Prólogo

PRÓLOGO:

CHARLOTTE

Hoy es 24 de septiembre, el primer día de clases. Me despierto con la sensación de que algo no está bien. El sueño no me deja en paz, pero el sonido constante del despertador me obliga a salir de la cama. Hace frío afuera y el aire tiene un tinte de incomodidad que me hace querer quedarme bajo las sábanas, pero debo cumplir con mis responsabilidades. No tengo otra opción, el instituto me espera.

La idea de asistir me desagrada profundamente, pero ¿qué puedo hacer? Es lo que se espera de mí, y aunque me siento como una extraña en este lugar, sé que debo intentar encajar. La escuela siempre ha sido algo aburrido para mí. El simple hecho de pensar en pasar horas allí me resulta monótono y cansado. Pero, esta vez, algo es diferente, o al menos eso me han dicho. "Serás bienvenida aquí", me dijeron cuando llegué al pueblo. "Será una nueva oportunidad para ti". ¿Una oportunidad para qué? Nunca entendí muy bien a qué se referían.

No estoy del todo segura de dónde está el instituto. Este lugar es pequeño y, por alguna razón, me siento aún más perdida que de costumbre. No he venido nunca antes, y mis padres han sido los que organizaron todo para que yo llegara aquí. Ellos se han mudado a este pueblo apartado, lejos de la ciudad, en busca de tranquilidad, y aunque han dicho que aquí podré "hacer una nueva vida", yo sigo sin entender el motivo. ¿Para qué mudarse a un lugar tan distante de todo lo que conocía? Me gustaría pensar que hay algo de aventura en todo esto, pero lo único que siento es que estoy atrapada en un sitio donde no encajo.

Con el GPS como mi única guía, sigo dando vueltas por las calles pequeñas y angostas de este pueblo. La mañana está fría, mucho más de lo que esperaba. Mis manos están heladas mientras trato de seguir las instrucciones en la pantalla de mi teléfono. He estado buscando por más de una hora, y aunque las calles parecen estrechas y conocidas, no logro encontrar el instituto. La confusión me invade, y la sensación de estar perdiéndome se hace más fuerte con cada minuto que pasa.

Intenté llamar, pero nadie me respondió. Mi frustración crece, y ya empiezo a sentirme desesperada. No soy una persona que se pierda fácilmente, pero todo parece ir mal hoy. Me rindo con el teléfono y decido que lo mejor será preguntar a los transeúntes. Después de todo, este es un pueblo pequeño, y debería ser fácil encontrarlo.

Un par de personas me dan algunas indicaciones, pero cuando sigo sus consejos, me doy cuenta de que aún estoy muy lejos del instituto. No sé por qué, si todo parece tan cercano y accesible, pero de alguna manera me siento atrapada en un laberinto de calles que no se parecen a las de las grandes ciudades. ¿Cómo puede ser que un instituto tan importante esté en un lugar tan recóndito? La desconcierta sensación de estar perdida me consume.

Decido seguir adelante y continuar buscando. El pueblo es tan pequeño que debería ser imposible no encontrar el instituto, pero al parecer, hoy todo parece empeñado en que no lo logre. Camino más, y lo que parece ser un simple error de orientación se transforma en una sensación cada vez más incómoda. Las calles se vuelven más oscuras y las casas, más antiguas. Finalmente, llego a una zona del pueblo que parece extraña y un tanto tétrica. Este lugar tiene una atmósfera rara, una especie de misterio que no puedo desentrañar.

La entrada es monumental: una reja enorme con un diamante grabado en el centro. La sensación de que algo no está bien se intensifica en mi pecho. ¿Será este el instituto? No estoy segura, pero algo dentro de mí me dice que sí, que he llegado al lugar correcto. La reja se abre de forma automática, como si esperara que entrara. Lo miro con desconfianza, sin saber qué pensar. Por un momento, dudo en entrar. Mi instinto me dice que me vaya, pero algo me llama. Decido seguir adelante, aunque una extraña sensación de inquietud me acompaña.

Al atravesar la reja, me encuentro con un gran vestíbulo, majestuoso y elegante, decorado con detalles finos que contrastan con la austeridad del exterior. Es un espacio amplio, con techos altos y una sensación de grandeza que me desconcierta aún más. A la izquierda, hay una enorme puerta de madera. La estructura es imponente, como si el lugar tuviera una historia que no he podido comprender aún. No me siento tranquila, pero algo en mí me impulsa a seguir explorando. Algo está llamando mi atención.

Mientras doy vueltas por el vestíbulo, me fijo en una escalera que sube hacia el segundo piso. Decido subir, sin tener idea de lo que encontraré. Al llegar arriba, me doy cuenta de que hay varias habitaciones a mi alrededor. Curiosa, abro la primera puerta.

El aire en la habitación es frío y sombrío, el ambiente tiene algo antiguo, como si el tiempo no hubiera tocado este lugar en años. Me da un escalofrío, pero aún así no me voy. Abro otra puerta. Y otra. Cada habitación es similar a la anterior, pero con algo peculiar: en las puertas hay láminas pulidas con imágenes que representan diferentes cosas: el sol, la luna, Marte, Júpiter, Saturno... hasta que llego a la última puerta, que tiene una hermosa galaxia detallada en la lámina. Es tan detallada que me quedo unos segundos observándola, fascinada. Todo este lugar, aunque extraño, tiene una belleza que no puedo ignorar.

Decido abrir la puerta con la galaxia. Mi corazón late con fuerza, y una sensación extraña me invade cuando entro. Al principio, la habitación parece ser una oficina. Frente a mí hay un escritorio, con papeles y libros desordenados, pero lo que me llama la atención es una pintura en la pared, justo enfrente del escritorio. Es la misma galaxia que aparece en la puerta, pero mucho más detallada. En la parte inferior de la pintura hay un nombre: "John Dan". Nunca había oído ese nombre, pero debo admitir que la pintura es impresionante. La precisión con la que está hecha, la forma en que parece estar viva, me deja sin palabras. La pintura parece tridimensional, como si las estrellas pudieran moverse.