—Debes concentrarte, Lucas —dijo Ingrid, su voz calmada pero firme. —Lo que vamos a hacer requiere toda tu atención y voluntad. Las sombras se alimentan del miedo y la duda, pero si te mantienes firme, si confías en tu propia fuerza, podremos enfrentarlas.
Lucas asintió, cerrando los ojos para concentrarse. Sintió cómo el ambiente a su alrededor comenzaba a cambiar, como si el espacio mismo se estuviera distorsionando. El círculo bajo sus pies emitía un leve resplandor, y la temperatura en la habitación descendió bruscamente.
De repente, el aire se llenó de susurros, voces bajas y ominosas que parecían provenir de todas direcciones a la vez. Lucas abrió los ojos y vio que la habitación estaba oscurecida, las paredes parecían más lejanas, y las sombras que había en cada rincón se movían, acercándose lentamente hacia el círculo.
Ingrid comenzó a murmurar palabras en un idioma que Lucas no reconocía, su voz aumentando en intensidad mientras alzaba las manos hacia el cielo. Las sombras parecieron vacilar ante su canto, pero no retrocedieron. En cambio, se arremolinaron en torno a Lucas, formando figuras distorsionadas que lo rodeaban.
Una de las sombras avanzó más, tomando forma, y ante los ojos de Lucas, se transformó en una figura humana. Era un hombre, de aspecto desaliñado y con los ojos llenos de desesperación. Lucas reconoció de inmediato a su padre, o mejor dicho, a lo que quedaba de él. Su figura era etérea, una sombra de lo que alguna vez fue.
—Lucas... —la voz de la sombra era un eco distante, como si proviniera de otro mundo. —No puedes escapar de lo que eres.
Lucas retrocedió, su corazón latiendo con fuerza. Era su padre, o al menos, la sombra de su padre. Un recuerdo distorsionado, convertido en algo oscuro y amenazante.
—No eres real... —susurró, tratando de convencerse tanto a sí mismo como a la sombra.
—Soy tan real como tus miedos —respondió la sombra, avanzando hacia él. —Todo lo que has tratado de olvidar, todo lo que has reprimido, soy yo.
Ingrid continuaba recitando sus palabras, su voz cada vez más fuerte, pero Lucas podía sentir cómo las sombras lo rodeaban, alimentándose de sus dudas, de su dolor. Sabía que si no hacía algo, terminarían por consumirlo.
—¡No! —gritó, levantando las manos como si pudiera detenerlas físicamente. —¡No soy como tú! ¡No voy a dejar que me destruyan!
La sombra de su padre se detuvo por un momento, observándolo con ojos vacíos.
—Siempre fuiste más fuerte de lo que creí —murmuró, antes de desvanecerse en la oscuridad.
Pero las sombras no desaparecieron. En su lugar, comenzaron a fusionarse, creando una figura mucho más grande y amenazante. Era una amalgama de todas las sombras, de todos los miedos que Lucas había acumulado a lo largo de su vida.
Ingrid, viendo la gravedad de la situación, cambió el tono de sus palabras, su canto ahora más agresivo, más demandante. El círculo brilló con más intensidad, y la figura de sombras pareció retroceder ligeramente, pero su presencia seguía siendo abrumadora.
Lucas, aún temblando, supo que no podía contar solo con Ingrid. Tenía que enfrentarse a esa oscuridad por sí mismo, pero no sabía cómo. Las sombras eran parte de él, lo sabían todo sobre él, sus secretos más oscuros, sus fracasos más dolorosos.
—Lucas —la voz de Ingrid llegó a él como un faro en medio de la tormenta. —Recuerda lo que te dije: las sombras no tienen poder si no se lo das. No eres el niño asustado que fuiste, eres más fuerte ahora. ¡Enfréntalas!
Lucas sintió una chispa de coraje encenderse dentro de él. Era cierto. Había pasado por tanto, había sobrevivido tanto. No podía dejar que las sombras definieran su vida. Con ese pensamiento en mente, plantó los pies firmemente en el suelo y enfrentó a la figura gigantesca de sombras.
—No me perteneces —dijo, su voz más firme de lo que esperaba. —Ya no.
La figura de sombras vaciló, como si las palabras de Lucas la hubieran golpeado. Ingrid aprovechó el momento y elevó sus manos, lanzando una luz brillante desde el centro del círculo. La luz atravesó las sombras, y estas comenzaron a desintegrarse, perdiendo su forma, su poder.