El reloj de la sala marcaba las nueve en punto cuando la música del exterior alcanzó un nuevo nivel de estruendo. Las luces de la fiesta parpadeaban a través de la ventana del cuarto de Lucas, dibujando sombras inquietantes en las paredes. De repente, un golpe sordo resonó en la puerta de la entrada principal. Tres golpes más, rápidos y urgentes, como si alguien estuviera desesperado por entrar. Levantó la vista, sus ojos acostumbrados a la penumbra, observando la puerta de su habitación como si pudiera ver a través de ella. Los golpes continuaron, más insistentes. Sabía que tarde o temprano alguien vendría a buscarlo, preocupado por su ausencia. Sin embargo, algo en esos golpes le hizo sentir una punzada de angustia.
Se levantó lentamente, sus pies descalzos rozando el suelo frío. Cruzó la habitación en silencio y abrió la puerta de su cuarto con cautela. El pasillo estaba vacío, pero los golpes seguían resonando. La casa, generalmente acogedora, parecía ahora una cáscara vacía, sus sombras alargadas y temblorosas. Llegó a la sala y se detuvo frente a la puerta principal, su mano temblando mientras se extendía hacia el pomo. Una voz susurrante, apenas un murmullo, se filtró a través de la madera:
— Lucas... abre la puerta… – Retrocedió un paso, su corazón latiendo con fuerza en el pecho.
Esa voz... no era la de ningún vecino, ni la de algún amigo preocupado. Era un susurro helado, carente de emoción, que hacía eco en su mente con una insistencia inquietante.
— Lucas… – Volvió a llamar la voz, esta vez con un tono más fuerte.
Las luces de la fiesta parpadearon, como si la energía misma se viera afectada por la presencia de esa voz. Tomó una decisión rápida: no abriría la puerta. No hasta entender qué estaba pasando. Corrió de vuelta a su cuarto, cerrando la puerta con fuerza y apoyándose contra ella. El silencio volvió a reinar, pero no era un silencio pacífico; era denso, opresivo. Las risas y la música del exterior parecían cada vez más distantes, como si se estuvieran alejando en un túnel sin fin.
De repente, el teléfono sobre su mesa de noche vibró, iluminando la oscuridad con su pantalla. Un mensaje apareció: “No confíes en la voz. No abras la puerta. Busca en el sótano.” Lucas tragó saliva, su mente llena de preguntas y temores. ¿Quién le estaba enviando ese mensaje? ¿Qué había en el sótano que debía encontrar? Y lo más perturbador, ¿por qué no debía confiar en la voz? Tomó una linterna de su cajón y se dirigió hacia la escalera que llevaba al sótano. Cada paso que daba hacia abajo, el frío se intensificaba, y la oscuridad parecía envolverlo más y más. La puerta del sótano estaba entreabierta, como si alguien hubiera entrado recientemente. Encendió la linterna y se adentró en la penumbra, sus ojos escudriñando cada rincón. De repente, la luz de la linterna iluminó algo en el suelo: un viejo diario, con las páginas amarillentas y la cubierta desgastada. Lo recogió con cuidado, sintiendo que ese objeto guardaba respuestas cruciales. Al abrir la primera página, reconoció la caligrafía. Era de su abuelo, quien había muerto años atrás en circunstancias misteriosas. La primera entrada era tan inquietante como el silencio que había invadido su casa: “Si encuentras este diario, Lucas, significa que ellos están cerca. No confíes en las sombras. No abras la puerta.” El corazón de Lucas dio un vuelco. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, pero el cuadro que formaban era mucho más aterrador de lo que jamás hubiera imaginado.
Lucas sintió que la sangre se le helaba en las venas. Con el diario en una mano y la linterna en la otra, se adentró más en el sótano, buscando respuestas. Las paredes, cubiertas de polvo y telarañas, parecían cerrar el espacio alrededor de él, haciéndolo sentir atrapado. Siguió leyendo el diario, pasando las páginas con manos temblorosas. La siguiente entrada decía: “Lucas si estás leyendo esto, significa que nuestra familia está en peligro. Durante generaciones, hemos sido perseguidos por algo que no pertenece a este mundo. No confíes en la voz. La única manera de protegerte es encontrar la llave oculta en este sótano.” Una llave. ¿Una llave para qué? La mente de Lucas estaba llena de preguntas sin respuestas. Avanzó unos pasos más y sintió algo bajo su pie. Alumbró con la linterna y vio una pequeña caja de madera medio enterrada en el polvo del suelo. Se agachó y la abrió con cuidado. Dentro, encontró una llave antigua, oscura por la oxidación, pero claramente tallada con símbolos que no reconocía. De repente, un estruendo se escuchó desde arriba. Alguien o algo había entrado en la casa. Las pisadas pesadas resonaban por el pasillo, acercándose. Lucas apagó la linterna y se quedó en la oscuridad, conteniendo la respiración. Las pisadas llegaron hasta la puerta del sótano y se detuvieron. El silencio era abrumador.
—Lucas… – susurró de nuevo la voz, esta vez con un tono burlón — Sabemos que estás aquí.