Narrado por Charlotte
Ya había amanecido, y sentía una mezcla de nerviosismo y determinación. Estaba lista para enfrentar mi mayor problema: mi abuelo. Había pasado toda la noche pensando, y la ira que había mantenido reprimida comenzó a surgir con fuerza. Ya era suficiente. Me sentía decidida, pero también aterrada por lo que estaba a punto de hacer.
Al llegar a la mansión, me detuve frente a la puerta, con el arma en las manos, como un peso frío que me recordaba la gravedad del momento. Detrás, había hombres armados, pero había decidido ir sola. Sentía que mis amigos solo me harían perder tiempo, aunque, a pesar de mis deseos, Jayden no quiso quedarse atrás.
Por la noche...
—Iré sola—dije, en un tono firme, pero mi voz tembló un poco al decirlo, revelando la incertidumbre que sentía.
—¿Estás loca o qué?—Thomas exclamó, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Claro que no irás sola, al menos yo iré—dijo Jayden, con una voz llena de preocupación, como si no pudiera imaginar que lo hiciera sin él.
—Está bien, solo iremos Jayden y yo. Él conoce el lugar mejor que yo.—respondí, tratando de sonar tranquila, pero en el fondo sabía que lo decía para no preocupar a los demás. Sin embargo, me sentía más tranquila al saber que estaría con él.
Pasé la noche pensando, sintiendo una tensión creciente en mi pecho. Me di cuenta de que Jayden solo quería estar conmigo, y me preguntaba por qué los chicos se involucraban tanto en esto. El reto era mío. Me dijeron que debía enfrentarlo sola, que esa era la razón de la profecía. Mi deber era matarlo. Si Jayden quería venir conmigo, no era un estorbo; él sabía muchas cosas. Al final, me decidí: iría con él.
Día siguiente...
Sentía un frío helado mientras caminaba hacia la entrada. Mi corazón latía con fuerza, y los disparos que escuché me pusieron aún más nerviosa. Agarré el arma con las manos temblorosas y comencé a disparar, con la ayuda de Jayden. Mis ojos, llenos de miedo, no dejaban de buscar alguna señal de lo que estaba por venir.
Llegamos a la puerta donde pensaba que estaba mi abuelo, pero no era él. Allí estaba Samanta, tirada en el suelo, llorando. Al vernos, su rostro cambió, y su expresión se tornó fría, distante. Mi corazón se apretó, pero no dije nada. Solo la miré con odio, sintiendo que la traición me quemaba.
Sin embargo, un disparo me sacó de mis pensamientos, seguido de un quejido de dolor que heló mi sangre.
Cuando volví la vista, vi a mi abuelo, sosteniendo un arma frente a mí. A mis pies, Jayden yacía inconsciente, su rostro pálido, con un agujero en la cabeza. La furia me inundó, pero también una profunda tristeza. Mi cuerpo se tensó, y me lancé contra él, golpeándolo con toda la rabia que sentía. La adrenalina me hizo más fuerte, más rápida.
La pelea fue brutal. Mi abuelo, aunque envejecido, seguía siendo fuerte, pero yo estaba decidida. Recordé la daga que llevaba en mi bota, y sin pensarlo, la saqué, sintiendo el frío metal contra mi piel. La acuchillé en su corazón, y vi la sangre brotar. Mi corazón latía con fuerza, pero algo dentro de mí se sentía vacío. Miré mis manos, cubiertas de sangre, y dije, con una voz quebrada:
—Debí haberlo hecho desde un principio.—Las palabras salieron de mi boca como un susurro de arrepentimiento y furia, pero también de liberación.
Aún divagando, él sonrió, y aunque sus ojos reflejaban dolor, su voz era amarga.
—Eres lo que pensé. Eres una asesina. Fuiste capaz de acuchillarme.—Su risa débil me hizo estremecer.
Y con esas últimas palabras, se desplomó. El silencio me rodeó, y el peso de lo que acababa de hacer cayó sobre mí.
Estaba tan concentrada en la pelea que no escuché a Samanta llorar hasta después. Volteé hacia ella, y mis palabras fueron duras, como cuchillos.
—Eres la peor persona del mundo.—Sentí el rencor brotar con fuerza, como si sus traiciones me quemaran desde dentro.
—Pero tú no sabes...—dijo entre lágrimas, su voz temblorosa.
—¿Qué es lo que no sé?—respondí, confundida y frustrada. ¿Qué podía justificar todo lo que había hecho?
—No sabes el infierno que he vivido. No sabes nada de mi historia, no sabes por qué estoy aquí ni quién soy realmente.—Sus palabras me sorprendieron. Vi en su mirada una desesperación que no entendía.
—Entonces, ¿por qué no empiezas a contarme qué estás haciendo aquí? ¿Por qué nos traicionaste? ¿Por qué te atreviste?—exigí, la rabia y la confusión se mezclaban en mi voz.
En ese momento, mis padres llegaron detrás de mí. Todo se nubló, y no pude evitar sentirme abrumada.
Desperté en una cama de hospital, con mi madre frente a mí. Su rostro mostraba una mezcla de alivio y preocupación.
—¿Estás bien? Te desmayaste de cansancio y dolor, tienes muchos golpes.—me dijo, su voz suave pero cargada de ansiedad.
—Sí, estoy bien. Pero, ¿dónde está Samanta?—Pregunté con urgencia, aunque sabía que no quería escuchar la respuesta.
—Ella está bien. Tienes que recuperarte.—mi madre respondió, pero sus ojos reflejaban una preocupación que no podía ocultar.
—Pero ella nos traicionó. No me digas que está cerca de los chicos, ¡es un peligro!—mi voz sonó más fuerte de lo que pretendía, el miedo por mis amigos retumbando en mis palabras.
—No, ella no es un peligro. Primero, deberías escuchar lo que tiene que decir antes de juzgar.—me dijo, su tono tranquilo, pero con una firmeza que me hizo dudar.
—¿Qué les dijo?—inquirí, mi mente acelerada buscando respuestas.
—Tienes que saberlo por ella.—mi madre evitó mirarme a los ojos, como si supiera que algo grande estaba a punto de suceder.
—Está bien. ¿Y Jayden?—mi corazón se apretó al mencionar su nombre.
—Está mal. Le hicieron una operación para sacar la bala de su cabeza, pero está en coma.—su voz tembló, y pude ver la angustia en su rostro.
Al escuchar esto, una ola de desesperación me invadió. Sentí una necesidad urgente de correr a verlo, pero el dolor de mi cuerpo me recordó que no podía. Mi corazón se rompió al pensar en él.
Editado: 01.02.2025