20 DE SEPTIEMBRE
5:00 am
CHARLOTTE
Hoy llamé a Thomas para decirle que no pasara por mí, que me había sentido mal y que descansaría en casa durante el día. Le aseguré que no era nada grave, solo que me sentía agotada y necesitaba un tiempo para recuperarme. Él me creyó sin cuestionarlo. Aunque en realidad no estaba enferma, la verdad es que no quería que viniera. No quería que me acompañara en mi excursión, un viaje que no era de descanso ni de salud, sino de investigación. Lo único que quería era ir al psiquiátrico.
Llevaba días pensando en ello, y ya había tomado la decisión. Tenía que hacerlo. Después de tantas horas de lectura y de pensar en todo lo que había sucedido en la casa de John Dan, sabía que debía obtener respuestas, y la única persona que podía darme alguna pista era su hija, la mujer que había quedado completamente trastornada tras la muerte de su padre. Según las leyendas y los reportajes que había encontrado, ella vivía en un hospital psiquiátrico local. No podía esperar más.
Cuando colgué el teléfono, sentí un nudo en el estómago. La emoción y el miedo me invadían al mismo tiempo. Me sentía excitada por la idea de finalmente entender lo que había ocurrido en esa casa, pero también temía lo que podría descubrir. Sabía que estaba tomando un riesgo, pero algo dentro de mí me decía que este era el camino que debía seguir.
Mi camino hacia el psiquiátrico fue tranquilo. La mañana estaba fría, pero el cielo estaba despejado, y el sol comenzaba a asomar entre las nubes. Iba conduciendo lentamente, dejando que la música de mi auto llenara el espacio. Las canciones que escuchaba parecían acompañar mis pensamientos, y no podía dejar de pensar en el plan que había trazado. No podía dejar nada al azar. Según las estrictas reglas del hospital, solo los familiares cercanos podían recibir visitas, y yo no era parte de esa categoría. Tendría que ser astuta.
Repasaba mi historia. La mujer que había muerto, Marrie Dan, era mi abuela. Aunque no lo era en realidad, tenía que ser convincente. En mi mente, las palabras sonaban firmes, pero el miedo se apoderaba de mí cada vez que pensaba en lo que podía suceder. ¿Y si no me creían? ¿Y si todo terminaba mal? Pero no podía darme el lujo de dar marcha atrás. La respuesta a todos esos misterios estaba más cerca que nunca.
Finalmente, llegué al psiquiátrico. El edificio era impresionante. Parecía más una mansión antigua que un hospital. Era una casa muy grande, con altos muros y ventanas de cristal que reflejaban la luz del sol de la mañana. A pesar de su belleza arquitectónica, el lugar emanaba una sensación de frío y desolación. La sensación de estar frente a una fortaleza oscura se apoderó de mí.
Al estacionar, me detuve unos segundos para respirar hondo. Sabía que una vez entrara, no habría marcha atrás. Lo que sucediera allí cambiaría mi vida de una manera u otra. ¿Podría enfrentarme a los secretos que se escondían dentro de esos muros? La incertidumbre me hacía dudar por un momento, pero al mismo tiempo sentía que debía seguir adelante.
Cuando entré, la recepción era pequeña pero elegante. Un mostrador de madera pulida ocupaba el centro del espacio. El ambiente era tranquilo, pero había una tensión en el aire que no podía ignorar. Un aroma a desinfectante y flores frescas llenaba el ambiente, pero no lograba disipar la sensación de inquietud que me invadía.
Una mujer de mediana edad, con el cabello recogido en un moño, me miró y sonrió amablemente. Me saludó con cortesía, pero en sus ojos había algo que no podía identificar, algo que me hizo sentir incómoda.
— Buenos días, ¿necesitas algo? —preguntó, su voz suave y controlada.
Tomé aire antes de responder. Mis palabras tenían que sonar naturales. No debía titubear.
— Sí, busco... o más bien, vengo a visitar a mi abuela. Se llama Marrie Dan —respondí, tratando de mantener la calma. Pero al decir el nombre, sentí una ola de miedo recorrerme el cuerpo. ¿Y si no me creían? ¿Y si descubrían la mentira?
La mujer me observó en silencio durante unos segundos. Su mirada era penetrante, casi como si estuviera evaluándome. No podía descifrar lo que pensaba, pero sentí que algo no encajaba. Mi corazón comenzó a latir más rápido. Estaba nerviosa, temía que algo fuera a salir mal, pero no podía darme el lujo de detenerme ahora.
Finalmente, la mujer me habló, aunque su tono era más serio.
— ¿Marrie Dan? —repitió, como si el nombre le sonara familiar. Luego, su mirada se desvió hacia el registro que tenía frente a ella. Hizo una pausa, y me observó de nuevo, como si estuviera buscando algo en mis ojos. Mi estómago se encogió. Ella podría creerme, o podría no hacerlo.
— Déjame verificar. —Dijo, mientras comenzaba a revisar unos papeles. El silencio en el lugar se hizo aún más pesado, y pude escuchar el sonido de las páginas moviéndose con la agitación de mis propios nervios.
Los segundos parecían estirarse en minutos, y todo lo que podía hacer era esperar. Intenté mantener la calma, pero la ansiedad me invadía. Miré a mi alrededor, observando las paredes blancas y el mobiliario de madera que daba una sensación de frialdad. Todo en ese lugar parecía diseñado para transmitir orden, pero también un distanciamiento emocional, como si nadie deseara estar allí por mucho tiempo.
La mujer terminó de revisar los papeles, y finalmente levantó la vista.
— Sí, Marrie Dan está registrada aquí. —Su tono era neutral, pero aún sentía que había algo que no me decía. No podía saber con certeza si me había creído o si solo estaba cumpliendo con su trabajo. — ¿Cómo eres pariente de ella? —preguntó sin rodeos.
La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Qué debía decir? La respuesta tenía que ser convincente.
— Soy su nieta —respondí, tratando de sonar lo más natural posible. En mi mente, repasaba mentalmente los detalles que debía recordar. Esta mentira tenía que ser perfecta.
Editado: 01.02.2025