Llegamos a casa y yo ya estaba muy cansada. Había sido un día largo y agotador, y todo lo que deseaba era dormir. Sin pensarlo dos veces, subí las escaleras hacia mi habitación mientras anunciaba mi retirada:
—Íre a dormir, los veo mañana.
Thomas, siempre tan comprensivo, me sonrió desde el sofá. Había recuperado gran parte de su buen humor desde el accidente.
—Está bien, Charlotte. Descansa.
—Gracias, Thomas —respondí con una leve sonrisa.
Mientras subía, escuché la voz de mi madre llamándome desde la cocina.
—Espera, hija. Tu papá arreglará la camioneta esta noche para que mañana esté lista. ¡No te preocupes por nada!
—Gracias, madre.
Su tono era amable, lo que me desconcertó un poco. Mi madre había cambiado mucho en los últimos meses. Antes solía ser más dura, casi fría, pero ahora sus palabras estaban llenas de calidez. Aunque me resultaba extraño, lo apreciaba. Quizás todo este caos había traído algo bueno: la posibilidad de unirnos como familia.
—Descansa, mañana será otro día difícil —dijo antes de volver a sus tareas.
Cuando llegué a mi habitación, me dejé caer en la cama. Mis pensamientos giraban alrededor de todo lo que había pasado. Thomas, por ejemplo, estaba mucho mejor desde aquel accidente. Había sido un momento difícil para todos, pero verlo caminar de nuevo, sin el yeso que lo había acompañado durante semanas, me daba esperanzas.
A pesar de todo, una parte de mí se sentía inquieta. Algo en el aire no estaba bien, pero el cansancio era tan grande que me rendí al sueño sin darle demasiadas vueltas.
A la mañana siguiente
Me desperté temprano, a las seis en punto. La casa estaba en completo silencio, y la luz del amanecer apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas. Sabía que el día sería intenso y quería aprovechar cada minuto. Después de vestirme, bajé a despertar al resto de la familia.
Thomas fue el primero en levantarse. Estaba de buen ánimo, como siempre.
—Buenos días, Charlotte. ¿Todo bien?
—Buenos días. Sí, aunque hoy tenemos mucho por hacer.
Una a una, las voces somnolientas comenzaron a llenar la casa mientras todos se preparaban para el día. Sin embargo, algo en mi interior seguía sintiéndose extraño. Después de un rápido desayuno, decidí bajar al sótano para buscar el cuerpo.
Cuando llegué, un escalofrío recorrió mi espalda. El cuerpo no estaba.
—¿Dónde está el cuerpo? —murmuré, tratando de mantener la calma.
Rápidamente llamé al resto. Thomas fue el primero en llegar, seguido de mi madre y mi padre.
—¿Cómo que no está el cuerpo? —preguntó mi madre, visiblemente preocupada.
—Eso mismo me pregunto. Lo dejé aquí anoche. ¿Cómo pudo desaparecer?
El silencio que siguió fue sofocante. Todos nos miramos unos a otros, buscando alguna respuesta. Finalmente, Thomas rompió el silencio.
—¿Quién pudo haberlo tomado? Esto no tiene sentido.
Me quedé pensativa por un momento. Entonces, un recuerdo fugaz cruzó mi mente.
—Creo que sé quién fue —dije, casi en un susurro.
—¿Quién? —preguntó mi padre, con el ceño fruncido.
—El hombre de la noche. Lo vi cerca de la casa ayer. No estoy segura, pero creo que tiene algo que ver con esto.
Aquel hombre había aparecido en nuestras vidas de forma misteriosa. Era un forastero que había llegado al pueblo hace unos meses. Nadie sabía mucho de él, pero siempre parecía estar observando desde las sombras. Recordé que anoche, mientras regresábamos a casa, me pareció verlo a lo lejos, cerca del bosque.
—No podemos perder tiempo —dije con determinación. —Tenemos que encontrar el cuerpo antes de que sea demasiado tarde.
Mi madre asintió, aunque su expresión revelaba una mezcla de miedo y preocupación.
—Dividámonos. Busquemos en los alrededores. No podemos dejar que esto se salga de control.
La búsqueda
Nos dividimos en grupos. Thomas y yo fuimos hacia el bosque mientras mis padres revisaban los alrededores de la casa. El bosque era denso y oscuro, incluso durante el día. Cada crujido bajo nuestros pies y cada sombra entre los árboles hacía que mi corazón latiera más rápido.
—¿Estás segura de que fue él? —preguntó Thomas mientras avanzábamos.
—No lo sé con certeza, pero algo en su mirada anoche me hizo sentir que nos estaba vigilando.
De repente, un ruido a lo lejos captó nuestra atención. Nos quedamos quietos, escuchando. Era como un murmullo, seguido de pasos. Sin dudarlo, nos dirigimos hacia el sonido.
Cuando llegamos, encontramos un claro en el bosque. Y allí, en el centro, estaba él: el hombre de la noche. Parecía estar cavando algo en el suelo. Mi corazón se detuvo por un instante.
—¿Qué está haciendo? —susurró Thomas.
—Creo que está escondiendo el cuerpo —respondí.
El enfrentamiento
No podíamos quedarnos quietos. Decidimos enfrentarlo. Salimos de nuestro escondite y caminamos hacia él con cautela.
—¡Detente! ¿Qué estás haciendo? —grité.
El hombre se detuvo y se volvió hacia nosotros. Su mirada era penetrante, casi desafiante.
—¿Qué están haciendo ustedes aquí? Esto no les concierne —dijo con frialdad.
Thomas dio un paso adelante.
—Eso no es tuyo. Devuélvelo ahora.
El hombre soltó una risa sarcástica.
—¿De verdad creen que pueden detenerme? Esto es más grande de lo que imaginan.
Sin darme cuenta, todo se había salido de control. La situación era cada vez más tensa, pero sabía que no podíamos retroceder. Si no recuperábamos el cuerpo, todo nuestro plan se vendría abajo.
Editado: 18.01.2025