Mørk Arv

Capitulo XX

Al bajar las escaleras, el aire se volvió helado. Lucas sintió una punzada de miedo cuando se dio cuenta de que las sombras no eran solo ilusiones. Clara encendió la linterna, revelando antiguos símbolos grabados en las paredes y objetos cubiertos de polvo que parecían contar historias de sufrimiento y sacrificio.

—Lucas, esto no me gusta —dijo Clara, con la voz temblorosa—. Deberíamos irnos.

Pero Lucas, impulsado por una curiosidad inquietante, continuó avanzando. En el centro de la sala había un altar antiguo, cubierto de velas derretidas y restos de lo que parecía ser un ritual interrumpido. Una extraña sensación lo invadió, como si las voces de aquellos que habían estado allí antes lo llamaran.

—¿Escuchas eso? —preguntó Lucas, mientras se acercaba al altar.

—No, no me gusta esto. Debemos salir —insistió Clara, tirando de su brazo.

Pero en ese momento, las velas comenzaron a encenderse solas, proyectando sombras danzantes alrededor de la habitación. Lucas sintió que algo lo arrastraba, una presencia oscura que emanaba del altar. Clara gritó, y Lucas, atrapado en un trance, no pudo resistir la atracción.

De repente, un grito desgarrador resonó en el sótano, y Lucas cayó al suelo, la visión nublándose. La última imagen que vio fue la figura de su abuelo, pero no como lo recordaba; era un rostro distorsionado, con una sonrisa que congeló su sangre.

Cuando despertó, Clara estaba a su lado, temblando y llorando.

—¿Qué pasó? —preguntó, pero Lucas no sabía qué responder. La atmósfera en el sótano había cambiado. Algo había sido desatado.

—Debemos irnos —dijo Lucas, levantándose con dificultad.

Mientras subían las escaleras, un eco resonante llenó el aire, como risas burlonas. Lucas y Clara miraron hacia atrás, y a través de la sombra se vislumbraron las siluetas de las figuras de la foto, sonriendo y susurrando.

Al salir de la casa, Lucas sintió una profunda desesperación. La carretera los recibió con un silencio inquietante, y aunque estaban afuera, una sombra se cernía sobre ellos, como si la casa jamás los hubiera dejado ir.

Los días pasaron, y la sensación de ser observados se intensificó. Las pesadillas no cesaron; incluso la luz del día parecía más tenue. Una noche, mientras Clara dormía, Lucas decidió investigar en su computadora sobre su familia y el oscuro legado que habían encontrado en la casa. Lo que descubrió lo dejó helado: su familia había estado involucrada en rituales antiguos, buscando poder a través de sacrificios. Aquellos que habían mirado hacia atrás, como advertía el libro, estaban condenados a sufrir las consecuencias.

Un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de que la risa burlona de esas figuras aún resonaba en su mente, como un recordatorio de que la oscuridad que habían desenterrado no solo existía en el pasado, sino que también estaba en su presente.

A la mañana siguiente, Clara desapareció. Lucas la buscó frenéticamente, pero no había rastro de ella. A medida que la desesperación se apoderaba de él, sintió que la risa burlona de las figuras resonaba en su mente. La sombra que había despertado en la casa se había extendido hasta su vida, y ahora, atrapado entre la memoria y el horror, comprendió que nunca podría escapar de lo que habían desenterrado.

En la soledad de su habitación, la última imagen que tuvo de Clara fue la de su rostro sonriente, como el de los extraños en la foto. Ahora, solo le quedaba la pregunta que lo atormentaba: ¿había algo que pudiera hacer para liberarse de esta oscuridad, o estaba destinado a ser parte de ella para siempre? La risa burlona se volvió un eco constante, prometiendo que el ciclo jamás terminaría.




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