala Ocho

Una pareja de adolescentes iba de camino al cine del pueblo. Habían planeado tener una cita en la función de media noche ya que a esa hora nadie asistía al establecimiento y por ende nadie los molestaría. Tendrían la sala solo para ellos. Compraron sus respectivas entradas en la taquilla y, desbordando su amor como si no hubiera un mañana, se dirigieron a la sala ocho donde la función se llevaría a cabo.

Ingresaron a la sala siendo ellos los únicos dentro de la misma, tomaron asiento en una hilera de butacas en el centro, las luces se apagaron y la cinta fue proyectada. La chica apoyó su cabeza en el hombro del chico y él la rodeó con su brazo, y de esta manera vieron la película. No obstante, como a la mitad de la función, la pareja dejó de prestarle atención a la cinta para proceder a intercambiar besos y caricias.

— No deberíamos hacer esto aquí… —decía la chica—. Siento que no es correcto…

— Oh, tranquila. Nadie nos va a ver. Están más ocupados en sus asuntos que en nosotros —dijo el chico seguro de sí mismo, convenciendo a su novia de continuar esparciendo su amor.

— Está bien. Te creo —y volvieron a besarse.

Al no prestarle atención a la película no se percataron cuando los diálogos de los personajes no correspondían al audio de la cinta si no a la de una voz femenina, como a la de una niña.

— Estoy hambrienta, estoy hambrienta —decía aquella voz a través de los personajes, pero la pareja no la escuchó.

La proyección se apagó de golpe, sorprendiendo a la pareja ya que aún no era la hora en que la función terminaba. Supusieron que debido al horario nocturno los empleados asumieron que ya no había nadie y por eso la quitaron. Así fue en primera instancia hasta que la chica sintió que algo le jalaba su pie. Ella alarmada se arrojó a los brazos de su novio, buscando protección en él. El chico lo tomaría a broma si no fuera porque a él le ocurrió lo mismo.

— ¡Ah! ¡Algo jaló mi pie! —exclamó el chico igual de alarmado que la chica.

Y al exclamar dichas palabras las luces volvieron como una luz roja.

— ¿Qué está pasando? —dijo la chica.

— No lo sé, pero creo que será mejor que nos vayamos.

La pareja se levantó de las butacas y, al querer bajar para salir de la sala, la cosa que les jaló los pies lo hizo nuevamente, pero ahora de manera violenta como queriendo arrancárselos. Se fue contra la chica y ella empezó gritar asustada. Se sujetó de su novio y él entre forcejeos impidió que la cosa se la llevara, la cosa solo consiguió quitarle los zapatos los cuales devoró.

Ambos atemorizados corrieron hacia la salida sin soltarse de las manos, pero al arribar a la salida esta fue sellada con una pared.

— ¡Auxilio! ¡Sáquenos de aquí! —el novio golpeaba la pared con su puño cerrado, esperanzado de que alguien viniera en su rescate pero fue inútil. Estaban atrapados dentro de esa extraña sala.

— Estoy hambrienta, estoy hambrienta —se hizo oír la voz infantil.

— ¿Qué fue eso? Oh, Dios, Charly, tengo miedo —la chica abrazó a su novio.

 — Yo también, amor, pero no permaneceremos aquí. Hay que buscar una salida —la chica se separó de él y una vez más se tomaron de la mano—. No hay que separarnos, ¿De acuerdo?

— De acuerdo.

El chico besó a la chica y regresaron por donde vivieron y en esta ocasión fueron recibidos por un recuadro blanco, debajo de la pantalla, cuyos bordes revelaban una luz blanca del otro lado. Era la salida de emergencia, justo lo que necesitaban.

Celebraron su hallazgo, pero todavía era muy pronto para cantar victoria ya que dicha salida era custodiada por una extraña criatura con la cabeza baja que les impediría el paso. La pareja, cuidando su distancia, se aproximó a ella.

— Q-Queremos pasar —al chico le fue imposible disimular su miedo.

La criatura levantó su cabeza asustando más a la pareja. La criatura tenía unos alargados brazos con su cuerpo esquelético con piel encima, la boca cocida, calva, la esclerótica negra y pupilas blancas. El monstruo que se adueñó de la sala ocho estaba frente a ellos.

Hizo un ademan pidiendo algo a cambio para permitirles el paso.

— N-No tenemos nada. S-Solo permítenos pasar, por favor.

La criatura gruñó y molesta pescó al chico de un brazo. Lo apretó tan fuerte que parecía que iba a rompérselo, la mueca de dolor del chico lo delataba. Con esa acción dio a entender que alguien debía quedarse como forma de pago y solo uno podía cruzar el umbral. Al agarrarlo del brazo las puertas se abrieron siendo cegados por una luz blanca, la luz que se colaba por los bordes.

— Amor, ve tu. Yo me quedo —dijo el chico resignado.

— ¡Qué! ¡No! No voy a dejarte.

— Tienes que hacerlo. Solo uno puede salir de aquí.

— Pero…

— ¡Solo hazlo!

La chica lo vio por una última vez y soltó su mano. Atravesó el umbral, temerosa de lo que pudiera haber del otro lado, dejando al chico a merced de la criatura quien desapreció cuando una profunda oscuridad la engulló.




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