Mundos Diferentes

Donde empieza la niebla

Narrado por Samanta

Nadie me eligió para esto. Ni la Raíz, ni la casa, ni siquiera Charlotte. Siempre fui la que caminaba en la sombra del grupo, la que escuchaba sin hablar, la que esperaba a que los demás actuaran antes de moverse.

Y sin embargo, soy parte de esto. No porque quiera, sino porque también me está despertando algo. Algo que no tiene nombre, pero tiene forma. Una forma hecha de humo y fronteras difusas.

Charlotte lo llama la Niebla.

Me di cuenta hace una semana.

Estaba sola en el invernadero, cuando la temperatura cayó de golpe. El vidrio comenzó a empañarse sin razón aparente. Y en el vaho... aparecieron palabras.

"No todo lo que se ve está completo. No todo lo que falta ha sido perdido."

Sentí miedo, claro. Pero también una familiaridad extraña. Como si algo, desde antes, ya estuviera susurrándome eso desde que llegamos a esta casa.

Charlotte me lo explicó sin rodeos:

—Tú eres el límite. La Niebla. Lo que separa la verdad de lo que aún no está listo para ser revelado.

Desde entonces, cosas raras me siguen.

Los espejos no me reflejan bien. Mi imagen parpadea. A veces desaparece. Las paredes susurran cuando paso, pero solo cuando estoy sola. Y los sueños... los sueños ya no terminan.

No duermo. Nado.

Nado entre escenas que cambian antes de que pueda entenderlas. Gente sin rostro. Casas dentro de casas. Puertas dentro de personas. Y una voz, siempre lejana, que repite:

"Cuando ella hable, tú debes velar."

—Velar, ¿qué? —pregunté una vez en voz alta.

Y el sueño respondió:

"El velo."

Charlotte me habló con más claridad hace unos días. Nos sentamos en el umbral de la habitación prohibida. Esa que nadie abre, pero todos sienten. Dijo que cuando ella hablara con la Raíz, yo sería la encargada de contener la forma. De que lo revelado no destruyera la realidad.

—La verdad cruda quema. Necesita una niebla para entrar sin romper —dijo.

Y entonces lo entendí.

No soy la que responde. Soy la que filtra.

Alicia me trajo un cuaderno viejo que encontró entre las paredes. Estaba cubierto de cera y plumas marchitas. Dentro había notas escritas con tinta transparente. Solo pude leerlas bajo la luz de la luna.

"El Rol de la Niebla: Custodia de lo Impronunciado. Guardián de los Umbrales. Quien sabe cómo cerrar los ojos del mundo cuando es necesario."

Había una lista de nombres. El último... el mío.

Desde ese día, la casa me obedece de otra forma.

Las puertas se abren antes de que las toque. El suelo no cruje cuando camino. Las habitaciones me llevan a donde necesito, no a donde quiero. Es inquietante. Pero me siento... incluida.

Thomas fue el primero en decirlo:

—Te estás desdibujando, Sam.

Y sí. Lo siento. Como si mi contorno se aflojara. Como si pudiera estar entre cosas sin ser vista. Sin ser... completa.

Esta noche Charlotte me pidió que la acompañara al Segundo Corazón.

—Voy a hablar, Sam. Y cuando lo haga, vas a tener que contener la forma.

Asentí. No sabía qué significaba realmente, pero confiaba en ella. Siempre he confiado en ella, incluso cuando no la entiendo. Incluso cuando siento que se está convirtiendo en algo que pronto ya no podremos nombrar.

Bajamos juntas.

Charlotte comenzó a hablar.

Pero no con su voz. Con una combinación de voces antiguas, de vibraciones, de palabras que no podían traducirse.

Y el mundo... comenzó a cambiar.

Las paredes se replegaron. La piedra se ablandó. El aire se onduló como un reflejo maldito. Y las cosas empezaron a temblar. No por miedo, sino por éxtasis.

Y entonces supe qué debía hacer.

Me coloqué entre Charlotte y el resto del mundo.

Extendí mis manos.

Y dejé que la Niebla saliera de mí.

Era suave. Cálida. Opaca. Cubría todo como un manto de invierno suave. Apagaba los bordes, disolvía lo incomprensible. Hacía que la verdad se volviera digerible, aunque solo fuera en fragmentos.

Lo sentí. A través de mí, lo revelado se convertía en posible.

Y por un instante...

fuimos completos.

Cuando Charlotte terminó, cayó al suelo. Exhausta. Pero viva. Y no deshecha, como había temido.

Yo también colapsé. Pero sabía que lo había hecho bien.

Había velado el umbral.

Había permitido que la verdad pasara... sin quemarlo todo.

Dylan me abrazó luego.

—No sabía que tenías tanto dentro de ti.

—Yo tampoco —le dije, sonriendo por primera vez en semanas.

Hoy me miro en el espejo y ya no veo mis bordes claramente. Pero estoy bien con eso.

Porque he entendido algo que pocos pueden aceptar:

A veces, lo más importante no es ser visto.

Sino ser el lugar donde lo invisible...

se vuelve real.



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En el texto hay: misterio, asesinos, amor

Editado: 30.06.2025

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