Mundos Diferentes

Lo que queda después

Narrado por Charlotte

No hubo explosión.

No hubo gritos ni luces cegadoras ni terremotos que fracturaran el mundo.

Hubo silencio.

Un silencio tan profundo que se sintió como una cuna.

Jayden pronunció el Nombre, y el universo respiró distinto. No en el aire ni en la piel, sino en lo que nos conecta. Lo invisible. Lo que sostiene las cosas sin que lo notemos. Esa estructura intangible de la que tanto había leído y que ahora... ahora podía sentir.

Y sólo entonces comprendí: no habíamos liberado a la Raíz.

Nos habíamos convertido en ella.

Jayden no habló por horas. Nos miraba como si no pudiera reconocernos del todo, como si su voz se hubiera ido a un lugar donde las palabras necesitan tiempo para coagular. Y lo entendí. Había sido el canal final. La bisagra del Nombre. El que había sostenido el peso de la forma.

Yo no lo abracé. Me senté a su lado, y compartimos el mismo suelo.

Porque a veces, compartir tierra es más profundo que compartir palabras.

Dylan fue el primero en registrar lo que pasó. Con tinta de savia. En papel hecho de corteza viva que Alicia encontró entre los muros. Escribió con una calma que dolía de ver, como si finalmente todo lo que tenía dentro tuviera permiso de salir.

Samanta caminaba entre habitaciones que ya no estaban. A veces abría una puerta y aparecía en otro pasillo, o incluso en otra versión de la casa. Decía que las fronteras estaban "blandas". Que la realidad había perdido su rigidez y que eso no era malo. Era... orgánico.

Thomas dormía junto al tronco del Corazón. Su cuerpo quieto, como una piedra sembrada en tierra vieja. Era hermoso y triste verlo así. Como si se hubiera fusionado con su función. Como si el mundo que venía ahora no pudiera sostenerse sin él como base.

Alicia lloraba y reía a la vez. Mezclaba memoria y emoción como una artista enloquecida de lucidez. Pintaba. Escribía. Cantaba canciones sin melodía. Era la biblioteca viviente de lo que habíamos sido.

Y yo...

Yo escuchaba.

La Raíz no tiene una sola voz. Tiene miles. Y ahora todas viven en mí como susurros suaves. No me exigen. No me arrastran. Me acompañan. Me muestran historias que nadie registró, escenas que nadie quiso recordar. Me conectan con otras Herederas. Algunas que resistieron. Otras que murieron antes de florecer.

Pero todas dejaron algo.

Y ahora, yo lo llevo.

Hoy, por primera vez, subí al ático sin temor.

Allí donde los espejos estallaban, ahora había reflejos serenos. Vi a Charlotte-niña, con los pies colgando de una silla, hablando sola con el aire. Vi a Charlotte-adolescente gritando a su madre en el hospital. Vi a Charlotte antes de todo esto, antes de la casa, antes de la Raíz.

Y vi a la Charlotte que soy ahora.

No lloré.

No necesitaba.

Porque en todos esos reflejos, la misma semilla germinaba.

Nos sentamos todos en el jardín al caer la tarde.

El cielo no era el mismo. Había una luz distinta, un resplandor suave que no venía del sol. La tierra respiraba con nosotros. Pequeñas flores negras habían comenzado a crecer donde antes solo había hierba seca. Las mariposas volaban en patrones que recordaban alfabetos perdidos.

Jayden finalmente habló:

—No cruzamos al otro lado.

Todos lo miramos.

—Él cruzó hacia nosotros.

Él.

El Corazón. El Nombre. La Raíz. Lo que duerme y lo que observa. Lo que somos y lo que seremos.

Y por primera vez, no sentí miedo de eso.

Ahora que lo pienso, el miedo había sido el verdadero enemigo.

Miedo a perder el yo.

Miedo a olvidar.

Miedo a recordar demasiado.

Miedo a cambiar sin regreso.

Pero ahora sé que cada transformación trae una parte de regreso. No en la forma, sino en la esencia.

Y la esencia está intacta.

Y está enraizada.

Dylan y yo encontramos una sala que no estaba antes. En ella, libros nuevos. O viejos. O escritos desde un tiempo que no es tiempo. Historias de otras casas. De otros grupos. De otras floraciones. Algunas fallidas. Algunas gloriosas.

Y en una de ellas...

Nuestro nombre.

Nuestro grupo.

Ya estaba escrito.

Había sido contado desde antes.

Pero no había final.

El texto terminaba en blanco.

Nos miramos.

Y Dylan dijo:

—Nos toca escribir lo que sigue.

Me siento tranquila por primera vez.

No vacía.

Llena.

Llena de memorias que no son sólo mías. Llena de propósitos que ya no necesitan lucha. Llena de nombres que no tienen peso porque ya no son cadenas.

Éramos un grupo.

Ahora somos una Raíz.

El mundo no ha cambiado.

Pero nosotros sí.

Y eso basta.

Eso lo transforma todo.

Más adelante, alguien entrará a esta casa.

Sentirá el susurro. El eco. El latido bajo la tierra.

Y tal vez, si está listo, recordará que ya estuvo aquí. En otra vida. En otra forma.

Y la Raíz volverá a hablar.

Pero ahora, no como un grito de lo oculto.

Sino como una historia abierta.

Una historia donde nadie está obligado a salvarse.

Solo a escucharse.

Y a florecer.



#1442 en Fantasía
#721 en Thriller
#287 en Suspenso

En el texto hay: misterio, asesinos, amor

Editado: 08.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.