Firmamento, sus ojos siguen abiertos, pero no siente, ni siquiera los lamentos.
Oscuridad del infierno, aún recide en sus sueños, se siente cómoda, es su habitad natural.
Ángeles de luz, justicia cargan en sus espaldas aladas, desenfundan espadas y prefieren descuartizarla.
— ¡Puede Matar! — dicen algunos.
—¡Es un monstruo infernal! — otros dijeron.
Pero ella era el núcleo de una Oscuridad distinta, de esas en las que no recide el miedo, donde la muerte se va corriendo, en donde la luz la visitaba y se sentía cómoda, de la oscuridad estaba enamorada.
En su oscuridad habitaba el amor profundo, la honestidad y el honor, preferían la humedad y el frío de la oscuridad reconfortante, que una luz de mañana que los quemara al instante.
Justicieros con espadas, alados con capas doradas, intrusos en el infierno.
La encontraron y descubrieron sus cabellos,
Cabellos dorados de ángel,
Ella era como ellos.
Pero sus ojos eran negros,
Negros como sus dedos y las venas de su cuerpo.
No estaba corrompida,
En ella recidia el verdadero anhelo.
Espada blanca como la luz del cielo,
Atravesó su bajo vientre en un estruendo,
Lágrimas negras que la hicieron parecer monstruo;
Pero era el amor que se le escapaba desde dentro.
Muriendo ella, murió todo.
Muriendo la oscuridad... también murió la luz.
Porque la luz, sin la oscuridad no sobrevive.
Y el cielo sin el infierno, nunca tendrá sentido.
Aun, las almas más oscuras esconden un poco de luz en su interior.
Muriendo ella, se extinguió el amor.