La puerta del sótano se abrió lentamente, y una figura oscura se delineó en el umbral, apenas visible en la penumbra. Lucas retrocedió, buscando desesperadamente un lugar donde esconderse. Encontró una vieja estantería y se ocultó tras ella, intentando no hacer ruido. La figura descendió lentamente las escaleras, cada paso resonando como un martillo en la mente de Lucas. La silueta parecía humanoide, pero había algo extraño en ella, algo que hacía que la piel de Lucas se erizara. La figura se detuvo en el centro del sótano y habló de nuevo, su voz reverberando en las paredes de piedra.
— Lucas, no tiene sentido esconderse. Pronto serás uno de nosotros.
El pánico lo inundó, pero una determinación feroz se apoderó de él. No dejaría que esa cosa lo atrapara. Sujetando la llave con fuerza, se deslizó fuera de su escondite y se dirigió hacia una pequeña puerta en la pared trasera del sótano, una puerta que nunca antes había notado. Encajó la llave en la cerradura, rezando para que funcionara. La figura detrás de él se giró al oír el ruido, sus ojos brillando con una malicia inhumana. Lucas giró la llave y la puerta se abrió con un chirrido. Sin pensarlo dos veces, cruzó el umbral y cerró la puerta tras él, girando la llave de nuevo para asegurarse de que la figura no pudiera seguirlo. Al otro lado, encontró un túnel largo y estrecho que parecía descender aún más en la tierra. Con el corazón latiendo a mil por hora, comenzó a caminar por el túnel, esperando que llevara a algún lugar seguro, o al menos, lejos de la entidad que lo perseguía. Sabía que no podía detenerse, que debía seguir adelante. Lo que sea que le esperaba al final del túnel, tendría que enfrentarlo. Pero, al menos por ahora, había logrado ganar un poco de tiempo.
El túnel parecía interminable, sus paredes de piedra rezumaban una humedad gélida que calaba hasta los huesos de Lucas. Con cada paso, sus pensamientos se agolpaban, tratando de hacer sentido de las advertencias en el diario y de la ominosa figura que había irrumpido en su hogar. La luz de la linterna apenas lograba penetrar la oscuridad, creando sombras que danzaban y se retorcían en las esquinas de su visión. De repente, Lucas tropezó y cayó de bruces al suelo. La linterna rodó varios metros adelante, apagándose con un chasquido seco. Maldijo en voz baja, palpando el suelo en busca del aparato. En la oscuridad total, los sonidos se amplificaban, y podía oír su propia respiración acelerada y el latido frenético de su corazón.
Finalmente, encontró la linterna y la encendió, sólo para descubrir que había caído frente a una gran puerta metálica, cubierta de los mismos símbolos que la llave. Se levantó lentamente, sus manos temblorosas mientras introducía la llave en la cerradura y giraba. La puerta se abrió con un quejido ensordecedor, revelando una cámara oculta al otro lado. La cámara estaba iluminada por velas dispuestas en un círculo en el centro de la habitación. En el suelo, vio un círculo de protección dibujado con sal y dentro de él, un pedestal con un libro antiguo y un espejo de mano, ambos cubiertos de polvo. Lucas sintió una extraña atracción hacia el espejo, como si algo en su interior lo llamara. Se acercó al pedestal, pasando un dedo por la superficie del espejo, removiendo el polvo. En el reflejo, vio su propio rostro, pálido y demacrado, pero detrás de él, la figura oscura se materializó, observándolo con ojos llenos de malevolencia. Lucas giró sobre sus talones, pero la figura no estaba allí. Respiró hondo, tratando de calmarse, pero la sensación de ser observado persistía.
Tomó el libro y comenzó a leerlo. Las páginas estaban llenas de símbolos y textos en una lengua que no conocía, pero en una de las páginas, encontró un dibujo que reconoció al instante: el sótano de su casa, con la misma puerta secreta y el túnel. Las notas al margen hablaban de un ritual para sellar a los "Seres de las Sombras", una práctica que debía realizarse a medianoche para tener éxito. Mientras intentaba descifrar el resto del texto, una sensación de irrealidad se apoderó de él. Los sonidos se volvían más distantes, y las paredes parecían ondular levemente. Lucas sacudió la cabeza, tratando de despejar la niebla mental que lo invadía. Miró el reloj en la pared de la cámara: faltaban pocos minutos para la medianoche. Sintió una urgencia renovada y se preparó para realizar el ritual. Colocó el espejo en el centro del círculo de protección y comenzó a recitar las palabras que había encontrado en el libro, esperando que estuvieran correctas. A medida que recitaba, la habitación comenzó a temblar, y una fuerza invisible parecía empujar contra las barreras del círculo. Las velas parpadearon y la figura oscura apareció de nuevo, esta vez al otro lado del círculo, observándolo con una sonrisa torcida.
— Es inútil, Lucas – susurró la figura, su voz reverberando en la cámara. — No puedes escapar de nosotros.