Muerte

Muerte

Era extraño, a sus tan cortos veinticuatro años de existencia se había dedicado por completo a intentar alcanzar el futuro y el éxito que sus padres y maestros le habían prometido. Poco había interactuado con todas las personas de su entorno y aun gran parte de los miembros de su familia se le hacían por completo desconocidos. Esto, por supuesto, lo llevó a obtener la reputación como el amargado de su entorno, constantemente comparándolo con los demás que en contraste eran más divertidos.

Casi no tenía amigos, y los pocos que tenía eran personas con las que no tenía mucho contacto directo. Todo en la vida de aquel joven Luis terminaba por tender a simplemente ser una parte más de su esfuerzo por lograr esa grandeza que todo el mundo esperaba que alcanzara. Ni fiestas ni diversión, nada que lo distrajera de su deber era tolerado y era inmediatamente descartado desde el primer instante en que esas ideas cruzaban por su mente.

Y ahora, encontrándose en el suelo, desangrándose por alguna herida que algún ladrón la había provocado en su intento por quitarle un celular que, en realidad, usaba muy poco, no hacía más que pensar en todo cuanto no iba a lograr.

La sensación era extraña; dejó de sentir dolor y miedo pocos segundos después de haber caído tan violentamente al pavimento, pero, fiel a su naturaleza, no dejaba de pensar en todo cuanto era su deber. Poco se podía hacer en verdad por él; lo habían herido directamente en pecho, directamente en el corazón. Ya estaba condenado a morir, pues de ninguna manera algo podía salvarlo en aquel espantoso instante.

No recordaba qué era lo que había sucedido en realidad; no recordaba exactamente que le había pasado. Solo tenía recuerdos vagos y difusos de una riña con un completo desconocido al que en ningún momento pudo ver el rostro. Mientras que su cuerpo comenzaba a sentirse cada vez más relajado y frío, los recuerdos de su madre y todo cuanto no podría darle venían a su mente. Pero, sobre todo, todo cuanto por lo que se había esforzado y sacrificado tanto, todo eso se desvanecía frente a sus ojos.

No se podría decir que había disfrutado su vida o, en todo caso, su muy corta juventud. Había planeado poder disfrutar del fruto de su esfuerzo ya en un futuro más acomodado, más estable. Pero esto no podría ser, había planeado demasiado a futuro.

Ahora solo podía pensar en ahorrar energías, con le lejana esperanza de que algo pudiera salvarlo y, sobre todo, todo cuanto había planificado para con su tan anhelado futuro.

Pero eso era imposible ahora, con aquella herida fatal, de manera certera lo había condenado irremediablemente a la muerte. La sangre comenzaba a acumularse dentro de sus pulmones y comenzaba a dificultarle la respiración. Cada vez sentía más ansias, con cada bocanada de aire sentía que se ahogaba más y más. Con cada inhalación se escapa un poco de su ya condenada existencia.

Otra de las cosas que le venían a la cabeza en ese, su último momento, eran aquellas ideas y enseñanzas que se le habían inculcado de las que tenía memoria. Dios y aquellas cosas de santidad, el paraíso y la vida eterna, además del castigo que se da a aquellos que no creían y que no habían obrado con bien. Si bien durante casi toda su vida no le había importado aquellas ideas, ahora no podía dejar de pensar en aquello.

No era alguien exactamente religioso, nunca había sentido la necesidad de rogar por algo o sentir agradecimiento por aquel ser que todos le decían que era por el que se encontraba en el lugar en el que estaba.

Nunca había encontrado sentido a aquello, siempre veía a sus padre agradecerle a aquel señor en los momentos de abundancia y felicidad, y rogándole por ayuda en los momentos de dificultad. No le encontraba sentido por ninguna parte, solo podía pensar en el esfuerzo que sus padres habían puesto en todo cuanto habían logrado y obtenido, y en los errores que habían cometido por los cuales habían llegado al sufrimiento. No se le hacía lógico rogar o pedir favores a alguien o a algo que, lo más posible, no le importaba en lo más absoluto la existencia efímera de aquellas personas.

Ahora, en medio de un charco de su propia sangre, solo pensaba en todo cuanto había despreciado e ignorado la enseñanzas que sus padres. Ellos habían intentado inculcarle la fe en aquel dios por el cual sentían tanta fidelidad. Nunca lo pudieron lograr, siempre se había mostrado reacio y rebelde contra estas creencias, incluso había demostrado constante desprecio por aquellos ideales.

Ahora solo podía pensar en aquellas ideas. Aun ahora sentía cierto desprecio por aquella idea tan banal del paraíso y de la existencia eterna junto a ese dios. Pero ahora pensaba más en aquellos ideales, con cada latido final, con cada segundo en el que todo en su entorno se volvía cada vez más oscuro, solo quería poder creer en esas ideas que antes le habían parecido tan estúpidas; tan débiles. Pensaba en aquello que podía salvarle, en aquello que supuestamente le podría dar una oportunidad más en aquel fatal momento. Pero ya nada era posible, lo único que le esperaba en aquel aterrador instante era su inevitable muerte.

Cada una de sus razones, cada una de sus metas, todo estaba condenado a la desaparición en aquel instante, nada lo podría salvar y nada lo iba salvar, pues nada ni nadie estaba dispuesto ni podía hacerlo. Comenzó, entonces, a sentir un enorme pavor, un enorme horror por todo cuanto le estaba ocurriendo en ese espantoso instante, en esos malditos segundos de infinita desesperación y dolor.

Su mortalidad se le hizo evidente, su muerto se le hacía algo demasiado obvio. Había vivido sin preocupaciones, sin muchos temores. Solo en este fatal momento se hacía consciente, por fin, de su propia existencia temporal, de su aparente realidad.




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