Jayden, ¿pero quién es él? ¿De dónde proviene y cuál es su propósito?
—Hijo, debemos irnos —dijo mi padre con voz temblorosa, sus ojos reflejaban miedo—. Hemos hecho algo muy malo.
—¿Pero adónde vamos? —pregunté, confundido, con un nudo en la garganta—. ¿Y qué va a pasar con mis amigos?
—A donde vamos vas a tener más amigos —respondió mi madre con una sonrisa forzada, tratando de tranquilizarme, pero su voz temblaba.
—¿Pero qué fue lo que hicimos para que fuera tan malo y tengamos que irnos de aquí? —pregunté con ansiedad, sin entender nada, mirándolos a ambos con desesperación.
—Eso aún no puedes saberlo, pero lo entenderás cuando seas más grande —dijo mi padre, mirando al suelo, como si se sintiera culpable de algo que no podía decir.
Agarré mi peluche de conejo, mi favorito, y seguí a mis padres. La noche era fría y tenebrosa, el aire helado calaba en mis huesos. Solo podía abrazar el peluche, buscando consuelo en él. Aún no entendía muchas cosas de lo que estaba pasando. ¿Por qué debíamos ir a otro lugar si yo estaba bien?
Al aparcar en una acera, mi madre volteó hacia mí, su rostro lleno de preocupación, pero intentó sonreír.
—Todo va a estar bien, Jay —dijo, su voz llena de ternura—. Estaremos bien, pero ahora debemos ir caminando.
Caminamos por un largo rato hasta adentrarnos en el bosque. El miedo me invadía, pero la cálida mano de mi madre me hacía sentir algo de consuelo.
Encontramos una enorme casa en el bosque y mis padres tocaron la puerta. La puerta se abrió y nos dejaron pasar. Al entrar, la casa estaba muy cálida, pero a mí no me importaba el calor. Solo quería saber qué estaba pasando.
—Hola —dijo una niña en la puerta, su tono de voz curioso, pero amable.
—H-Hola —respondí titubeando, sintiendo una gran incertidumbre en mi pecho.
—Vamos a jugar —dijo la niña con una sonrisa en su rostro.
—No, quiero estar con mi mamá —dije, con miedo, escondiéndome detrás de ella. No quería separarme de mis padres.
—Buenas noches, ¿qué hacen aquí? —dijo un hombre, acercándose a nosotros con una mirada fría. Su voz grave y profunda me heló el cuerpo.
—Necesitamos hablar con usted en privado —respondió mi madre, su voz firme, pero con algo de ansiedad.
—Está bien, síganme —dijo el hombre sin mostrar ninguna emoción, solo un gesto de indiferencia.
—Hijo, ahorita venimos, vamos a arreglar un asunto. Si quieres, ve a jugar con los niños —dijo mi madre, intentando parecer tranquila, pero sus ojos me decían lo contrario.
—Pero no quiero —respondí, sintiendo que el miedo me controlaba. No quería estar lejos de ellos.
—Jayden, obedece —dijo mi padre con voz firme, pero también se notaba que le dolía verme tan asustado.
No tuve más remedio que irme con los niños que estaban jugando. Estaba asustado, pero trataba de ocultarlo.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó uno de los niños, sonriendo amigablemente.
—Me llamo Jayden —respondí en voz baja, mi tono tembloroso.
—¿Te vas a quedar aquí? —preguntó otro niño, curioso.
—No lo sé, pero este lugar me da miedo —respondí, sintiendo el nudo en mi estómago.
—No debería darte miedo, mi abuela es muy buena —dijo uno de ellos, tratando de consolarme, pero no podía dejar de sentir que algo no estaba bien.
De repente, escuchamos un fuerte sonido que me asustó mucho. El corazón me latió con fuerza y me sentí paralizado. Aquel señor salió de la habitación donde había entrado con mis padres y me dijo con una sonrisa fría:
—Bienvenido, ahora vivirás aquí.
—¿Dónde están mis padres? —pregunté, mi voz temblorosa, llena de angustia.
—Ellos fueron a hacer algo. Te dejaron aquí. Tus padres mataron a una persona que no debían matar y ahora deben pagar —me dijo, su tono frío y calculador. No entendía nada de lo que decía.
—Quiero estar con ellos —dije, mi voz quebrada, con lágrimas en los ojos.
—Por ahora no se puede —respondió el hombre, su mirada fija en mí, sin mostrar ninguna emoción. Yo solo podía llorar.
No pude hacer más que llorar y suplicar para que me llevara con mis padres.
—No llores —dijo la niña que había conocido antes, tapándome la boca para que dejara de llorar. Sus ojos mostraban preocupación, pero ella también parecía temerosa.
Y aquel hombre solo sonrió, una sonrisa fría y cruel, y le dijo:
—Charlotte, llévalo con tu abuela, ella sabe qué hacer para que coma algo.
—Está bien, abuelo —respondió Charlotte, su voz llena de resignación.
Caminé por la casa, con lágrimas en los ojos, hasta que una señora apareció delante de mí. Su rostro mostraba una amabilidad que no podía comprender en ese lugar tan extraño y aterrador.
—¿Qué pasó? No llores, todo va a estar bien. Mejor vamos a buscarte ropa limpia y algo de comida —me dijo, con voz suave, tratando de calmarme.
—Quiero a mi mamá —dije, mi voz rota por el llanto.
—Sé que la quieres, pero ahora no vas a verla. Pero te voy a arreglar para que cuando regrese tu mamá, te vea limpio y bien alimentado —me respondió, con una sonrisa triste.
El tiempo pasó, y nunca regresaron mis padres. Ahora tengo 12 años. Me han explicado lo que ocurrió.
—Ahora ya tienes la edad suficiente para saber lo que pasó con tus padres. Ellos están muertos —me dijo aquel hombre, su tono de voz frío y autoritario.
—Lo sé —respondí, con un nudo en la garganta—. Ahora puedo entender que el ruido que escuché hace 7 años fue un disparo. En ese momento no lo entendía, pero... ¿por qué lo hiciste?
—Ellos me lo pidieron porque querían protegerte —respondió, con un tono de voz calmado, pero su mirada era vacía.
—Eso es una mentira. Mi mamá me amaba y nunca pediría eso. Si eso hubiera sido así, ella se despediría de mí —dije, mi voz llena de ira, sintiendo como si todo mi mundo se estuviera derrumbando.
—No me digas mentiroso, sabes lo que puede pasar —me advirtió, su mirada fija y fría. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Editado: 01.02.2025