Narrado por Jayden
Charlotte ya no habla mientras duerme. Se queda inmóvil, respirando como si su pecho flotara entre dos dimensiones. Me siento a su lado todas las noches, por si algo dentro de ella decide romper la calma. Pero en silencio, me pregunto si no ha comenzado a soñar con cosas que no quiere contar.
Anoche, cuando despertó de golpe, vi en sus ojos una mezcla de piedad y resignación. Como si hubiese visto el final, pero no supiera si luchar contra él... o invitarlo a pasar.
Yo tampoco duermo mucho. No desde el sueño del Segundo Corazón. Desde entonces, las sombras de esta casa se sienten más densas. Las puertas crujen de formas distintas. El aire huele a humedad antigua, como si la madera supiera algo que nosotros no.
Y lo peor es que hay rincones donde la luz no entra nunca.
Hoy encontré a Thomas en el jardín trasero, cavando con una pala. No dijo nada cuando me vio. Su rostro estaba cubierto de sudor y tierra.
—¿Buscas algo? —le pregunté.
—No —respondó —. Escucho algo. Bajo la tierra. Como si algo respirara.
Me quedé en silencio.
Yo también lo había sentido.
Alicia está dibujando compulsivamente. Llenó tres libretas en dos días. Dibujos sin sentido a simple vista, pero cuando los pusimos juntos, formaban un mapa. Un espiral descendente, con marcas que recordaban a los símbolos del cuaderno de Charlotte.
Al centro del espiral, una figura con un ojo en el pecho y siete ramas que salían de su cabeza. Cuando le preguntamos qué era, solo dijo:
—Es lo que Charlotte va a ser, si no hacemos algo.
No supe si sentir miedo o respeto.
Dylan empezó a hablar dormido. Frases sueltas. A veces en idiomas que nadie conoce. Grabamos uno de sus murmullos. Lo llevamos al estudio del sótano, donde había instrumentos antiguos de los Dan.
Cuando reproducimos el audio... una de las paredes se abrió sola.
Era una puerta.
Charlotte nos miró desde las escaleras. No se sorprendía. Era como si lo hubiera estado esperando.
—Aún quedan cosas por ver —dijo. Y bajó sin miedo.
Tras la puerta, encontramos una habitación circular, completamente tallada en piedra viva. En el centro, una losa cubierta de escrituras.
Charlotte se arrodilló frente a ella. Pasó los dedos por cada línea. Sus ojos brillaban con un tono violeta apenas perceptible.
—Esto no fue escrito —murmuró —. Fue sembrado.
Nos miró a todos.
—Está creciendo. Bajo nosotros. En nosotros. No lo podemos frenar.
—Entonces, ¿qué hacemos? —pregunté.
Charlotte se puso de pie.
—Nos preparamos. Porque cuando despierte... va a querer salir.
Esa noche, discutimos por primera vez.
Thomas ya no confía en Charlotte. Lo dijo abiertamente, frente a ella.
—Estás dejando que te consuma —le dijo—. No estás luchando, Charlotte. Estás cediendo.
Ella no respondió. Solo lo miró con tristeza.
—No entiendes lo que significa resistirse cuando ya formas parte del sistema —dijo finalmente.
—Entonces estamos condenados.
—No. Solo si se rompe el equilibrio.
Alicia tomó la palabra:
—¿Y cómo lo mantenemos, Charlotte? ¿Te convertimos en una estatua para que no tomes decisiones? ¿O te atamos para que no florezcas?
Ella suspiró.
—Me queda poco tiempo como soy. Lo que venga después... no podré detenerlo. Pero ustedes sí pueden redirigirlo.
Yo pregunté:
—¿Y si te perdemos en el proceso?
Charlotte me miró.
—Entonces quiero que me recuerden como la semilla, no como el árbol.
No dormí esa noche.
Me senté junto a la lumbre encendida del salón principal. La casa crujía como si se desperezara. Sentí que algo se avecinaba. No en semanas. No en días.
En horas.
Fui a la habitación de Charlotte. Ella dormía. Su rostro sereno. Pero su espalda... cubierta de nuevos símbolos.
Un tallo. Luego otro. Luego un ojo.
Despertó cuando le toqué el hombro.
—Jayden... él ya viene.
—¿Quién?
—El que guarda el Segundo Corazón.
Nos levantamos antes del amanecer. Todos. Como si hubiéramos escuchado el mismo llamado.
Charlotte bajó vestida con una túnica vieja que había encontrado entre los objetos de su abuela. La tela tenía bordados con formas de hojas secas y ojos.
Nos reunió en el sótano, frente a la losa.
—Si algo me ocurre, no intenten traerme de vuelta —dijo—. Solo lean lo que escriba.
—¿Escribir qué? —preguntó Dylan.
Charlotte sonrió.
—Lo que él quiera decirnos.
Se arrodilló sobre la losa.
Cerró los ojos.
Y entonces...
La piedra comenzó a brillar.
Y el segundo latido... comenzó a oírse.
Editado: 30.06.2025