Muero por tus besos

Capítulo 8. Un nuevo ataque

Ethan se llegó a la isla que separaba la sala de la cocina de su casa y se sentó en una banqueta. Le dio una última revisada al menú navideño que había preparado toda la noche, consultando con varios amigos chef.

Finalmente los proveedores lo obligaron a negociar la mercancía que necesitaba con otros fabricantes. Por los días navideños se presentaron infinidad de problemas de distribución que exigían un mayor costo para los envíos.

El cambio lo quería resaltar con una renovación del menú para que no afectara el gusto de los clientes, eso además le permitiría hacer una especie de relanzamiento de su cafetería, para atraer más público.

Pero aquel riesgoso trabajo no sería nada fácil, debía organizarse. Si no planificaba bien sus actividades no se daría abasto.

Ese día tendría que reunirse con el encargado de la cocina para discutir las modificaciones del menú, ajustar la información en los carteles del negocio y en la página web, revisar el inventario para incorporar los nuevos productos y entrenar a Theresa.

Si la mujer quería seguir asumiendo su rol de «encargada», debía aprender a resolver los problemas que la cafetería sufría a diario.

En caso contrario, él debía bajarla a empleada común y buscar a alguien competente para el puesto. Una decisión difícil, pero imprescindible.

Recibía constantes llamadas de clientes, dueños de empresas cercanas, que le rogaban por el servicio de cáterin durante las fiestas navideñas.

Ellos confiaban en su trabajo y él no quería fallarles, sin embargo, sabía que si aceptaba ese reto se ataría aún más la soga al cuello.

Por eso, debía ocuparse cuanto antes de poner orden dentro de la cafetería para que el resto de sus proyectos funcionaran con eficiencia.

No podía contar con la ayuda de Gary, su hermano, ya que estaba seguro que él no asumiría al ciento por ciento su responsabilidad al regresar de su viaje.

Si lograba rescatar su matrimonio y la comunicación en su familia, debía ponerse horarios en el trabajo para que no se repitiera la misma situación.

Al terminar la revisión del menú tomó su abrigo y se marchó de casa. Por el camino se comunicó con el repartidor para saber de su estado de salud.

Se irritó al enterarse que el chico se encontraba en un hospital, internado por gastroenteritis.

No solo tendría que suplirlo de nuevo ese día haciendo las entregas a domicilio, sino con seguridad, por el resto de la semana, o quizás, por lo que quedaba de mes.

Mientras llegaba a la zona donde estaba ubicada la cafetería recibió la llamada del promotor de la empresa que ofrecía los créditos.

De esa tarde no podía pasar que se vieran para la entrega de los recaudos de la solicitud o perdería la oportunidad hasta mediados del próximo año.

Tantas preocupaciones comenzaron a bloquear de nueva a Ethan y alterarle los nervios. Estacionó el auto a cinco cuadras de distancia del negocio por no hallar lugar, pensando en que tendría que suspender los envíos de pedidos de esa tarde para poder asistir a la reunión.

Jamás se perdonaría fallar en esa meta. Si no lograba ese crédito, se estancaría y terminaría perdiendo la cabeza por culpa de los inconvenientes.

Mientras caminaba apresurado por las frías calles sonó su teléfono móvil.

Lo revisó rogando que fuera Gary, pero la frustración le cayó como un yunque sobre los hombros al descubrir que quien lo llamaba era su abuela.

En medio de un resoplido guardó el teléfono para ignorar la llamada. Ella de seguro le rogaría, con lágrimas bajando por sus mejillas, que fuera por Navidad a Nueva Jersey para reunirse con ella y conocer a la esposa que le había conseguido, y que estaba dispuesta a darle, al menos, diez bisnietos. Él no podía enfrentarse a esa situación.

Avanzó con más premura hacia su negocio, deseaba sumergirse en el caos de su trabajo para olvidar sus tontos problemas, pero una visión lo dejó estático y enrojeció su rostro y orejas como si fuera un volcán a punto de hacer erupción.

—Maldición. ¡¿Otra vez?!

Su adorada decoración navideña, aquella que participaba en un concurso local y por la que había gastado una buena cantidad de dinero, de nuevo había sido ultrajada.

Parte del cercado fue derribado, desperdigaron en su interior un montón de basura navideña y cubrieron las cabezas de los muñecos de nieve más grandes con cajas.

Ethan se mantuvo en shock por casi un minuto, hasta que logró reaccionar para mirar con enfado a todo el que pasaba por su lado, en busca de una mujer menuda con abrigo rojo.

Como si fuera un toro embravecido, entró a la cafetería y discutió con Theresa y con los empleados que a esa hora ya estaban en sus puestos. Le parecía inconcebible que ninguno hubiera visto algo.

—¡¿Cómo es posible?!

—Todos estábamos adentro y los clientes empezaron a llegar a penas abrimos.

—¿Ni siquiera pueden darle una mirada por la ventana?

—Ethan, tú mismo nos has dicho que la prioridad son los clientes.

Él gruñó saturado por la furia y salió a la calle para limpiar la decoración. Quitó hasta la más pequeña basura, recogió cada trozo de las bolas navideñas y de las guirnaldas y las figuritas esparcidas en el lugar.




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