Finalizaba el lunes y para Jessie, el reloj parecía haberse aliado con sus enemigos. El paso de los minutos de las 6:55pm a las 7:00pm eran eternos, más aún, al encontrarse en el trabajo.
Estaba ansiosa por irse. Trazaba líneas en un papel sin sentido alguno, solo para pasar el rato.
Debió aprovechar aquel tiempo para terminar una de las tareas pendientes que tenía en la revista, pero se sentía tan saturada que solo veía líneas torcidas en su cabeza y ninguna quería enlazarse con sus hermanas para comenzar a esbozar alguna imagen.
Todas preferían mantenerse alejadas, como ella.
Cuando al fin sonó la alarma, sus compañeros se levantaron de las sillas y empezaron a recoger sus pertenencias.
—¿Nos vamos juntas? —preguntó una de sus compañeras.
—Lo siento, voy apurada. Debo hacer algo antes —mintió.
Como ya había hecho una pila con los documentos que se llevaría, logró salir de primera, sin esperar a nadie. Quería estar sola.
Aquella hora era un infierno en la estación del Metro, si se apresuraba, tendría más posibilidades de superar a la marejada de personas que usaban el servicio y llegar pronto a su departamento.
Se pasó ese día en el trabajo haciendo nada. Simulaba elaborar diseños que luego lanzaba en el cesto de basura, ya que le era difícil concentrarse.
Por esa razón se llevaba el material a casa. Pretendía realizar algún avance esa noche y así no estar con las manos vacías al día siguiente, cuando su jefe pasara por su cubículo a evaluar su desempeño. Al final de esa semana debía entregar los diseños terminados.
Salió del edificio sin despedirse. Se escurrió entre el gentío que inundaba las calles de Brooklyn con la cabeza gacha y oculta bajo la capucha de su abrigo rojo.
Así evitó que su compañera de la recepción la divisara y también quisiera viajar con ella mientras le narraba, por todo el camino, sus interminables conflictos de cama. Ella tenía sus propios problemas en qué pensar.
La nula dedicación que desde hacía días le venía dedicado a sus responsabilidades se debía a las incesantes llamadas de su madre y los e-mail de su padre. Ambos le exigían que tomara una decisión para antes del fin de semana.
La pareja había decidido separarse una semana atrás, luego de vivir durante años una vida de discusiones, abandonos y mentiras. Jessie tenía que elegir con quién pasaría las navidades.
Su madre se había ido a Maryland a vivir con su hermana y su padre se marchó a Rhode Island, a experimentar la vida de playa con su amante y el hijo pequeño de esta, en las costas de Narragansett.
Ambos deseaban que ella se quedara durante las fiestas con ellos. Su madre pretendía convencerla asegurándole entre llantos que la necesitaba, pues su dolor por la pérdida de su matrimonio era difícil de soportar, y su padre le insistía en que conociera a su nueva familia y la recibiera como suya, eso lo ayudaría a superar el cambio y a no sentirse tan culpable.
El problema era que Jessie no quería estar con ninguno.
Aquella sería su primera Navidad sin la familia, pues hasta Marie, su hermana menor, decidió escapar con su novio a California abandonando sus estudios universitarios, para no responder a las constantes llamadas o los mensajes que le enviaban sus padres recién divorciados.
Jessie hubiese querido actuar de la misma manera. Ignorar lo ocurrido y hacerse la desentendida marchándose lejos, para así no tener que soportar las penas ni exigencias de nadie, pero no tenía corazón para actuar de esa forma. O tal vez, tenía uno muy grande.
Sus padres sufrían y buscaban consuelo en ella, y a ella nadie la consolaba. No solo había perdido a una familia, sino también su casa, porque su madre decidió poner el hogar en venta para no conservar recuerdos de su esposo.
Jessie ya no tenía a dónde ir los viernes a comer luego de salir del trabajo ni celebraría más fiestas rodeada por sus dos padres. Esa realidad le dolía, y el hecho de que faltara poco para Navidad empeoraba su situación.
Su mundo se había roto. Sus tradiciones y costumbres tomaron una dirección diferente y de manera repentina. Una semana atrás planificaba los regalos que debía comprar para la nochebuena y la nueva receta de postre que prepararía por recomendación de una amiga. Ahora ya no tenía padres juntos, su hermana había desaparecido y su casa de la infancia pronto pertenecería a otro.
Debía elegir entre Maryland y Narragansett, o ir a California a levantar cada piedra de ese lugar en busca de la imprudente de Marie.
Tenía que tomar una decisión, todos esperaban por ella, pero esa noche eligió llegar cuanto antes a su departamento, quitarse las cinco capas de abrigos que llevaba encima y darse un baño con agua caliente para limpiar su cabeza de brumas.
Luego se tomaría un somnífero y se tumbaría en la cama a dormir, con el teléfono y su tableta desconectados. De esa forma se olvidaría de todo, y de todos.
Llegó a la esquina donde solía tomar el bus que la acercaría a la estación del Metro sintiendo una presión en el pecho y un cansancio general que le hacía doler cada centímetro de su cuerpo.
El bolso le pesaba, porque el teléfono estaba lleno con mensajes enviados por sus padres queriendo saber de su decisión y pidiéndoles que les informara de su hermana.
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Editado: 05.12.2025