Me explicó todo lo que debía hacer. Al parecer, tenía que matar para preservar el poder de la familia, porque supuestamente éramos la familia líder de aquel lugar.
El liderazgo es algo que me gusta, pero no creo que pueda llevarlo a cabo correctamente. Me sentí llena de incertidumbre y temor. No estoy segura de que todo esto sea lo correcto. Alguien más debería tomar mi lugar. ¿Por qué yo? Soy demasiado débil, no creo poder con todo esto.
Nunca imaginé estar en esta situación, pero hay algo que aún no entiendo. Mencionó que estábamos muertos. Mi corazón se aceleró al escuchar esas palabras, el miedo invadiéndome por completo.
—¿Cómo es eso posible? —pregunté, confundida, mi voz temblando.
Entonces me atreví a preguntar:
—¿Qué fue lo que pasó entonces? ¿Cómo es que estamos muertos en una vida?
—Nunca te han enseñado que en el mundo existen mundos paralelos, en los cuales existimos en diferentes vidas. Es como transportarte a un mundo diferente, donde no hay personas comunes. Tratamos de mejorar el liderazgo, y la tradición dicta que en esta vida debemos morir para ser purificados y alejarnos de lo bueno, siendo gobernados por lo malo.
Mis ojos se abrieron de par en par, mi mente trataba de comprender lo que me decía, pero era como si estuviera en un sueño del que no podía despertar. El pánico crecía en mi pecho.
—Entonces, ¿estoy dentro de una familia llena de tradiciones? ¿Y si esa no fuera mi voluntad? ¿Qué pasaría?
La mirada en su rostro se endureció. Su tono se volvió más frío, cruel.
—Muy fácil, tendrías que dejar el legado, pero para eso tendrías que suicidarte.
—¿Entonces, estoy muerta? —mi voz salió más baja, casi en un susurro, mientras el miedo y la desesperación comenzaban a invadirme.
—Así es.
Cada palabra que salía de su boca estaba llena de maldad. Me incomodaba estar allí, me sentía atrapada, pero no podía hacer nada. Si no lo hacía, moriría, así que no tuve más opción que aceptarlo, aunque por dentro luchaba con cada fibra de mi ser.
—Acepto, pero antes quiero saber, ¿quién es mi hermano y quiénes son mis primos?
—Buena pregunta. Tu hermano se llama Dylan Leyva, y tus primos son Antony Jhonne, Samanta Sherlia, Thomas Jeff y Alicia Branden. Los apellidos cambiaron porque así lo decidí; pedí que los adoptaran y les dieran apellidos diferentes. Pero en realidad, su apellido es Dan.
Mi mente comenzó a procesar la información, pero era como si estuviera en shock. Mi hermano, Dylan, lo acababa de conocer. Nunca imaginé que él sería mi hermano, ni que Thomas sería mi primo. Mi pecho se apretó al darme cuenta de que Thomas siempre me había cuidado como si fuéramos familia, porque lo éramos. Como dicen, la sangre llama, pero no podía creerlo. Todo lo que conocía estaba a punto de desmoronarse.
—No puede ser... —susurré para mí misma, mientras trataba de asimilar lo que me decía.
Pero aún no lo creía del todo. No podían venir de un día para otro y decirme que mi vida no era como pensaba, que lo que creía no era real.
Me quedé en silencio un buen rato, el caos dentro de mí era tan grande que no sabía cómo procesar todo lo que acababa de escuchar. Mi mente daba vueltas, pero el miedo seguía ardiendo en mis entrañas. Esas son las clases de cosas que se deben meditar.
Mi abuelo habló nuevamente:
—Sé que necesitas procesarlo. Si lo prefieres, puedes ir a tu oficina. Sabes perfectamente el camino. —Se retiró sin decir más, su voz fría y distante.
Subí las escaleras, observando cada parte del camino. El aire en mi pecho se sentía pesado, como si no pudiera respirar con normalidad. Llegué hasta un pasillo, el mismo que había visto en mis sueños. Seis puertas, cada una con un logo. Sabía perfectamente a dónde ir. Reconocía cada rincón de la casa, pero por dentro, algo me decía que no pertenecía allí.
Al llegar a una puerta con una galaxia en ella, me di cuenta de que formaba parte de una constelación. Algo tenía un significado, y mi impulso fue tocar ese cuadro. De repente, una luz blanca apareció y, al instante, me encontré en una habitación llena de cosas. Una extraña sensación me invadió, como si todo allí fuera mío, pero a la vez, sentía una profunda tristeza, como si algo estuviera roto en mi interior.
Al abrir los cajones, encontré ropa, pero toda era de colores oscuros. No había nada que me llenara de vida.
La habitación era completamente blanca, con muebles negros. Me sentí vacía, como si la monotonía de ese lugar reflejara cómo me sentía por dentro. Para mí, todo eso era muy aburrido, como una cárcel invisible.
Salí de allí y me di cuenta de que estaba en una casa enorme, un lugar que debería darme seguridad, pero solo me generaba incomodidad.
Una persona se paró frente a mí.
—¿Te gusta lo que ves? —me preguntó, con una sonrisa que no alcanzaba a llegar a sus ojos. A pesar de su apariencia tranquila, había algo inquietante en él.
Era un chico muy guapo, y por un momento me sentí atraída por su mirada, pero rápidamente el miedo volvió a invadirme. No sabía quién era ni qué quería de mí.
—Esta casa es mía... si acepto el trato de mi abuelo, todo lo que ves será tuyo —dijo, como si eso fuera una oferta tentadora.
—Quiero ir a casa y pensar las cosas —respondí, mi voz quebrada, sin poder mantener la calma.
—Bien, le diré a tu abuelo —respondió sin más, y se fue a hablar por teléfono con quien supuse que era mi abuelo.
Me quedé observando, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Quizás, mi nueva actividad favorita sería observar y esperar.
El chico regresó.
—Tu abuelo dice que te lleve a donde perteneces, que pienses las cosas. Pero ahora que sabes esto, solo tienes dos opciones: tomar su lugar o morir. Es tu decisión.
—¿Qué? ¿Morir? ¿Está loco? Llévame a donde pertenezco. No puedo seguir ni un minuto más aquí. Mi voz temblaba, la angustia apretaba mi pecho.
—Entonces vámonos.
Editado: 01.02.2025