Me desperté sobresaltado por el sonido de la lluvia golpeando con fuerza la ventana. El cielo estaba oscuro, y el frío se filtraba en la habitación, calándome los huesos. Había algo en el ambiente que me hacía sentir inquieto, como si el peso de los últimos días estuviera impregnado en cada rincón de la casa.
Me levanté lentamente, arrastrando los pies hacia la cocina en busca de algo que me ayudara a calmarme. Preparar un chocolate caliente se había convertido en mi refugio durante las largas noches de insomnio. Mientras lo hacía, el aroma dulce llenaba el aire, pero no lograba apaciguar las dudas que rondaban mi mente.
Al salir de la cocina con la taza en la mano, vi a Alicia en la sala. Estaba sentada en el viejo sofá, con una manta sobre los hombros y un libro grueso entre las manos. La luz amarillenta de la lámpara hacía brillar sus ojos cansados y enrojecidos.
—Alicia, ¿no has dormido nada? —pregunté, deteniéndome en el umbral de la puerta.
Ella levantó la mirada, y su expresión reflejaba una mezcla de cansancio y determinación.
—No… Perdón, pero tenía que terminar este libro —respondió en voz baja, casi como si se disculpara por su obsesión.
Me acerqué y me senté a su lado. Alicia siempre había sido la más metódica de todos nosotros, la que buscaba respuestas en los lugares menos evidentes. Pero esta vez, parecía que sus hallazgos la estaban llevando al límite.
—¿Y cómo va? —le pregunté, aunque algo en su semblante ya me adelantaba que la respuesta no me gustaría.
Ella cerró el libro y lo colocó sobre la mesa. Sus dedos jugaron con el borde de la manta antes de responder.
—No es bueno… No tenemos opción. Tienes que hacerte cargo —dijo, y su voz firme hizo eco en el silencio de la casa.
Sentí que un peso invisible se instalaba en mi pecho. Sus palabras confirmaban lo que yo también había empezado a intuir. Lo que había ocurrido aquella tarde en el bosque no era algo que pudiéramos ignorar.
—He estado pensando —dije finalmente, con un hilo de voz—, y creo que tengo la solución.
Ella frunció el ceño, como si intentara leer mis pensamientos.
—Pero tú deberías descansar —me sugirió, su tono teñido de preocupación.
—Al rato les cuento lo que he estado planeando —respondí, intentando mostrar una seguridad que no sentía.
—Está bien —suspiró, dejando caer la cabeza sobre el respaldo del sofá—. Me iré a dormir aunque sea un poco.
Cuando se levantó, no pude evitar detenerla.
—Espera… Antes de que te vayas, ¿quieres un chocolate?
Ella giró la cabeza, y por primera vez en horas, esbozó una pequeña sonrisa.
—Sí, está bien. Me lo llevaré a la habitación.
La vi desaparecer por el pasillo, con su figura envuelta en penumbra. Me quedé solo en la sala, observando el libro abandonado sobre la mesa. Algo en él parecía llamarme, pero no tenía fuerzas para abrirlo.
Con el chocolate en mano, caminé de regreso a mi cuarto. La lluvia seguía golpeando la ventana, acompañada por el eco de mis pensamientos. Me recosté en la cama, dejando que el calor de la taza me reconfortara mientras trataba de ordenar mis ideas.
Habíamos llegado demasiado lejos, y ahora solo quedaba avanzar. No era una decisión fácil, pero sentía que no había vuelta atrás.
Mañana, al despertar, lo enfrentaría. No sabía si sería suficiente, pero debía intentarlo.
Editado: 18.01.2025