Charlotte caminaba lentamente por el pasillo de la cafetería, los murmullos de los demás estudiantes mezclándose con el sonido de los pasos apresurados de aquellos que aún intentaban llegar a tiempo. La mañana había sido una mezcla de nerviosismo y sorpresa. No estaba acostumbrada a este tipo de ambiente, un lugar nuevo, con rostros nuevos y una sensación extraña que no lograba definir. Estaba acostumbrada a la calma de su hogar, a los paisajes tranquilos y a la seguridad de su ciudad. Pero ahora se encontraba en un pueblo diferente, rodeada de extraños, tratando de adaptarse.
Mientras pensaba en esto, vio a su amiga a lo lejos, sentada en una mesa cerca de la ventana. Charlotte había llegado al lugar temprano, y su amiga, como siempre, parecía estar rodeada de gente. Le sonrió y levantó la mano en señal de saludo, pero antes de que pudiera acercarse, su amiga la llamó.
— ¡Charlotte! —la voz de su amiga resonó por encima del bullicio, y Charlotte, sintiendo una leve punzada de incomodidad, se dirigió hacia ella.
Cuando llegó a la mesa, notó que había alguien más sentado allí. Era un chico, de aspecto algo serio, aunque sus ojos mostraban una calidez que, por alguna razón, la hizo sentir un poco más tranquila. Él la miró con una ligera sonrisa mientras extendía la mano hacia ella.
— Hola, soy Dylan —dijo él, su voz suave, pero llena de confianza. Charlotte se sintió algo nerviosa, pero extendió la mano para estrechar la de él.
— Hola, soy Charlotte —respondió, tratando de sonar más relajada de lo que realmente se sentía.
— Mucho gusto —dijo Dylan, y Charlotte asintió con la cabeza.
— Pues, mucho gusto, Charlotte. — La amiga de Charlotte, que aún no se había presentado, intervino rápidamente. — Dylan y yo hemos estado hablando un poco. ¿Te gustaría ir a comer con él?
Charlotte se quedó pensativa por un momento. No estaba segura de qué hacer, pero al final decidió que no sería una mala idea. Después de todo, solo iba a ser un almuerzo, y no podía ser tan malo. Además, su amiga parecía tan relajada con Dylan, y Charlotte confiaba en su juicio. Sin embargo, había algo en el aire que la hacía sentirse ligeramente incómoda, como si algo no encajara del todo.
— Está bien —respondió finalmente, sin mucha convicción, pero sin rechazar la oferta.
Dylan sonrió y se levantó de la mesa, sugiriendo que caminaran hacia la zona de comida. Mientras caminaban juntos, Charlotte no pudo evitar preguntarse qué estaba haciendo allí, lejos de su hogar, de su ciudad. Su amiga había mencionado que Dylan y su familia se habían mudado recientemente, pero no sabía mucho más sobre él. Era un chico de aspecto tranquilo, pero había algo misterioso en su mirada.
La conversación, aunque algo tímida al principio, pronto comenzó a fluir. Dylan habló sobre su tía, quien se había mudado al pueblo hacía poco, y cómo su familia había decidido seguirla para estudiar allí. Charlotte intentó no hacer preguntas demasiado personales, pero le sorprendió lo fácil que era hablar con él. A veces, la gente nueva podía ser difícil de comprender, pero Dylan parecía ser una de esas personas con las que uno podía sentirse cómodo rápidamente.
Al llegar a una mesa desocupada cerca del exterior de la cafetería, Charlotte se dio cuenta de que el viento estaba más frío de lo que había anticipado. Miró alrededor, un poco sorprendida por el aire gélido que soplaba. No esperaba un clima tan frío en un lugar tan pequeño, tan alejado de la ciudad. Mientras se sentaba, cruzó los brazos sobre su pecho, intentando calentarse.
— ¿Tienes frío? —preguntó Dylan, su tono preocupado, como si hubiese notado la incomodidad de Charlotte al instante. Aunque ella no había hablado de ello, la expresión en su rostro debía haber sido suficiente indicio.
— Un poco —respondió Charlotte, mirando el suelo, intentando no hacer demasiado alarde de su incomodidad. — ¿Te llamas Dylan, verdad?
— Sí, ese es mi nombre —respondió él, con una sonrisa tranquila. — Toma, te presto mi chaqueta. No quiero que te resfríes.
Charlotte miró la chaqueta que él le ofrecía. Era gruesa y de un color oscuro, y aunque le daba vergüenza aceptarla, el frío era más intenso de lo que había imaginado. Finalmente, accedió y se la puso, agradecida.
— Muchas gracias —dijo, sonriendo tímidamente.
— No hay de qué —respondió Dylan, asintiendo. — ¿Qué tal si me cuentas un poco más sobre ti? Me interesa saber más sobre ti y cómo llegaste aquí.
Charlotte vaciló un momento. No quería hablar demasiado sobre su vida, especialmente porque apenas conocía a Dylan, pero algo en su actitud la hizo sentir que podía abrirse un poco.
— Bueno, en realidad no es una historia muy interesante —dijo, recogiendo valor para hablar. — Yo vengo de una ciudad más grande, y la verdad es que no estaba segura de cómo adaptarme a este pueblo. Mi amiga me convenció de que era lo mejor, pero... no sé. Es raro, ¿sabes? Vivir en un lugar tan pequeño, sin las comodidades de la ciudad. Aquí no hay mucho que hacer.
Dylan la miró con una expresión comprensiva, como si entendiera lo que quería decir, aunque no dijera nada. Charlotte continuó:
— ¿Y tú? ¿Cómo es que terminaste aquí? Me contaste que viniste de Londres, pero ¿por qué un cambio tan grande?
Dylan la miró unos segundos antes de responder, como si estuviera buscando la manera correcta de explicar su historia.
— Pues... cuando éramos pequeños, vivíamos aquí, en este pueblo —comenzó, su tono suave y calmado. — Pero un día, de repente, nos dijeron que teníamos que mudarnos a Londres por trabajo. Fue algo que pasó muy rápido, y no tuvimos mucho que decir al respecto. Después, cuando mi tía terminó con sus trabajos en Londres, decidimos regresar. Ahora, estamos aquí de nuevo, adaptándonos a todo.
Charlotte se quedó en silencio por un momento, sorprendida por la historia de Dylan. No esperaba que algo tan sencillo tuviera tantas implicaciones emocionales. Miró al chico que tenía frente a ella, y por primera vez, comprendió lo difícil que debía haber sido ese cambio para él.
Editado: 01.02.2025