Mundos Diferentes

La cena del silencio

El murmullo de las voces se disipó lentamente, dejando solo el crepitar de las velas que iluminaban la larga mesa de madera oscura. La habitación estaba sumida en una penumbra cálida, con sombras que danzaban en las paredes de piedra, proyectadas por la tenue luz. A pesar del ambiente sereno, mi interior estaba hecho un caos.

Respiré hondo antes de hablar, obligándome a mantener la compostura.

—Bueno, ya que todos hemos disfrutado de esta cena —comencé, con una voz que esperaba sonara firme—, quisiera que se presentaran. Me gustaría conocer a cada grupo.

No era una petición, sino una estrategia. Conocer sus nombres, sus roles, sus lealtades. En un lugar como este, la información significaba poder.

El silencio se hizo más denso. Sentí cómo las miradas de todos se posaban en mí, evaluándome, esperando cada palabra con expectación. Finalmente, una voz profunda rompió la quietud.

—Mi nombre es Adonis —anunció un hombre sentado cerca del centro de la mesa.

Su tono era autoritario, con la seguridad de alguien que está acostumbrado a ser escuchado. Lo observé con disimulo. Era alto, de complexión fuerte, con un rostro cincelado por la experiencia y una mirada que parecía analizar cada movimiento.

Debe ser el padre de aquellos chicos que he visto, pensé.

Inspiré con discreción y decidí actuar con naturalidad.

—Creo que conozco a sus hijos. Son Andrés y Violeta, si no me equivoco.

Adonis frunció el ceño ligeramente, como si sopesara mis palabras.

—Sí, son ellos. ¿Pero cómo los conoces?

La pregunta me hizo tensar los hombros, pero me obligué a responder con calma.

—En la fiesta hablé un poco con ellos… y me comentaron sobre usted.

Por un instante, su mirada pareció escrutarme más a fondo. No aparté los ojos, aunque cada fibra de mi ser me gritaba que lo hiciera.

—Entiendo —murmuró finalmente.

Hubo una pausa incómoda antes de que tomara la iniciativa de nuevo.

—¿Cómo están distribuidos ustedes? —pregunté, fingiendo interés.

Adonis apoyó los antebrazos sobre la mesa y entrelazó los dedos, como si se dispusiera a darme una lección importante.

—Pues verás, yo soy el primero de todos. Si ellos necesitan algo, se dirigen a mí y yo me comunicaré contigo.

Cada palabra suya estaba impregnada de un poder sutil, una manera de recordarme que, aunque yo fuera la líder, ellos tenían su propia estructura de mando.

—Son diez grupos: el mío y los de Edén, Dorian, River, Tanner, Roan, Sam, London, Aspen e Ian. Ellos son los líderes de cada grupo, pero de ninguna manera pueden dirigirse a ti directamente.

Su tono fue lo suficientemente contundente como para que entendiera que esa regla no era negociable.

Intenté no mostrar mi incomodidad, aunque mis pensamientos se arremolinaron en mi cabeza como una tormenta.

—¿Y por qué no pueden hacerlo? —inquirí, simulando curiosidad.

Adonis esbozó una leve sonrisa, pero no tenía calidez.

—Por simple jerarquía. Aunque sí podemos reunirnos, como lo estamos haciendo ahora, para discutir nuevos rituales o cosas que podamos implementar aquí.

La palabra "rituales" me erizó la piel. Ya había escuchado rumores sobre lo que sucedía en este lugar, y ninguno de ellos era alentador.

Intenté mantenerme tranquila.

—Excelente. He estado leyendo las reglas de este lugar y no me parecen muy estrictas. ¿Por qué no las cambiamos?

Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. No lo había planeado; simplemente quería terminar con esta reunión de una vez por todas.

Se hizo un silencio brutal. Podía escuchar el latido frenético de mi corazón en mis oídos.

Los ojos de Adonis brillaron con algo indescifrable antes de responder.

—No podemos cambiarlas así como así.

Sus palabras estaban cargadas de una firmeza inquebrantable.

Tragué saliva. Ya había cruzado una línea, así que debía continuar.

—¿Por qué no? Al final, soy su líder y tienen que obedecer.

Esta vez, mi voz tembló.

Los murmullos comenzaron entre los presentes. Algunas miradas se endurecieron, otras parecían divertidas ante mi osadía. Adonis no apartó sus ojos de mí.

—Sí, sabemos que eres nuestra líder, pero para modificar alguna regla debemos votar.

Su tono era tranquilo, pero había un matiz de advertencia en él.

No podía retroceder ahora.

—Está bien, que así sea. Vamos a votar para decidir qué reglas se cambian.

Adonis asintió con lentitud.

—Perfecto, así sí se puede. Ese es el protocolo.

Había esperado resistencia, pero su respuesta fue tan fluida que me desconcertó.

—De acuerdo. Revisaré junto con mi familia qué reglas queremos cambiar y los llamaré nuevamente para votar.

—Sí.

El encuentro llegó a su fin. Me levanté de la mesa con una mezcla de alivio y pánico.

—Los veo la próxima vez. Gracias por estar aquí.

Algunas voces respondieron con un “hasta luego” mientras me apresuraba a salir de la sala.

La oscuridad del pasillo me envolvió y, por un momento, mi respiración se volvió errática. Había estado hablando con asesinos. Sabía que ninguno de ellos titubearía si alguna vez decidían que yo era un estorbo.

Me apoyé en la pared, intentando calmarme, cuando sentí una presencia detrás de mí.

—Charlotte, ¿qué idea tienes? —la voz de Jayden me sacudió.

Me giré para verlo. Su expresión reflejaba una mezcla de preocupación y curiosidad.

Respiré hondo, aún con el pulso acelerado.

—Te lo diré: toda mi familia se hará cargo de cada grupo. Los vamos a eliminar.

Jayden me observó con incredulidad por un instante, antes de que una sonrisa sombría cruzara su rostro.

—Muy buena idea. Así no podrán decidir nada.

—Exactamente.

Pero mientras pronunciaba esa palabra, sentí una extraña sensación en el pecho. El miedo ya no era solo un sentimiento pasajero; se había convertido en parte de mí.



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En el texto hay: misterio, asesinos, amor

Editado: 01.02.2025

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