Mucho más que esto

Capítulo 2

Yo vivía con mi padre, mis dos hermanos y hermanita menor de siete años. Cuando creces ya no te es suficiente unos minutos en el baño porque debía compartirlo entre todos, era frustrante ser la única chica. Claro, estaba mi hermana, pero mientras no le llegara su primer periodo todo iba viento en popa para ella, por lo que ella tendría varios años más de felicidad.

Mis hermanos y yo decidimos hacer una tregua cuando la situación del tiempo en el baño se estaba convirtiendo en una guerra mundial todos los días. Mi papá y yo también hicimos tratos con respecto a las comidas en mis días libres y las cenas a diario. Papá pasaba mucho tiempo en el trabajo, lo habían ascendido hace algunos años y estaba feliz por él, pero ya no lo veíamos tan seguido. Últimamente se trataba de mis hermanos y yo.

Me había pasado parte de la noche buscando entre mi guarda ropa para ver qué utilizar en la actividad comunitaria. Pero cuando Charlie, mi hermano menor de dieciocho años, pasó por mi habitación, me recordó vilmente que la obra comunitaria tenía su camiseta de uniforme.

Revisé mi reloj rápidamente y me arreglé para la universidad. Recogí mi cabello en una coleta alta y la hice una pequeña y mal hecha trenza. Metí la camisa del uniforme en el bolso, y entonces salí.

Jassy, mi hermana menor, degustaba torpemente de sus cereales coloridos sin cubiertos cuando entré en la cocina. Charlie prepara unos huevos fritos y Eddie picaba una fruta. Me senté frente al mesón principal de la cocina junto a Jassy, tiré mi bolso a un lado sobre el suelo y me giré hacia ellos.

—¿Me preparan algo a mí? —pregunté, no muy convencida de una respuesta positiva.

Charlie y Eddie se rieron.

—Si quieres, pero dudo que quieras comer las tortillas que Charlie está quemando—señaló Eddie.

Observé a Jassy comer liberalmente con sus deditos.

—Tú deberías aprender a comer con cubiertos—le reproché a Jassy.

Ella me miró indiferente y suspiró.

—¿Alguien puede decirle a Sam que éste país es libre?—replicó Jassy, rodando los ojos.

Todos la miramos sorprendidos.

—No hay que dejar que vuelva a ver el canal de las noticias—bromeó Charlie mientras revolvía los huevos en la sartén sobre la estufa.

El olor a quemado se extendía por toda la cocina, pero él parecía satisfecho con sus huevos quemados.

—¿Alguien más se da cuenta de que Charlie puede comenzar un incendio? —objeté.

Jassy se encogió de hombros. Y Eddie esquivó una gota de aceite que saltó en su dirección.

—Él sabe que la sartén que use debe lavarla, o dejar cinco dólares para la persona que lo quiera lavar—Eddie señaló a Charlie con un tenedor severamente.

De repente la sartén que estaba usando Charlie se encendió en fuego. Eddie corrió y echó agua sobre los huevos, entonces pagó la estufa.

—¡Mis revueltos! —exclamó Charlie.

—Creo que dejará los cinco dólares—murmuró Jassy.

—Como sea—resopló Charlie, antes de salir de la cocina—. ¡Iré a vestirme!

—Deja tus cinco dólares—le ordenó Eddie.

Charlie se detuvo a medio camino y resopló con más fuerza. Entonces se devolvió y sacó de su bolsillo un par de billetes y unas monedas.

—¿Quién rige el gobierno de esta casa? Quiero comenzar una revolución—replicó Charlie.

—Ve a cambiarte o llegarás tarde—le ordenó Eddie—. Luego te doy dinero para el desayuno.

—Por eso digo que me gusta vivir aquí—dijo Charlie con emoción. Entonces salió de la cocina.

Eddie negó con su cabeza y una sonrisa perpleja. Pero entonces se giró hacia mí.

—Como sea. ¿Cómo te fue ayer en la universidad?—preguntó Eddie, sentándose frente a mí, pero del otro lado del mesón.

—Pues, bien. Es una buena universidad, no hay musicales ni chicos malos con hormonas disparadas y porristas malignas.

Eddie se echó a reír.

—Ya nada es como antes—suspiró Eddie, bromeando—. ¿Ya tienes amigos? Esa es la parte más difícil.

Eddie agarró el tazón del cereal ya vacío de Jassy y lo llevó hasta el fregadero.

—¿Conseguiste amigos?—preguntó de nuevo.

—Sí, un chico—contesté.

—¿Es un chico?

—Se llama Idan.

—¿Por qué no una amiga? —inquirió Eddie, inquisitivamente.

Me levanté del banco cuando revisé la hora en mi teléfono, entonces tomé mi bolso del piso.

—¿Tienes algún prejuicio sobre eso? —me reí.

—No, pero usualmente se busca amistad en…

—Patrañas—bufé—. ¿Qué hay de Julián y yo?

—Sí, eso—Eddie sonrió—. Hoy tienes reunión, ¿verdad? Puedo ir por ti.

—Gracias, yo te llamaré.

Estuve a punto de irme cuando Eddie me detuvo de nuevo.




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