Esa maldita satisfacción de confirmar lo que siempre creíste, aunque te juraban y hacían creer que sólo era tu mente, que no pertenecía a lo real. Fue ambivalente.
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Desde lo eterno hasta lo finito, es habitual tropezar con aquel lugar siniestro lleno de sombras. Sabes cuanto te pertenece esa obscuridad, muy adentro, justo ahí, en el núcleo de tu corazón. Jamás admites que es parte de ti, por supuesto. Porque es punzante, es lacerante aceptarlo y duele ser consciente de la putrefacción. Tú y sólo tú lo sabes. No hay más. Eres tú.
Eso que es tan jodidamente inquietante proviene de ti, palpita a tu alrededor, carcome tus venas, fluye a través de tu médula espinal y entre corta la respiración.
No hay escapatoria. No hay salvación.
La sexta Luna moría.
Bajo la poca visibilidad que propició la abrupta ruptura de la Luna, a Azor le quedaban menos de cincuenta minutos para ponerse a salvo ante el cambio de gravedad e inclinación que tendría el planeta al caer la noche. Pasos firmes y rostros perdidos se dirigían impetuosamente a sus hogares; sus piernas y rostro no eran la excepción. La ciudad quedaría en silencio en poco tiempo, y durante un lapso de tres días toda actividad cesaría, hasta el nacimiento de la séptima y última Luna del ciclo: La Luna de Ignoto.
Azor sabía el caos que se aproximaba. Los cambios en el planeta y el ascenso del nuevo rey podrían ser desfavorables. ¿Cómo se suponía que protegería a Ainny? Ella podría estar pronto en grave peligro y ser arrancada de él. Las atrocidades venideras le hacían pensar cosas estúpidas. Aunque así lo deseara, jamás podrían escapar del régimen autoritario estrictamente establecido por aquellos que poseen el poder de las Lunas y el rey en marcha. No obstante, él no podía hacer mucho al respecto, no había sido elegido por la quinta, ni la sexta Luna para despertar el poder latente y eso lo dejaba en una posición en donde exigir algo, o cambiar su estilo de vida se volvía prácticamente imposible.
Cada día, podía notar en su interior como algo se fraccionaba. Pasaba los días sobre las tierras calurosas y áridas, bajo los mandatos y órdenes que le asignaban para poder obtener una mísera cantidad de billetes y llevar el sustento a la casa. Todo ello con un solo propósito significativo: cuidar de Ainny, su linda hija.
Después de una intensa caminata con la cabeza cabizbaja, llegó a su hogar. Inyy lo esperaba acostada, pecho abajo, con los pies cruzados y levantados. Repasaba y aprendía sobre el funcionamiento del ciclo Lunar de su planeta: MúndLua.
—Buenas noches Inny —dijo Azor fingiendo una mirada de sosiego. Se arrancó el chaleco terroso, arrojó las llaves al centro de una pequeña mesa de barro y se sentó a un lado de ella, sobre la cama—. ¿Cómo te ha ido el día de hoy en Roster, princesa? ¿Encontraste algún secreto escondido de las Lunas en el libro del abuelo? ¿Algo que pueda ser de utilidad?
—Hola pa, ha sido bastante entretenido —agachó la mirada, suspirando.
Azor notó que mentía. Creía con una certeza indudable que, Inny regresaba cada día llena de una profunda tristeza. Pertenecer a Roster era algo que aborrecía con disimulo. Asistir ahí significaba ir a aquella escuela; esa que era para quienes aún no habían sido elegidos por alguna de las Lunas. A partir de los doce años, si los infantes fracasaban en su primer intento para canalizar la Luna establecida durante ese momento o si aún no era el momento de alguna ruptura cercana, tenían que estudiar el tiempo correspondiente antes de la siguiente ruptura Lunar. Entrenar cuerpo, mente y alma era sustancial para un segundo o primer intento. Inny deseaba con ahínco pertenecer a Redash, donde aprendían los jóvenes a manejar el poder Lunar canalizado en su corazón, pero su momento de intentarlo aún no había llegado.
—He estado inmersa leyéndolo. Algo ha despertado mi curiosidad y me lo he estado preguntando todo el día. Dime, ¿aquella leyenda es cierta? Siento que solo fue inventada por quienes buscan con esperanza que todos los habitantes del planeta puedan vivir felices y tranquilos, sin preocuparse por todo ello que los atormenta —sus ojos marrones, aunque con duda, se llenaron de un granito de esperanza.
Azor enmudeció.
—Tal vez seamos afortunados durante este cambio. Todos tienen la misma posibilidad de canalizar la Luna de Ignoto, desanimarnos no es opción. Tenemos poco tiempo, guarda tus cosas y prepárate para dormir, la noche será turbulenta. Saldremos mañana a primera hora, y en el camino quiero que me cuentes qué opinas sobre la legendaria leyenda.
Ella asintió.
—¿Sabes? En realidad, no muchos tienen la misma posibilidad —se acercó y le dio un beso de buenas noches—. Tú ya no deberías volver a intentarlo, las consecuencias podrían ser fatales.
Azor observó a Inny marcharse a su habitación. Vivían en una pequeña casita que les había sido proporcionada por Drod, el rey de la Luna de Terra. Constaba de una sala comedor, un baño y una habitación. Azor se sacudió toda la tierra que tenía sobre su oscuro y ondulado cabello, el cual comenzaba a tener unas cuantas hebras plateadas. Se lo dejaba un poco más largo de lo normal, pero sin exageración. El alboroto era su estilo, característico de su rebeldía. Se lo acomodaba a los lados con un poco de agua.
Había que actuar y rápido.