Mundos Diferentes

El precio del poder

Narrado por Charlotte

Dormí poco esa noche. O más bien, fingí dormir mientras mi mente luchaba por comprender el significado de lo que habíamos presenciado durante la cena. Las palabras del representante del mundo paralelo, las miradas sombrías, los silencios que pesaban más que cualquier discurso... todo me dejaba claro una cosa: nadie estaba completamente de nuestro lado.

La mansión estaba en silencio, salvo por el crujir ocasional de la madera vieja bajo mis pasos. Caminé descalza por el pasillo principal, abrazando mis propios brazos, no por el frío, sino por la opresión que sentía en el pecho. No podía respirar con normalidad desde que supe que había un "destino" esperando por mí. Uno que no podía evitar.

Me detuve frente al espejo del salón principal. Me miré durante unos segundos... pero no vi mi reflejo. Vi otra cosa. Una sombra detrás de mí. Era yo, pero no era yo. Tenía mis ojos, pero vacíos. Tenía mi sonrisa, pero torcida. Sentí un escalofrío en la espalda y retrocedí de golpe. El reflejo desapareció.

—¿Estás bien? —La voz de Jayden interrumpió mi espiral mental.

Lo miré con cansancio. Él también parecía afectado. No era solo yo. Todos estábamos sintiendo los efectos de este lugar.

—No sé qué está bien ya, Jayden. Nada tiene sentido desde que pisamos esta casa.

Él se acercó sin decir nada y me entregó un sobre antiguo, sellado con cera. Al abrirlo, una hoja amarillenta, con tinta casi desvanecida, cayó en mis manos.

—Lo encontré en el estudio de tu abuelo —me explicó—. Es un contrato. Un pacto.

—¿Un pacto con quién?

—Con los guardianes del portal. Con los que mantienen cerrada la entrada entre nuestro mundo y el otro.

Tragué saliva. Las letras en el papel estaban en latín, pero podía entenderlas, como si una parte dentro de mí las conociera desde siempre.

—"Si el heredero desea alterar el equilibrio, deberá demostrar dominio sobre su reflejo oscuro... y destruirlo frente al consejo." —leí en voz baja—. ¿Esto es en serio?

Jayden asintió.

—Si no lo haces, el portal se abrirá permanentemente. Y entonces habrá un caos. No habrá regreso.

Me senté. Sentí que el suelo se tambaleaba bajo mis pies. Nunca me prepararon para esto. Nunca nadie me advirtió que liderar algo significaba poner en juego tu alma.

—¿Y si no puedo? —pregunté en un susurro.

—Entonces te perderás, Charlotte. Y con tu caída, vendrá la de todos nosotros.

Sentí un nudo en el estómago.

A la mañana siguiente, reuní a todos en la biblioteca. Thomas, Alicia, Samanta, Dylan y Antony llegaron uno por uno, con los rostros marcados por el insomnio. Nadie había dormido. La tensión estaba en el aire, espesa, casi visible.

—Tenemos que hablar —dije, y mi voz sonó más firme de lo que esperaba—. He tomado una decisión.

—Charlotte, por favor, no digas que vas a hacer lo del contrato —dijo Alicia con desesperación—. ¿Tienes idea de lo que implica?

—Sí. Sé que podría perderme. Pero si no lo intento, todos corremos ese riesgo. El equilibrio se está rompiendo y alguien tiene que enfrentarlo.

—¿Y por qué tú? —preguntó Dylan—. No eres la única que ha tenido sueños. Todos los tenemos. Todos cargamos con partes oscuras.

—Porque yo puedo ver todas las puertas. Porque yo... puedo sentirlas dentro de mí.

Hubo un silencio incómodo.

Thomas dio un paso adelante.

—Si decides hacerlo, no estarás sola.

Lo miré, sorprendida.

—No puedes acompañarme donde voy.

—Tal vez no físicamente —dijo con una media sonrisa triste—. Pero te hemos seguido hasta aquí, ¿no? No vamos a dejarte ahora.

Alicia suspiró, derrotada.

—¿Cuándo será?

—Esta noche. Frente al portal. Quiero terminar con esto.

Ese día fue eterno. Cada segundo parecía burlarse de mí, alargándose. No comí. No hablé. Solo estuve encerrada en la habitación que llevaba el símbolo de la galaxia. Mi habitación. El lugar donde empezó todo. Me senté frente a la pintura de John Dan. La misma que me había llevado a este mundo.

—¿Qué esperas de mí? —le pregunté al lienzo—. ¿Por qué yo?

La pintura no respondió, pero sentí su energía vibrar. Como si estuviera viva.

Al caer la noche, salí al bosque con los demás. El portal brillaba como si algo lo presintiera. La oscuridad parecía respirar, moverse, llamarme.

—Una vez que cruces, no puedes mirar atrás —dijo Jayden.

Asentí. Caminé hacia el centro del círculo. Las hojas crujían bajo mis pies. El aire se volvió denso.

Entonces, allí estaba.

Mi reflejo.

Mi parte oscura.

Charlotte, pero sin alma. Charlotte sin amor. Charlotte sin miedo. Con una sonrisa burlona y ojos rojos como fuego.

—Así que viniste —dijo ella—. A matarme.

—A liberarme —le respondí.

—¿Estás segura de que quieres perderme? Yo soy tu furia. Tu fuerza. Tu odio. Sin mí, solo eres una niña asustada.

—Tal vez. Pero prefiero ser eso... que convertir todo lo que amo en cenizas.

Ella rió.

Y me atacó.

El enfrentamiento fue brutal. No con golpes físicos, sino con recuerdos. Con verdades. Me mostró momentos de mi vida en los que fallé, lastimé, mentí, odié. Me susurró que siempre fue más fuerte. Que siempre estuve más cerca de convertirme en ella.

Lloré. Grité. Dudé.

Pero entonces escuché sus voces. Las de mis amigos. No decían nada. Pero estaban allí. Sus presencias me rodeaban. Me anclaban.

Y eso fue suficiente.

Tomé el cuchillo ritual. Lo enterré en el pecho de mi reflejo.

Ella me miró una última vez, no con odio, sino con compasión.

—Algún día... me necesitarás de nuevo —susurró antes de desvanecerse en polvo oscuro.

Caí de rodillas. El portal se estremeció.

Y luego... se cerró.

Jayden se acercó, me sostuvo.

—Lo lograste.

No respondí.

Estaba viva.

Pero no sabía si aún era yo.



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En el texto hay: misterio, asesinos, amor

Editado: 30.06.2025

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