Durante varios años, un misterio rondó por las calles de Puerto Mérida. En lugares que ni las ratas visitarían, aparecían cuerpos sin vida a los que los forenses no lograban determinar las razones de su muerte. El cadáver no tenía ni una sola herida, ni un golpe o un rasguño, o algo que dijera que había sido víctima de algún tipo de envenenamiento, pero eso no era lo más extraño, no señor, es que el cuerpo ni siquiera se ponía rígido como siempre ocurre después de la muerte, no, era como si nunca hubiese nacido y la muerte nunca hubiese venido a buscarlo. Las autopsias solamente decían «Todos los órganos y partes del cuerpo murieron al mismo tiempo, como si los latidos del corazón nunca hubiesen pasado por ellos.» Ninguna de las personas halladas muertas de esta forma tan extraña se conocían o se relacionaban, ni siquiera daban las señas necesarias para completar el perfil de las víctimas de un asesino serial.
Los detectives no sabían cómo cerrar los casos, las personas no habían fallecido por causas naturales, ni había evidencia que apuntara a decir que habían sido asesinadas. Ya la morgue no daba para más, siempre aparecían nuevos cuerpos con esta extraña muerte, y no podían deshacerse de los cadáveres sin estar seguros que no hubiesen sido asesinados, y las mentes malsanas ya bromeaban pidiendo construir el frigorífico de «los no nacidos.» Todo seguía igual, hasta que un jueves a las 3:00 pm el chofer de una ambulancia llamó a emergencias, su compañero había visto como el asesino había matado a un hombre. Después de mucho interrogar al paramédico, nada de lo que había dicho parecía tener sentido, o explicaba la forma de tan extraña muerte.
«Estaba en mi unidad de regreso a la Central, cuando vi a mi papá discutiendo acaloradamente con un hombre de aspecto muy grotesco, tenía el cabello rubio y muy maltratado sobre los hombros, la cara algo desfigurada por cicatrices y usaba un absurdo abrigo de cuero negro. El hombre le reclamaba a mi padre por un dinero que le había robado, y él muy ofendido le gritaba que no había sido él, que jamás se había aprovechado de un amigo, y mucho menos de un tan buen amigo como lo había sido él antes de desaparecer. Gritaban y se insultaban, y en una de esas escuché en la voz temblorosa de mi padre el nombre de su asesino: Joseph.»
«…se lo repito, intenté acercarme a ellos, pero algo invisible no me dejaba hacerlo, era como si mis pies estuviesen pegados al suelo y mi boca cerrada con la palma de una mano, ¡No podía moverme, ni siquiera podía gritar! El chofer de la unidad no se dio cuenta de lo que me pasaba, nadie se dio cuenta, ¡era como si el tiempo se hubiese detenido a mi alrededor! Y… y fue entonces cuando sucedió, el hombre abrió lo más que pudo su boca, como si fuera a tragarse el mundo, y mi padre, sin caerse, comenzó a convulsionar, se mantenía de pie frente a él como si algo lo sostuviera por entre los hombros. No tardó mucho tiempo en dejar de estremecerse para después desplomarse al suelo. Luego, una intensa luz me dejó cegado por un momento, y cuando pude abrir los ojos, corrí hacia mi padre, traté de revivirlo, pero no pude hacer que su corazón latiera de nuevo. Fue entonces cuando el chofer de mi unidad me vio y llamó a emergencias.»
El paramédico veía la incredulidad en los ojos de los investigadores, y sus ojos se llenaron de lágrimas por la rabia e impotencia que sentía, y en su mente se preguntaba «¿Qué más necesitaban saber? ¡Ese hombre mató a mi padre! ¿Qué otra explicación puede haber? No sé cómo lo hizo, pero él lo mató, ¡yo lo vi todo!» Por su lado, los investigadores únicamente tomaron en cuenta las respuestas del hijo de la víctima al llegar los resultados de la autopsia: «No se encontraron causas para el fallecimiento.» Sus ojos no daban crédito a lo que acababan de leer, ellos pensaban que el hombre había muerto de forma natural en la calle, quizás de un infarto causado por la discusión que tenía con el otro hombre, el mismo chofer confirmó que alguien discutía con el padre de su compañero, y luego vio al paramédico sobre su padre tratando de revivirlo, pero nunca vio a nadie convulsionando, y mucho menos que permaneciera de pie mientras tanto.
Una parte del misterio se había develado, todos las personas que habían sufrido esas extrañas muertes habían sido asesinadas, ¿pero cómo? Sin que un experto estableciera con claridad la causa de la muerte, y demostrara que fue ocasionada con el fin de matar intencionalmente, era inútil acusar a nadie. De pronto, uno de los investigadores, de nombre Kevin, se percató que el sospechoso tomó la vida de la víctima frente a un testigo, algo que no había sucedido nunca, y pensó «el paramédico está en peligro, tengo que encontrarlo antes que Joseph.» Rápidamente, el oficial hizo algunas llamadas, y salió a buscarlo al funeral de su padre, mientras trataba de entender quién le había entregado el cuerpo para darle sepultura.
Al llegar al tanatorio, fue hacia el paramédico y le presentó sus respetos, para luego vigilar el lugar. No tardó mucho en encontrar entre las sombras al sospechoso, un hombre de pelo rubio largo y muy maltratado, vistiendo un abrigo de cuero negro, y ocultando su cara entre las sombras. El investigador empezó a acercarse a Joseph, y hasta parecía que podía verse en las sombras el brillo de una sonrisa mientras se le acercaba. Antes de decir nada y sin poder evitar mostrar su cara de asombro, Kevin escuchó una pregunta inesperada, «¿me buscaba oficial?» Joseph sin dejar de ver al paramédico siguió preguntando «¿viene a arrestarme? Uhm, no lo creo, ¿Cuáles serían los cargos? Déjeme adivinar: matar a un hombre con las alucinaciones de su hijo. Suerte con eso, oficial.» Las palabras estaban atoradas en la garganta del investigador, Joseph había tenido el cinismo de confesar su crimen y burlarse de él al mismo tiempo, mas pasado un corto tiempo, Kevin lo invitó a salir del tanatorio para hablar. Joseph contuvo muy bien la risa, aunque no el resplandor de su sonrisa de triunfo. Cuando el oficial intentó tomarlo por el brazo, algo le impidió acercarse más a él, como si hubiese personas que lo frenaran. El sospechoso giró su cara para ver a los ojos al investigador, y de una forma casi amorosa le preguntó si deseaba conocer como mataba a sus víctimas, a lo que el oficial no supo que responder, seguía atónito por el control que Joseph tenía de la situación. Finalmente asintió con la cabeza, y el asesino regresó la mirada hacia el hijo de su última víctima sin pronunciar una palabra.