Mundo mágico. Regalando sueños

36. EL CONEJO Y EL HADA MADRINA.

 

Había una vez, en la parte más profunda del bosque, vivía un conejo al que todos querían por ser bueno con los animales. Un día en que lo admiraban  mucho por sus cualidades, comenzó a gustarle aquello. 

— Eres inteligente —le decía el burro.

— El que más alto salta —lo alababa el zorro

 

— Veloz —decía la tortuga

 Y así cada uno de los animales lo alababa diciéndole lo muy bueno que era. Ante tal avalancha de elogios, el conejo empezó a presumir y a apartar a sus seres queridos. Ya que era tan bueno, no debía reunirse con los demás que eran inferiores. Muchos eran los que le escribían cartas de alabanzas, haciendo que cada día se volviera más presumido y se creyera más importante que todos los demás.

 Una de las tardes en que se encontraba respondiendo las cartas enviadas por  sus admiradores en su casita. De pronto tuvo que levantar su cabeza ante algo que brillaba. Miró muy fijo  al ver que apareció una pequeña lucecita al fondo de la habitación, muy sorprendido, no podía creer lo que veía. Tanto era su asombro que hasta cerró varias veces y abrió frotando sus brillantes ojos.

 La pequeña lucecita se fue haciendo grande y se acercó a dónde él sorprendido conejo la miraba sin saber qué era aquella hermosa criaturita que estaba mirando toda iluminada delante de él. 

— ¿Y .....y .... y tú quién eres? —tartamudeó algo acobardado.

— Yo soy tu hada madrina y he venido ayudarte —respondió el hada  con una voz muy hermosa y cristalina.

—Yo no necesito ayuda —contestó el conejo llenándose de orgullo. ¿Quién se creía esa pequeña criatura que era? —¡Soy el animal más poderoso del bosque! ¡No necesito la ayuda de nadie, mucho menos de una pequeñita mariposa como tú! —dijo despreciando a la hadita por ser pequeña. —¡Soy yo el que ayuda a los demás!

 La hada madrina del conejo lo miró muy seria. ¡Sí que se creía cosas este conejo! Tendría que darle una lección, se dijo, y sacó su varita mágica. Y apuntó con ella al conejo que se cayó un poco asustado. Vamos que era un Hada, capaz y lo convertía en un sapo, por eso guardó silencio para escuchar lo que ella tenía que decir, y porque es de mala educación hablar cuando otros lo hacen, hay que saber escuchar.

—¡Estás muy equivocado, conejo! Por eso, como tu hada madrina, es mi deber educarte.

—¿Eres mi hada madrina? —preguntó realmente asombrado. Nunca nadie le dijo que tenía una. Por lo que siguió escuchando atentamente.

 —Todos somos importantes, no porque unos pueden hacer cosas que otros no, eso significa que son mejores que quienes no pueden.

 Explicó el hada madrina como toda una maestra, mientras volaba con sus pequeñas, transparentes y hermosas alitas delante del asustado y atento conejo.

—Hay cosas que otros animales pueden hacer y que tú no.

—Ja, ja, ja… —Rió el conejo. Aunque quiso saber qué cosas eran aquellas que no podía hacer. —¿Cómo cuáles, eh?

—Pues bien, te pondré varios ejemplos. La lechuza es nocturna y ve perfectamente en la noche, lo cual no puedes hacer.

—Eso es verdad —tuvo que reconocer el conejo.

—Las hadas podemos volar porque tenemos alas, al igual que todas las aves del bosque.

—¡Vaya, eso también es verdad! Yo no poseo alas y no puedo volar, pero salto muyyy alto.

—Es cierto, esa es tu cualidad, pero no eres tan fuerte como el león..... 

—¡Cierto, cierto, cierto! —dijo convencido el conejo.

 La pequeña hada le explicó las cualidades de los otros animales del bosque. Haciendo que de a poco el conejo se diera cuenta de lo mal que se estaba portando.

 —Con tu actitud, le estás haciendo mucho daño a tus amigos.— Continuó el hada —ellos te elogiaron no para que te sintieras mejor que los demás, sino porque reconocen que eres muy bueno en lo que haces. No por eso debes sentirte superior a ellos.




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