Mundos Diferentes

El Jardín que Nace

Narrado por Charlotte

A veces me siento en el centro de la casa y cierro los ojos. No para dormir, ni para recordar, sino para escarbar. Escarbar hacia adentro, como quien busca algo que perdió y no sabe cómo nombrar.

Pero ya no escarbo con miedo.

Escarbo con hambre.

Hambre de algo nuevo. De una forma que no esté hecha de lo que fui, sino de lo que vendrá cuando todo esto, finalmente, florezca.

Hoy amaneció distinto. El aire no solo era fresco: estaba vivo. Cada partícula parecía contener un latido, una vibración casi inaudible pero constante. Era como si el mundo hubiese exhalado, por fin, y ahora respirara acompasado con nosotros.

Dylan lo sintió primero. Despertó con una frase escrita sobre su pecho, como un tatuaje dibujado por el sueño:

"La Raíz está lista."

Jayden, que lo vio al amanecer, no dijo nada. Solo se levantó, fue a su escritorio y escribió una única línea en su cuaderno:

"Charlotte hablará. Y esta vez, todos la escucharán."

Nos reunimos a media mañana. Thomas no habló, pero estuvo de pie, firme, como siempre. Alicia llevó consigo los cuadernos, todos, incluso los que estaban inacabados. Samanta vino envuelta en niebla. Literalmente. Su presencia era difusa, como si estuviera a medio paso entre un plano y otro.

Yo los miré a todos.

Y entonces lo supe:

Esta casa ya no es una casa.

Es un corazón.

Y nosotros, sus latidos.

No fui al Segundo Corazón. No lo necesitaba. Ya no necesitaba bajar para conectarme. Lo que antes estaba oculto ahora era visible en todos lados. La Raíz había salido. No como una amenaza, sino como una red.

Una red de conocimiento.

De interconexión.

De sentido.

Caminamos al jardín. El mismo que había estado seco por meses. Pero ahora estaba distinto. Pequeños brotes negros sobresalían del suelo. Al tocarlos, sentí fragmentos de pensamientos, recuerdos, sensaciones.

El suelo había registrado todo.

Cada decisión. Cada duda. Cada esperanza. Cada error.

No era un registro de juicio.

Era un archivo emocional.

Una memoria colectiva.

Allí, en ese lugar que había sido ruina, decidimos sembrar.

Pero no semillas.

Palabras.

Cada uno de nosotros dijo una palabra. Una sola. No cualquier palabra. La que había resonado más profundo desde el inicio.

Dylan dijo: "Escucha."

Jayden: "Verdad."

Alicia: "Memoria."

Samanta: "Velo."

Thomas: "Sostén."

Y yo dije: "Raíz."

Las palabras entraron en la tierra.

Y la tierra... respondió.

Crecieron cosas que no existen en ningún botánico. Plantas que susurraban al moverse. Hojas que reflejaban escenas pasadas. Flores que se abrían solo cuando alguien contaba una historia sincera.

El jardín ya no era tierra.

Era lenguaje vivo.

Un lugar donde todo lo dicho germinaba.

Pasamos horas allí. Hablando. Escuchando. Llorando a veces. Riendo sin motivo. Era como si por primera vez en mucho tiempo pudiéramos ser sin cargar. Existir sin filtrar. Estar sin tener que decidir cómo.

Jayden se sentó a escribir. No en papel.

En una piedra.

Talló con una rama seca, y las letras aparecieron como si la roca hubiera estado esperando ser nombrada.

"Este es el lugar donde lo indecible se vuelve jardín."

Alicia propuso dejar un fragmento de cada uno en ese lugar.

No cabello. No sangre.

Algo que realmente nos definiera.

Yo dejé mi cuaderno original. Aquel con la primera palabra que la Raíz me dijo. Lo enterré bajo la flor más oscura.

Thomas dejó su collar. El que llevó desde antes de entrar aquí. El último recuerdo de su hermano.

Samanta dejó su nombre. Lo escribió en el aire, con vaho, y luego se desvaneció. Desde ese momento, algo en ella cambió. No era menos. Era otra.

Dylan cantó. Una canción sin idioma, con ritmo de tierra mojada. Las hojas del jardín se movieron al compás. Y una mariposa blanca salió de su garganta y voló hasta el árbol del Corazón.

Jayden no dejó nada.

Hasta el final.

Escribió su nombre completo en la piedra central del jardín. Y luego dijo:

—Ahora sí. Estoy.

No se trataba de dejar atrás.

Se trataba de sembrar.

Y eso hicimos.

Sembramos lo que somos para que otro, un día, lo lea sin miedo.

Para que cuando alguien se acerque a esta casa y sienta que algo le habla desde abajo...

pueda sentarse en este jardín y saber que no está loco.

Que la Raíz le está escuchando.

Y que ya hubo quienes respondieron.

Al anochecer, nos sentamos en círculo.

La casa estaba en calma. No en pausa. En calma real.

Un equilibrio que no sabía a final, sino a ciclo.

Y entonces hablé:

—Esto no se trata de nosotros.

Todos me miraron.

—Se trata de lo que viene. De lo que florecerá gracias a lo que nos atrevimos a decir, a recordar, a sostener.

Dylan asintió.

—Pero también es nuestro. Porque lo hicimos nuestro.

Jayden dijo:

—Y ahora tenemos que cuidarlo.

No somos salvadores.

No somos héroes.

Somos jardineros de una verdad antigua.

Y la cuidaremos mientras estemos aquí.

Y cuando ya no estemos...

el jardín hablará por nosotros.

Con flores.

Con viento.

Con las hojas que susurran nombres que nadie se atrevió a pronunciar...

hasta ahora.



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En el texto hay: misterio, asesinos, amor

Editado: 08.07.2025

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