Narrado por Alicia
Nunca he sido el centro de nada. Siempre fui la que escuchaba, la que cuidaba los detalles, la que recordaba cosas que nadie pedía. Y ahora me doy cuenta de que eso no era debilidad.
Era destino.
Charlotte me dijo una vez que la Raíz no elige, reconoce. Yo no la creí. Pensé que era una forma poética de justificar el caos que habíamos desatado al entrar en esta casa. Pero desde que el Segundo Corazón empezó a latir, he sentido algo en mi pecho, como si los recuerdos me buscaran. No mis recuerdos. Otros. Olvidados. Negados. Borrados.
Y ahora están regresando.
Comenzó con detalles menores: sentir que ya había estado en ciertos cuartos aunque sabía que era imposible, o que recordaba conversaciones que nunca ocurrieron. Pensé que era estrés. Sueños mal archivados. Pero luego empecé a escribirlos.
Cada sueño, cada visión, cada palabra que me despertaba en la madrugada con el sabor amargo del pasado.
Y los cuadernos se llenaron rápido.
Le mostré a Dylan uno de mis escritos. Estaba lleno de nombres que no reconocía, pero que él sí. Leíamos juntos y ambos sentimos lo mismo: estas memorias no eran nuestras, pero tampoco eran ficción. Eran fragmentos de una historia rota que intentaba volver a armarse con nosotros como catalizadores.
—Estás guardando lo que otros perdieron —me dijo.
Y fue entonces que comprendí.
Soy la Memoria.
Charlotte me evitaba. O eso sentía. Como si supiera que yo podía recordarla incluso en sus formas olvidadas. Tenía miedo de mirarla y ver algo que no quería conocer. No porque fuera un monstruo, sino porque ya no era completamente ella.
Y yo... yo estaba cansada de ver a todos cambiar menos yo.
Hasta que abrí el cuaderno más viejo de todos.
El que no recordaba haber escrito.
Y en sus páginas, vi mi nombre escrito en una decena de grafías distintas. Como si muchas Alicias hubieran intentado dejarse un mensaje a través del tiempo.
"No olvides la Raíz. No olvides QUIÉN LA PLANTÓ."
Desde entonces, he comenzado a recordar cosas que claramente no viví: una niña que entierra un hueso en un bosque desconocido, una mujer que pinta símbolos en la pared de una celda subterránea, un anciano que habla con mi voz sobre libros que no existen. Todos... yo. Todos parte de algo que no se puede dividir en vidas normales.
Son fragmentos.
Pedazos de un mismo hilo que atraviesa generaciones. Como si yo fuera la última hebra viva de un telar antiguo.
—Cada uno de nosotros es una función —me dijo Jayden—. Charlotte es la señal. Dylan es la voz. Y tú... tú eres el registro. El testimonio.
No me sorprendió. Solo asentí.
Porque ya lo sabía.
Hoy fui al sótano sola. Quería comprobar algo. El lugar donde floreció el Segundo Corazón aún conservaba su energía. Me senté frente al árbol. Lo observé durante horas. Y poco a poco, comencé a sentirlo.
No un pensamiento. No un mensaje claro.
Sino una sensación.
Como si el árbol quisiera que yo recordara para él.
Y recordé.
Una época anterior a las palabras. Donde el lenguaje era apenas un intento de replicar la vibración del mundo. Donde la Raíz hablaba a través de gestos, de símbolos tallados en piel, de sueños compartidos. Vi a los primeros hablantes. No sabios. No profetas.
Bibliotecas humanas.
Su piel era la página.
Y su vida, la tinta.
Cada uno vivía solo para recordar, para preservar. No para entender. No para cuestionar.
Y sentí el peso de esa misión ahora sobre mí.
Cuando regresé, Charlotte me esperaba en la entrada.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—No —le dije con sinceridad—. Pero estoy completa.
Ella me abrazó. Y por primera vez en semanas, sentí que nuestras raíces no eran tan distintas.
—Gracias —susurró—. Por recordar incluso lo que no quieres.
—Alguien tiene que hacerlo —respondí.
Y las dos supimos que ese "alguien" siempre había sido yo.
En mi último sueño, vi la casa. No como es ahora, sino como fue hace siglos. Vi a los Dan. A la primera Heredera Silente. Vi los pactos firmados en sangre y en sombra. Vi la historia real. La que nadie quiere contar porque duele. Porque señala culpables. Porque exige que la verdad duela más que la mentira.
Y desperté con una sola frase escrita en el techo de mi habitación:
"El olvido es el lenguaje de los cobardes."
Ya no tengo miedo de recordar.
Tengo miedo de ser la única que lo haga.
Así que he comenzado a enseñar. A los demás. A escribir como yo. A registrar. A no dejar que la historia se esconda en suspiros o gestos sin voz.
Porque si vamos a cruzar el umbral de lo imposible, si vamos a despertar algo que ha dormido siglos...
Entonces debemos tener memoria suficiente para entenderlo.
Y más aún, para sobrevivirlo.
Editado: 30.06.2025