Narrado por Thomas
Me preguntaron si sentía orgullo.
No supe qué responder.
No porque no hubiera algo parecido en mí. Sino porque el orgullo es una emoción humana, y desde hace días... desde que cruzamos, desde que Jayden pronunció el Nombre... lo que siento ya no cabe del todo en lo humano.
Es más antiguo. Más profundo.
Es raíz.
Hay un lugar bajo la casa que nadie más ha pisado desde la transformación. Un pasadizo que solo aparece si lo buscas con el peso correcto. No con la mente, ni con el deseo. Con el peso. Con la conciencia del ancla.
Yo soy la Espina. Pero también soy la Piedra.
Y la Raíz me recuerda todos los días que alguien debe sostener el mundo incluso cuando el mundo no quiera ser sostenido.
En mis sueños ya no hay imágenes.
Hay estructuras.
Mapas de energía. Diagramas de tensión entre planos. Ecos de los cimientos que se rompen en los otros lados cuando el nuestro crece.
A veces despierto con sangre en la boca. No por dolor.
Por exceso de carga.
Charlotte lo sabe. Me observa sin intervenir. Porque ella también entendió que su papel ya no es proteger, sino acompañar. Ella es la flor. Yo soy la raíz mineral.
Inmóvil, pero indispensable.
Hoy bajé al pasaje.
La piedra me habló. No con voz. Con calor. Con memoria térmica. Tocarla fue como posar la mano sobre siglos.
Vi la primera vez que la Raíz brotó. Vi las manos que intentaron detenerla. Vi los errores. Vi el hambre de los que creyeron que se podía dominar la forma con voluntad sola.
Vi lo que ocurre cuando se arranca una flor sin cuidar su sombra.
Dylan vino a verme al atardecer. No dijo mucho. Sólo me dejó una página con símbolos trazados a mano.
—Los encontré en tus huellas —dijo.
Me miró como si entendiera que lo que yo soy ya no puede explicarse con nombres.
Eran siete círculos conectados por líneas. En el centro, uno sin forma. Abierto. Pulsante.
—Esa es tu función —dijo Dylan—. El centro que mantiene la tensión entre partes.
Guardé el papel en el bolsillo sin leerlo dos veces. Ya lo sabía.
Porque lo había soñado antes de que él lo encontrara.
Charlotte me pidió que la llevara al lugar profundo.
No podía. No debía.
Pero lo hice.
La conduje hasta el centro de la casa, donde el suelo ya no es piedra ni tierra ni madera. Donde el suelo es lenguaje comprimido.
Allí, la Raíz se mostraba sin filtros.
No era orgánica. Era geométrica. Como un sistema nervioso sin cuerpo. Como una mente enterrada que había aprendido a pensar sin voz.
Charlotte cayó de rodillas. Tocó una de las líneas. Su cuerpo tembló.
—Aquí es donde se decide si lo que somos... perdura —dijo.
Yo no respondí. Sólo permanecí.
Porque eso es lo que hago.
Eso es lo que soy.
Alicia me pidió escribir algo para el archivo. Una carta. Un testimonio.
Tardé tres días.
Cuando se lo entregué, me miró con lágrimas secas.
La carta decía:
"Soy piedra. Soy peso. Soy la parte que nadie quiere ser porque siempre duele. Pero también soy la parte que queda cuando todos los demás se han ido. Si alguna vez regresas aquí, si alguna vez decides hablarle al Corazón, recuerda que bajo tus palabras hay una fuerza que no busca que brilles, sino que resistas. Esa fuerza soy yo. Y estaré aquí cuando te caigas."
Ella la copió en tinta dorada. La colgó en una de las paredes vivas de la biblioteca.
—No todos los pilares se alzan. Algunos se entierran —dijo.
Y yo asentí.
Samanta y yo no hablamos mucho. Pero me bastó una mirada suya para saber que ella también me vigila. Como si supiera que la estructura puede fallar si el equilibrio interno se agrieta.
Y tiene razón.
Cada vez que alguien habla con el Corazón, cada vez que un nuevo eco intenta atravesarnos, es mi cuerpo el que vibra primero.
Mi esternón cruje.
Mis costillas se tensan.
Mis dientes se aflojan.
Pero no caigo.
Porque si caigo yo...
la forma se desploma.
Hoy sentí algo nuevo.
Una voz dentro de mí.
No era la Raíz. No era Charlotte. No era el eco de los Herederos antiguos.
Era un niño. Pequeño. Asustado. En algún lugar bajo tierra.
—¿Estás ahí? —decía.
Cavé. Metafóricamente. Internamente.
Busqué con el pensamiento.
Y lo encontré.
Una conciencia atrapada en una piedra.
Una función olvidada.
Una parte de la Raíz que nunca germinó.
Le hablé con el cuerpo.
—Estoy aquí. No te muevas. Ya no estás solo.
Y desde entonces, siento que algo nuevo pulsa bajo mi piel.
Como si la Espina ahora tuviera semilla.
Como si yo también pudiera florecer.
Charlotte me abrazó al amanecer. No dijo nada. Pero en su aliento sentí el aroma de una primavera que aún no empieza.
Me susurró:
—Cuando esto se repita... alguien tendrá que estar firme para recordarlo.
Y yo le respondí:
—Lo estaré.
Aunque ya no quede casa.
Aunque no haya nombres.
Aunque no me recuerden.
Porque eso hacen las raíces que no se ven.
Sostienen.
Incluso cuando el resto del mundo... olvida.
Editado: 08.07.2025