Muero por tus besos

Capítulo 7. Su peor enemigo

La mañana del miércoles no fue mejor para Jessie. A pesar de la fuerte descarga de adrenalina que había vivido la noche anterior por la travesura que realizó, su cuerpo seguía sosteniendo pesadas cargas emocionales que la volvían inestable.

Desde que había regresado del trabajo, el agobio que mantenía su madre a través del teléfono era desquiciante.

La chica tuvo que apagar el aparato cuando no soportó los incontables mensajes de texto ni las llamadas.

El haberle dicho que Marie estaba bien y se había comunicado con ella por un número telefónico público, pensando que con eso podría aliviar la conciencia de la mujer, fue la peor idea que había tenido en la vida.

Su madre quería más. Deseaba que le facilitaran el número telefónico para con eso conocer la ubicación de su hija menor, expresando su intención de contratar a un detective que la ayudara a encontrarla.

—Mamá, cálmate. Marie solo quiere un poco de espacio.

—¡Ella no está acostumbrada a estar lejos de mí, puede estar sufriendo!

Jessie resopló, recordando las fotografías divertidas que su hermana pasó a su móvil.

—Es mayor de edad, estará bien.

—¡No! Pondré todo lo que esté a mi alcance para detener esta locura.

Aunque Jessie se esforzó por convencer a su madre del buen estado de su hermana, la mujer no le creyó.

Así que decidió llamar a su exesposo para atormentarlo con culpas por el mal comportamiento de sus dos hijas.

Debido a eso, su padre empezó a comunicarse con ella pidiéndole explicaciones y exigiendo la información que requería su exesposa.

Tal fue su insistencia que Jessie decidió bloquearse el resto de la noche apagando el teléfono. Necesitaba tener la cabeza despejada para terminar de editar las fotos que le habían encargado y adelantar un poco las infografías.

Sin embargo, la mente la tenía embotada por una maraña de angustias y desesperaciones que le nublaron los sentidos y le impedían pensar con claridad.

Para descargar tensiones, tomó las cajas con los adornos navideños que había sacado la semana anterior, y con los que pretendió decorar su departamento antes de que apareciera la repentina decisión de sus padres de separarse, y destruyó cada uno volviéndolos añicos.

Llena de frustración, responsabilizó a esas fechas, tan sobrecargadas de tensiones y demandas, por haber terminado de quebrar la débil estabilidad que poseía su familia.

Para ella, la Navidad era un tiempo de muchas pretensiones, donde esperaban que cada persona diera mucho de sí, pero no solo de su bondad y de su solidaridad, sino también, pedían una renovación total de su apariencia y de su entorno empujándolos a cambiar lo quisieran o no.

Era además un tiempo de competencia, una carrera furiosa hacia un final utópico. Acababa el año y se debían cerrar las finanzas, así como los proyectos, para trazar nuevas metas adelantando algo de ellas para «descansar» al inicio de la nueva temporada.

Jessie odiaba la Navidad. Creía que si no hubiera sido por ella, sus padres igual se habrían separado pero en otros términos, sin tanto dramatismo.

Ella podría estar tranquila y lograría cumplir con su trabajo como siempre lo había hecho, pero ahora lo perdía todo, por eso, se desquitó con aquellos adornos.

Luego de esa descarga, logró algunos avances en cuanto a las fotografías, aunque no con la calidad que siempre había impreso a su trabajo.

De las infografías nada. Se quedó dormida sobre los papeles después de haber pasado parte de la madrugada pegada al computador. Despertó gracias a la alarma de su teléfono, aunque con dolor de cabeza por la falta de sueño.

Salió de casa con varios minutos de retraso. Vistió en esa ocasión un abrigo negro, que compaginaba más con lo que sentía su corazón, y llevó consigo las cajas con los adornos destruidos para lanzarlas a la basura.

Al encender su teléfono le llegaron varios mensajes de sus padres, donde la acusaban de egoísta, arrogante, indolente y hasta de «mala persona».

—Esto es una pesadilla —exclamó con los ojos inundados de lágrimas de amargura.

Aquello fue el colmo. No llevó las cajas con la basura hasta los contenedores que estaban cerca de su casa, sino que atravesó Brooklyn con ellas en las manos y con una sonrisa perversa en los labios. Tenía unas enormes ganas de vengarse de la Navidad.

Ninguno de sus padres quería asumir su responsabilidad, no aceptaban sus culpas ni sus obligaciones, habían tomado malas decisiones desde que ella tenía uso de razón, pero dejaban en otros el trabajo de resolver sus diferencias.

No sabían ser felices, sino que se pasaban la vida buscando quien les regalara la felicidad.

A ellos no les interesaban sus hijas, la salud mental de ellas o la forma en que atravesaban los cambios. Lo único que les importaba era su tranquilidad, no tener problemas que atormentaran su sueño.

Y si alguno se atrevía a molestarlos, buscaban a alguien que se hiciera cargo, porque ellos no tenían tiempo para eso, estaban muy ocupados esperando que otros los hicieran felices.

Jessie no podía esperar. Tenía que descargarse para luego ocuparse de sus propios asuntos.




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