Después de haber leído la carta y salir de ese lugar oculto, sentía el aire denso a mi alrededor. Como si el mundo se hubiera vuelto más pequeño, más opresivo. Mi corazón latía con fuerza, y la sensación de ahogo era casi insoportable. No sabía qué hacer con toda esa información, con el peso de lo que acababa de descubrir.
Caminé por los pasillos oscuros de la mansión, sintiéndome como una sombra más entre sus paredes. Todo en este lugar parecía estar diseñado para ocultar secretos. Secretos que nos habían mantenido atrapados, ignorantes, girando en un ciclo interminable de dudas.
Mis ojos aún estaban húmedos por las lágrimas. Me pasé las manos por el rostro, intentando recomponerme. No quería que Thomas me viera así... aunque, ¿qué importaba? Él me conocía demasiado bien.
Al llegar a la biblioteca, lo encontré en su rincón habitual, sumergido en un libro. La luz de la lámpara iluminaba su rostro de perfil, dándole un aire serio y distante. A veces me preguntaba en qué pensaba cuando se quedaba así, inmóvil, perdido en sus propios pensamientos.
Cuando sintió mi presencia, levantó la mirada. Sus ojos grises se posaron en los míos con preocupación.
—¿Qué pasó, Charlotte? —su voz sonaba suave, pero firme—. ¿Estuviste llorando?
Me quedé en silencio unos segundos. ¿Cómo podía explicarle lo que sentía? Era como si una parte de mí acabara de romperse, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí había despertado.
—¿Aún se nota que estuve llorando? —murmuré con un intento de sonrisa, aunque no pude sostenerla por mucho tiempo.
—Sí... —dijo sin apartar su mirada—. Pero dime, ¿qué ocurrió?
Su tono era tranquilo, paciente. No me presionaba, pero sabía que no dejaría pasar esto sin una respuesta.
Tomé aire y dejé caer mi peso en un sillón frente a él.
—Recordé a mi madre... y momentos con ella.
Apenas pronuncié esas palabras, sentí un nudo en la garganta. Era difícil hablar de ella sin que el dolor me atravesara como una daga.
Thomas frunció el ceño y dejó el libro sobre la mesa con cuidado.
—¿Pero cómo pasó eso?
Suspiré, intentando organizar mis pensamientos.
—Vi unas fotos... —mi voz sonó débil, como si al decirlo en voz alta, el peso de mis recuerdos se hiciera aún más real—. Fotos donde estaba mi abuela, mi madre y yo... juntas.
Por un instante, la imagen volvió a aparecer en mi mente. Tres generaciones, tres mujeres unidas por algo más que la sangre. ¿Fueron felices alguna vez? ¿O siempre estuvimos destinadas a cargar con esta oscuridad?
—Entiendo... —murmuró Thomas, pensativo—. Pero, Charlotte... ¿qué más viste?
Dudé. Decírselo en voz alta lo haría aún más real. Pero no podía callarlo.
—Recordé esa habitación secreta...
Thomas entrecerró los ojos.
—¿Cuál habitación secreta?
—La que hay en el cuarto de mi madre —susurré. Sentí un escalofrío recorrerme. Solo de pensar en ese lugar, en los objetos antiguos cubiertos de polvo, en la sensación de estar siendo observada incluso cuando estaba sola...—. Pero también descubrí algo más... algo que cambia todo lo que creíamos saber.
El silencio se instaló entre nosotros. Pude ver la tensión en los hombros de Thomas.
—¿Qué descubriste?
Tragué saliva.
—Descubrí el porqué no somos totalmente malos —murmuré—. Por lo que entendí, mi madre y mi abuela hicieron un ritual con nosotros.
Thomas se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿Un ritual?
Asentí, sintiendo cómo la ansiedad volvía a apretar mi pecho.
—Sí... un ritual que nos convirtió en lo que somos ahora.
Por un instante, Thomas no dijo nada. Solo me miró, analizando mis palabras. Sabía que él intentaba mantener la calma, pero pude notar cómo su respiración se había vuelto más profunda.
—Pero... ¿por qué harían algo así?
Cerré los ojos un momento, tratando de encontrar la mejor manera de explicarlo.
—Porque ellas no estaban de acuerdo con esto. No querían que nos convirtiéramos en monstruos.
Thomas apartó la mirada. Sabía que mis palabras lo habían golpeado.
—Pero... ¿cómo estás segura de eso? Mi madre nunca mencionó algo parecido.
—No lo sé... —dije en un hilo de voz—. No sé si tu madre estaba de acuerdo o no. Ni siquiera sé qué pasó realmente con ellas...
Esa era la verdad. Todavía había tantas preguntas sin respuesta. Lo único que sabía con certeza era que nuestra existencia no había sido un accidente. Algo más grande nos había moldeado, y por primera vez, tenía la sensación de que estábamos cerca de descubrir la verdad.
Thomas suspiró y pasó una mano por su cabello, visiblemente frustrado.
—Todavía hay tantas preguntas...
Lo miré y asentí lentamente.
—Lo sé... ha sido difícil entender todo esto, pero al menos ahora siento que no estamos atrapados en un círculo sin salida. Antes me sentía como si estuviéramos dando vueltas sin avanzar en nada.
Por un momento, Thomas me sostuvo la mirada. Luego, su expresión se suavizó.
—Sí... aún quedan muchas incógnitas, pero al menos ahora tenemos respuestas.
Algo dentro de mí se aferró a esa idea.
—Tienes razón —dije con más firmeza.
Me puse de pie y respiré hondo.
—Voy a seguir buscando respuestas.
Thomas asintió, pero antes de que pudiera darme la vuelta, su voz me detuvo.
—Charlotte...
Giré la cabeza hacia él.
—Solo... ten cuidado.
Me quedé mirándolo por un segundo. Había preocupación en sus ojos, algo que pocas veces dejaba ver.
Le dediqué una pequeña sonrisa.
—Lo tendré.
Cuando estaba por salir de la biblioteca, algo me despertó curiosidad.
—Por cierto, ¿qué has estado leyendo?
Thomas levantó el libro y me mostró la portada.
—Las reglas de este lugar —dijo en tono pensativo—. Tal vez ahí encontremos más pistas.
Lo observé unos segundos. Quizás ahí estaba la clave que nos faltaba.
Sin decir más, salí de la habitación, sintiendo que, aunque habíamos avanzado un paso... todavía quedaba un largo camino por recorrer.
Editado: 01.02.2025