El día de trabajo no pudo ser más pesado para Jessie. El hecho de no haber tenido ningún tipo de avance que presentarle a su jefe le trajo más problemas de los que había supuesto.
—¿Qué está sucediendo? Esto no es propio de ti.
—He tenido unos días malos, es todo —se justificó cabizbaja.
—Todos tenemos días malos, Jessie, pero eso no justifica que hagamos mal nuestro trabajo. Debemos ser profesionales.
—Le prometo que tendrá resultados positivos para mañana.
—¿Para mañana? Necesito resultados para hoy.
Ella respiró hondo, para evitar que el hoyo que se abría en su pecho siguiera profundizándose.
—Me esforzaré.
El hombre gruñó disconforme.
No solo tuvo que soportar una cantaleta larga e incómoda sobre responsabilidad, sino además, como castigo, su jefe le pidió que editara un sinfín de imágenes que utilizarían para varios artículos de la revista.
Se pasó el día peleando con el programa de edición que parecía haberse contagiado con sus malas vibras, ya que en esa ocasión se le ocurrió funcionar con una lentitud pasmosa y hacía cosas que ella no le indicaba, atrasándole el trabajo.
Para el final de la tarde, solo había podido culminar menos de la mitad de las imágenes que estaban a su cargo, recibiendo de nuevo un regaño de su jefe.
Criticó su actitud y su falta de compromiso de forma implacable, como si le lanzara a Jessie ladrillos en la cabeza.
El cuerpo de la chica estaba curveado en la silla, con los hombros caídos y la cara estirada por un semblante sombrío y cansado.
Al terminar y dejarla sola, la joven lanzó una ojeada hacia sus compañeros. Ellos evitaban intercambiar miradas con ella por pena.
Todos recogían con rapidez sus pertenencias y salían de la oficina en silencio, como si estuvieran dentro de un funeral.
Jessie se sintió más deprimida a medida que quedaba sola en aquella sala dividida por cubículos.
Algunos habían sido adornados con detalles navideños, pero el de ella solo estaba lleno de papeles inservibles. Tan lúgubre y triste como su corazón.
Después de hacer un respaldo de su trabajo, para llevarlo a casa e intentar realizar esa noche un avance en cuanto a las imágenes, se marchó a casa.
A medida que se dirigía hacia el ascensor, las mujeres de la limpieza apagaban las lámparas de cada oficina dejando la sala en penumbras y haciendo tétrico su andar.
El trabajo pendiente le pesaba dentro del bolso como si fuera una enorme cruz. Por eso, el camino hacia la parada de bus parecía un doloroso viacrucis, con cantos navideños y el reflejo de luces coloridas como telón de fondo.
Esa noche la recepcionista no la esperó para irse con ella, todos la habían abandonado. Era la última en salir del edificio.
Anduvo con los pies arrastras a través de la nieve que esa tarde había caído sin alzar la mirada del suelo.
Pensó en Marie, su hermana, que ese día había logrado comunicarse con ella a través de mensajes de texto por un número de teléfono desconocido.
«Ey, Jess. Es Mary».
«¿Dónde demonios estás?» —preguntó furiosa, y chateando con disimulo para que su jefe no la pillara y volviera a regañarla.
«Lejos».
«Mamá y papá me están enloqueciendo con tu desaparición».
«Déjalos sufrir un rato».
«Ellos no sufren. Yo sufro» —dijo categórica, y acompañó la queja con varios emojis de caritas furiosas.
«Deja el drama, hermanita. Relájate».
Jessie estaba a punto de explotar por culpa de aquel consejo. Era muy fácil para otros pedirle que se relaje cuando ninguno de ellos se hallaba en el ojo del huracán.
Mary le pasó por mensaje de texto un resumen de sus andanzas, asegurándole que se hallaba bien, pero le rogó que no les diera noticias de su paradero a sus padres, pues quería castigarlos por la embarazosa situación en la que la habían puesto al separarse de forma brusca y poner en venta la casa sin consultar nada con ella, que aún vivía con ellos.
Ambos pretendían obligarla a elegir con cuál de los dos quería marcharse, como si fuera una niña. Prefirió responderles con la misma moneda. Se largó del lado de ambos a un sitio lejano sin consultarles, dejándolo todo, en busca de su propio destino.
Para aumentar los tormentos de Jessie, Marie le envió por Whatsapp fotos de su nueva estadía en San Diego, California.
Las imágenes de la chica en la playa, compartiendo con su novio y con unos amigos de este, eran tan geniales que abrió aún más el hoyo que crecía en su interior.
A pesar de sus quejas, debía reconocer que estaba feliz por la alegría que embargaba a su hermana, sin embargo, eso le recordaba que ella estaba sola, en aquel lugar frío, sirviendo de árbitro en una pelea que no le correspondía.
Llegó a la parada de bus con el desánimo pesándole con intensidad sobre los hombros y los ojos inundados por lágrimas amargas.
No quería vivir esa vida, deseaba desaparecer, difuminarse de esa realidad y materializarse en algún sitio lejano, donde pudiera respirar oxígeno puro, que le ayudara a levantar de nuevo sus fortalezas interiores.
#4503 en Novela romántica
#1065 en Novela contemporánea
navidad y romance, romance drama comedia, romance #superacion#autoestima
Editado: 05.12.2025