Narrado por Charlotte
La piedra bajo mis rodillas estaba tibia, como si guardara memoria del primer fuego. Cerré los ojos. El silencio del sótano no era un vacío: era denso, vivo, como si cientos de pensamientos cruzaran el aire sin forma ni destino.
Cuando el primer latido resonó desde el suelo, no me sobresalté. Lo había estado sintiendo durante semanas. Pero esta vez no era un eco lejano. Era una llamada. El Segundo Corazón no pedía permiso. Se anunciaba como una certeza.
—Estoy lista —susurré.
No a mis amigos. No a la Raíz.
A él.
A la entidad que habita ese corazón olvidado, enterrado bajo el tiempo y la carne de quienes intentaron sellarlo sin comprenderlo.
La piedra respondió. No con palabras, sino con pulsos. Uno, dos, tres. Cada uno envió una oleada de energía por mis brazos, hasta llegar al símbolo en mi espalda. El ojo se abrió.
No en mi cuerpo. En mi mente.
Vi.
Un bosque sin cielo. Troncos torcidos que crecían hacia adentro. Una ciudad devorada por árboles vivos, cuyas hojas susurraban nombres prohibidos. Seres humanos con la boca sellada, caminando en círculo alrededor de un árbol de corazón abierto, latiendo al aire libre.
Vi al Heredero Original. Un niño de diez años, con la mirada vacía, rodeado de sabios que hablaban con las manos. Le entregaban objetos: huesos, libros, lenguas cortadas. Y al final, una flor negra.
—Debes sembrarla en tu voz —decía uno.
El niño la tragaba. Y con ella, el silencio comenzaba.
Vi generaciones olvidadas. Pactos hechos con cosas que no necesitaban ojos para ver ni cuerpos para actuar. Vi lo que pasó cuando alguien rompió el equilibrio. Cuando intentaron arrancar la Raíz a la fuerza.
Todo sangró.
Pero no con sangre roja.
Sino con memoria.
Abrí los ojos.
Jayden estaba frente a mí, con los demás en círculo. Nadie hablaba. Nadie se movía. Me pregunté cuánto tiempo había pasado. Un minuto. Una hora. Un siglo.
Me incorporé con lentitud.
La losa había cambiado. Ahora había líneas escritas que nadie había tallado. No eran palabras. Eran raíces petrificadas, formando un nuevo lenguaje. Y lo entendía.
—Él tiene nombre —les dije, con voz calmada.
Todos me miraron.
—No es una fuerza. No es un monstruo. Es un remanente. Un testigo. Un guardián de lo que los humanos olvidaron.
Thomas dio un paso al frente.
—Él... ¿quiere dañarnos?
Negué con la cabeza.
—Él quiere recordarnos. Pero recordar duele. Porque hay cosas que nacieron para ser enterradas.
Alicia susurró:
—¿Qué cosas?
—El origen. El precio del habla. La condena de la primera voz.
Jayden pareció entender más que los demás. Dio un paso más cerca.
—Charlotte... ¿puedes mostrarlo?
Me acerqué a la pared de piedra. Apoyé la palma.
Y la piedra se abrió.
Un pasillo. Lleno de vides que palpitaban con lentitud. Avanzamos en silencio. No necesitábamos hablar. La Raíz nos había conectado de una forma que las palabras ya no podían igualar.
Llegamos a una cámara circular. En el centro, el Segundo Corazón.
No era un órgano. Era un árbol.
Pequeño. Antiguo. Con hojas negras y savia brillante como obsidiana derretida. Latía. Cada movimiento enviaba un suspiro por la habitación. Y al tocar su tronco...
Lo escuché.
"La humanidad era un experimento de voz. La primera especie que pudo nombrar lo que no comprendía. Y con el nombre, vinieron las puertas."
"Pero la palabra crea. Y también corrompe."
"La Raíz es lenguaje. La Raíz es recuerdo. Y el Segundo Corazón... es el eco que no debió sobrevivir."
Me aparté. Estaba temblando.
Jayden me sostuvo.
—Charlotte... ¿qué tenemos que hacer?
Respiré hondo.
—Debemos decidir. Dejarlo dormir para siempre... o dejarlo hablar.
—Y si habla... ¿qué pasa?
—El mundo recordará. Todo. Lo bueno. Lo terrible. Lo inhumano.
Thomas negó con la cabeza.
—No estamos listos.
—Nunca lo estuvimos —respondí.
Alicia tocó el árbol. Una lágrima cayó por su mejilla.
—Nosotros también somos memoria, ¿no?
Asentí.
Y en ese momento, el Segundo Corazón habló con todos.
No con voces.
Con imágenes.
Cada uno de nosotros vio su peor recuerdo. Su mayor error. Su miedo más profundo. La Raíz lo mostraba no para castigar, sino para liberar. Como si dijera: esto eres. Y también eres lo que elijas hacer con ello.
Vi a mi madre gritarme desde el hospital. Vi a mi reflejo destrozarse en mil trozos. Vi mi propia tumba. Una sin nombre, cubierta de musgo.
Y no huí.
Permanecí.
Y eso fue suficiente para que el árbol comenzara a florecer.
Pequeñas luces se encendieron entre las ramas.
Flores que no eran de este mundo.
Y en ese instante supe que el Segundo Corazón no era una amenaza.
Era una advertencia.
Y también una oportunidad.
Nos marchamos sin decir nada.
La piedra selló el camino detrás de nosotros.
No había conclusiones. No había final.
Solo una semilla nueva.
Y la certeza de que el verdadero peligro no era la Raíz.
Era el silencio.
Porque en el olvido...
es donde se gesta el desastre.
Editado: 30.06.2025