Me quedé un rato ahí parada, el corazón latiéndome con fuerza. La ansiedad se enredaba en mi pecho mientras buscaba con la mirada a Jayden. Lo vi, oculto detrás de la puerta, con el ceño fruncido y los músculos tensos, como si estuviera atrapado entre el miedo y la determinación.
Mi respiración se volvió pesada. Cada segundo se sentía eterno. No podía soportarlo más. Sin pensarlo, me dirigí a la puerta.
Toqué con los nudillos, el sonido retumbando en mi cabeza como un tambor. Alguien se acercó y mi corazón casi se detuvo. Aproveché la distracción para escabullirme por la ventana, sintiendo el frío del metal en mis manos al impulsarme.
Corrí hacia Jayden, mis pasos retumbando en el silencio de la noche.
—Aprovecha el tiempo, ya los distraje —le dije, jadeando.
Él me miró con una mezcla de sorpresa y enojo, sus ojos oscuros llenos de reproche.
—¿Qué estás haciendo aquí, Charlotte? Te dije que esperaras afuera.
—No podía. No veía que te movieras, y pensé… pensé que necesitabas ayuda.
Por un momento, sus facciones se suavizaron. Luego asintió, resignado.
—Está bien, pero vámonos de aquí ya.
El alivio fue momentáneo. Desamarramos a los demás, mis manos temblaban mientras los liberaba. Cuando finalmente salimos por la ventana, sentí un nudo en el estómago.
—¡Corran! —grité, con la voz cargada de pánico al darme cuenta de que ya habían descubierto nuestro plan.
Corrimos como si nuestras vidas dependieran de ello, y tal vez así era. La adrenalina me impulsaba, pero el miedo mordía cada pensamiento. Jayden nos guiaba hacia una cabaña en el bosque, sus pasos firmes, como si el destino estuviera grabado en su memoria.
Cuando llegamos, me derrumbé en el suelo, con el pecho subiendo y bajando frenéticamente. El lugar estaba oscuro y frío, pero al menos estábamos a salvo, por ahora.
—No va a funcionar quemar al abuelo. El tiempo está pasando, y ese cuerpo ya no servirá —dije, sintiendo un peso en el pecho al pronunciar esas palabras.
Thomas asintió, su rostro cansado y lleno de tristeza.
—Estoy de acuerdo.
—Además, él sabe dónde estaremos —añadió, su voz cargada de amargura.
Jayden se pasó las manos por el cabello, exasperado.
—Entonces, ¿qué debemos hacer?
Tragué saliva, intentando calmarme.
—Debemos encontrar una respuesta. En algún lugar debe haberla.
El silencio cayó sobre nosotros como una manta pesada. Mis pensamientos eran un torbellino de dudas y recuerdos. Aunque no quería admitirlo, sabía que la respuesta estaba en la casa.
Miré a mi alrededor, observando a los demás limpiando sus heridas. Sus rostros estaban marcados por el cansancio, pero también por la esperanza. Una esperanza que ahora dependía de mí.
—Me iré mañana —dije finalmente, rompiendo el silencio.
Todos me miraron. En sus ojos había preocupación y, al mismo tiempo, confianza.
—No puedes ir sola —dijo mi padre, su voz firme pero temblorosa.
—No iré sola. Jayden irá conmigo.
Jayden levantó la mirada, sorprendido, pero no dijo nada.
—Él conoce mejor la casa que todos nosotros. Es el único que recuerda cómo es realmente.
Mi padre asintió lentamente, aunque su rostro reflejaba miedo.
—Está bien, hija, pero prométeme que te cuidarás.
—Lo haré, padre.
Él tomó mis manos con fuerza, como si quisiera transmitir toda su fortaleza en ese gesto.
—Te daré armas para que puedas defenderte.
—Gracias, padre.
Esa noche no pude dormir. Las dudas me carcomían, pero también sentía algo más: una determinación férrea. Por más miedo que tuviera, sabía que no podía fallar.
Al día siguiente…
La niebla cubría el bosque, envolviendo todo con un aire de misterio. Caminábamos en silencio, Jayden y yo, cada uno sumido en sus propios pensamientos. La tensión entre nosotros era palpable, pero en sus ojos había algo que me dio fuerzas: confianza.
Al llegar a la casa, mi estómago se revolvió. Se alzaba ante nosotros como un gigante oscuro, con sus ventanas que parecían ojos juzgándonos.
Jayden respiró hondo y tomó mi mano, su agarre cálido y firme.
—Recuerda, pase lo que pase, no te dejes engañar.
Entramos. El aire dentro estaba pesado, opresivo, como si la misma casa respirara con dificultad. Mi pecho se llenó de un pánico sordo, pero seguí adelante.
—Por aquí —susurró Jayden, llevándome al estudio del abuelo.
El ambiente parecía apretar mis pulmones, pero cuando encontramos el libro oculto, mi corazón se detuvo. Las páginas estaban llenas de secretos oscuros, de una maldad que parecía extenderse más allá del tiempo.
Cuando abrió el cajón y sacó un libro antiguo, no pude evitar pensar: ¿Otro libro? ¿Por qué siempre tienen que ser libros?
—Esto no es solo sobre nosotros, Charlotte —dijo Jayden, con los ojos fijos en el libro—. Es algo mucho más grande.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Pero no había tiempo para dudar.
—Entonces lo detendremos —dije con una determinación que sorprendió incluso a Jayden.
—¿De verdad crees que esto nos ayudará? —pregunté, mi voz llena de escepticismo y cansancio.
Jayden me miró, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de frustración y esperanza.
—Es lo único que tenemos, Charlotte.
Suspiré y me crucé de brazos mientras él hojeaba las páginas, con la misma intensidad que alguien buscando oxígeno en medio del agua. Mi mente vagaba. Me sentía agotada, como si la batalla constante por respuestas hubiera drenado cada pedazo de mi paciencia.
—¿Qué es lo que busca esta familia con tantos secretos? —murmuré para mí misma, más como una descarga que esperando una respuesta.
Jayden alzó la vista, dejando el libro sobre la mesa.
—No son los libros lo que importa, Charlotte. Son las respuestas que guardan.
—Eso si es que alguna vez nos sirven de algo —repliqué, mi tono más duro de lo que pretendía.
Editado: 18.01.2025