Narrado por Jayden
La Charlotte que salió de la grieta no era la misma.
No caminaba como antes. No respiraba igual. Su presencia se sentía pesada, como si trajera consigo el murmullo del subsuelo. Cuando la vi emerger con las raíces apagándose bajo sus pies, me quedé congelado. No por miedo.
Por pérdida.
Charlotte había cruzado una línea de la que ya no podía volver.
Y lo sabíamos todos.
Durante horas, nadie habló. Se quedó sentada en el viejo sillón de la biblioteca, con las manos entrelazadas, mirando la ventana como si pudiera ver más allá de lo visible. Thomas no dejaba de observarla. Alicia lloraba en silencio, sin que nadie la consolara. Dylan, que había sido escéptico durante todo el viaje, ahora murmuraba palabras que no entendíamos, como si algo se hubiera quebrado en su mente.
Yo era el único que no podía dejar de mirarla.
Porque dentro de todo... yo había sido quien más creyó en ella.
Y aún lo hacía.
Solo que ahora... no sabía si eso era una bendición o una sentencia.
Al caer la noche, la tensión explotó.
—¡Dilo, Charlotte! —gritó Thomas de pronto, golpeando la mesa—. ¡Dinos qué eres ahora! ¿Eres humana? ¿Eres uno de ellos? ¿Sigues siendo tú?
Ella lo miró. Su voz fue suave. Casi maternal.
—Soy todo eso. Y algo más. No estoy contra ustedes... pero tampoco soy como ustedes.
—¿Entonces qué quieres de nosotros? —insistió Alicia—. ¿Quieres que te sigamos? ¿Que nos arrodillemos como si fueras una especie de diosa?
Charlotte bajó la mirada.
—Quiero que estén conmigo. No como seguidores. Como guardianes. Como testigos.
—¿Testigos de qué? —pregunté, finalmente rompiendo mi silencio.
Ella levantó los ojos hacia mí. Y en ellos vi algo que me rompió por dentro: compasión. Como si supiera lo que estaba a punto de hacer... y cómo eso iba a destrozarnos.
—De la apertura del segundo corazón —dijo.
El aire se volvió frío de golpe.
—¿Qué segundo corazón? —susurré.
Charlotte se puso de pie. Caminó lentamente hasta el cuaderno donde había escrito los símbolos. Lo abrió y nos lo mostró.
—La raíz no duerme sola. Hay otra. Más profunda. Más antigua. Este poder... no vino de un solo lugar. Vino de dos fuentes. Y si no la encontramos... lo que hay bajo esta casa no será lo peor que conozcamos.
Alicia retrocedió.
—¡No! ¡Ya abriste suficiente! ¡Mírate! ¡Mírate los brazos, tu piel, tu voz! ¡Eres... otra cosa!
—Tal vez lo soy —dijo ella—. Pero aún tengo mis recuerdos. Mis emociones. A ustedes. Y eso... es lo único que me mantiene humana.
Después de esa conversación, el grupo se dispersó. Cada quien buscó refugio en una habitación distinta, como si la casa misma nos obligara a aislarnos.
Yo me quedé con ella.
No podía irme.
No porque no temiera lo que ahora era... sino porque aún reconocía en ella el latido de la Charlotte que conocí. La que defendía a sus amigos. La que lloró por su madre. La que una vez me dijo que no sabía si era fuerte, pero que haría lo que tuviera que hacer.
Esa Charlotte seguía viva. En algún rincón... bajo todo lo demás.
—¿Tienes miedo? —le pregunté.
—Sí —respondió sin dudar.
—¿De qué?
—De que no me crean cuando les diga que todavía soy yo.
Me acerqué. Me arrodillé frente a ella.
—Yo te creo —dije.
Charlotte me miró por largos segundos.
Y entonces, hizo algo inesperado.
Lloró.
No con gritos. No con drama.
Solo dejó caer las lágrimas. Silenciosas.
—No sé si voy a poder contener esto por mucho tiempo, Jayden —dijo—. Siento la raíz crecer dentro de mí. Quiere hablar. Quiere gritar. Quiere... extenderse.
—Entonces haremos raíces nuevas. Pero esta vez... sin oscuridad.
Ella sonrió débilmente.
—Eso no depende solo de mí.
—Depende de todos —le respondí—. Y no te dejaré sola.
Esa noche, me quedé dormido en la silla, junto a ella. Y soñé por primera vez con el segundo corazón.
Pero eso... es otra historia.
Editado: 30.06.2025