Caminé junto a Jayden por el sendero que atravesaba el bosque. La penumbra de la tarde se mezclaba con la bruma que empezaba a levantarse entre los árboles, como si el lugar supiera que guardaba secretos oscuros. El crujido de las hojas secas bajo nuestros pies era lo único que rompía el silencio, un sonido que, aunque tenue, parecía resonar en mi pecho como un eco constante de las emociones reprimidas. El viento soplaba suavemente, moviendo las ramas por encima de nuestras cabezas, y un escalofrío me recorrió la espalda. No sabía si era por el frío o por la tensión que flotaba entre nosotros.
Jayden caminaba a mi lado, su mirada fija en el suelo, sus manos metidas en los bolsillos. Había algo en su postura, en la rigidez de sus hombros, que me decía que llevaba un peso invisible. Una carga que lo estaba desgastando, pero que no compartía con nadie. Finalmente, después de varios minutos de silencio, su voz rompió la calma.
—Charlotte, te voy a contar cómo llegué a conocer a tu abuelo —dijo, sin levantar la mirada. Su voz era baja, pero cargada de algo que no lograba identificar. Era dolor, pero también había determinación.
Lo miré sorprendida, intentando encontrar su mirada, pero él siguió caminando, evitando cualquier contacto visual. Algo en su tono me hizo temer lo que estaba a punto de decirme.
—Creo que no es necesario —respondí, tratando de sonar casual, aunque la verdad era que no estaba segura de querer escuchar lo que venía. Sentía que si hablaba, el peso que él cargaba también se convertiría en mío.
Jayden detuvo sus pasos de repente, obligándome a hacer lo mismo. Levantó la cabeza y me miró directamente a los ojos. Sus pupilas oscuras estaban llenas de algo que no podía comprender del todo: un torbellino de tristeza, culpa y una pizca de rencor.
—Es necesario, Charlotte —insistió, con una firmeza que me hizo estremecer—. Tal vez pienses que es raro que te esté ayudando tanto, pero hay algo que necesitas saber. La verdad es que tu abuelo mató a mis padres.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Las palabras resonaron en mi mente como un eco ensordecedor, y el aire se atascó en mi garganta.
—¿Qué? —murmuré, apenas capaz de articular la palabra.
—Después de eso, me obligó a entrenar. Día tras día, sin descanso, hasta el punto de que mi cuerpo no podía más. Todo con el objetivo de que me casara contigo y así continuar con su legado.
Las revelaciones cayeron sobre mí como un alud. Mis piernas temblaban, y tuve que hacer un esfuerzo por mantenerme en pie. Cada palabra de Jayden era como una piedra que se sumaba a un peso que ya sentía insoportable.
—¿Por qué haría algo así? ¿Por qué a ti? —pregunté, aunque sabía que no había respuestas suficientes para justificar algo tan cruel.
Jayden desvió la mirada. Por un instante, su expresión se quebró, y vi algo que nunca había visto en él: vulnerabilidad.
—Lo siento, Jayden. No debiste haber pasado por todo eso —dije, mi voz quebrándose al final. Las palabras sonaron vacías incluso para mí.
—No, Charlotte. No cargues con esa culpa. No es tu responsabilidad —respondió, con una firmeza que parecía dirigida a consolarme a mí más que a él mismo.
Quise creerle, pero sentía cómo la culpa comenzaba a instalarse en mi pecho como una sombra que no podría disipar.
—Gracias… —murmuré, aunque mi voz sonaba apenas audible.
Jayden me miró por un momento, y después su expresión cambió. Había algo diferente en su rostro, una mezcla de timidez y determinación que no había visto antes.
—Al principio, todo era una obligación. Pero, siendo sincero… desde el día que te vi, me gustaste.
Sus palabras me tomaron completamente por sorpresa. Sentí cómo mi corazón comenzaba a latir con fuerza, como si quisiera recordarme que, a pesar de todo, seguía vivo. Mi mente, sin embargo, era un torbellino de emociones.
—No sé qué decir… —admití, incapaz de mirarlo directamente.
—No tienes que decir nada. Solo quería que lo supieras, por si algún día… no tengo la oportunidad de decírtelo otra vez.
—No digas eso. Todos vamos a estar bien —respondí, aunque una parte de mí no estaba segura de creerlo.
—Te prometo que haré todo lo que esté en mis manos para protegerte, Charlotte. Siempre.
Cuando finalmente llegamos a la cabaña, la luz que se filtraba por las ventanas iluminaba el entorno con una calidez engañosa. Era difícil conciliar la serenidad del lugar con el peso de las emociones que cargábamos.
Dentro, todos estaban reunidos alrededor de la mesa. Coloqué el libro que habíamos encontrado con cuidado, como si el objeto fuera tan frágil como nuestras esperanzas. Las páginas amarillentas y gastadas estaban llenas de símbolos y textos en un idioma antiguo que apenas reconocía.
—¿Qué creen que significa este libro? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.
Jayden lo miró por unos segundos antes de responder:
—Habla de sacrificios.
La palabra flotó en el aire, pesada como una losa. El silencio que siguió fue tan denso que podía sentirlo presionando contra mi pecho.
—Lo leeré yo —dijo Alicia de repente, su voz firme y decidida.
—¿Por qué tú? —pregunté, aunque su tono dejaba claro que no aceptaba objeciones.
—Ustedes ya han hecho demasiado. Ahora es nuestro turno —respondió, lanzando una mirada significativa a los demás.
—Tiene razón —dijo Antony, cruzando los brazos con determinación.
Antes de que pudiera responder, Dylan intervino:
—Todos somos familia. Esto es algo que compartiremos juntos.
—Vayan a descansar —insistió Alicia, esta vez con una nota de amabilidad en su voz.
Asentí, aunque sentía que descansar era lo último que quería hacer. Subí las escaleras hacia una de las habitaciones. Al entrar, me dejé caer sobre la cama, mirando el techo de madera. Las vigas parecían susurrar historias antiguas, pero mi mente estaba demasiado ocupada con mis propios pensamientos como para escucharlas.
Editado: 18.01.2025